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Tumbando Caña

Los 80 del Salón Los Ángeles, Catedral del Ritmo, nuestra Capilla Sixtina del dancing

L

as paredes, las duelas donde se baila, el barrio donde se encuentra, los miles de asistentes, los músicos que allí se han presentado, sus propietarios, todos cuentan ahora la historia del mítico Salón Los Ángeles. Una historia construida a base de millones de notas musicales, de incontables pasos danzarios, de emocionantes improntas que se sublevan en el recuerdo.

Todo comenzó cuando una amplia bodega de madera y carbón fue transformada en espacio para el dancing. Nada complicado al parecer: una tarima para los músicos, unas cuantas mesas con sillas para los parroquianos, guardarropa, dulcería y una enorme pista para bailar.

La idea fue de don José Miguel Nieto, quien ante el declive de la venta del carbón por la aparición de nuevos combustibles y la necesidad de contar con un espacio de solaz divertimento para la gente, decidió hacer el cambio de giro.

Por ese tiempo el efecto de la Revolución Mexicana tenía dividida a la sociedad entre los ricos revolucionarios y los pobres herederos de esperanzas. Era un México rural con una ciudad capital en construcción y un proletariado lleno de incertidumbres y escasas expectativas que como único entretenimiento tenían la radio o la incipiente televisión.

En cambio, la diversión de la aristocracia burguesa era ir al hipódromo, al frontón, a las tertulias dominicales que organizaban a las afueras de la ciudad o a las fiestas que se daban en sus elegantes mansiones y salones del Casino Español. Fiestas que eran amenizadas por conjuntos afrancesados, como la Orquesta Típica Lerdo de Tejada, cuyo repertorio para el baile estaba diseñado con mazurcas, valses, polcas y una que otra pieza del incipiente cancionero mexicano.

Como respuesta a todo eso empezaron a surgir los salones de baile popular. El más viejo que se recuerda es el Santa Anita, que después cambió de nombre a Reina Xóchitl, fundado en 1906 en los linderos de Iztacalco. Y el más emblemático, el Salón México, conocido también como El Marro, que empezó actividades el 20 de abril de 1920. Lo que se bailaba principalmente en estos y otros lugares era swing, foxtrot, vals, tango, paso doble y música jazzeada a lo Glenn Miller o Woody Herman. Pero con la llegada del danzón a México todo cambió.

El danzón, creado en 1878 por el matancero Miguel Failde, entró a México por la península de Yucatán y se deslizó por toda la costa del Golfo de México hasta llegar a la gran ciudad e imponerse en los salones de baile con gran competencia entre orquestas y espacios danzarios. En ese contexto es que abre sus puertas un 30 de julio de 1937 el Centro Social Los Ángeles, con un programa encabezado por la Danzonera de Toto y la Orquesta Pablo Beltrán Ruiz.

La apertura del Centro Social Los Ángeles fue todo un acontecimiento, al que asistió lo mejor de nuestra sociedad y gente del pueblo, como destacó un diario de la época. Se dice que en esa ocasión el baile democratizó a la dividida sociedad mexicana, ya que lo mismo llegó la gente emperifollada de Polanco y Pedregal que los rotitos de la Bondojo y Tepito.

El danzón como género musical bailable tuvo su hegemónica presencia hasta la aparición del mambo. El mambo, un ritmo más agitado y frenético, de notas brillantes, dotó de nueva geometría a las pistas de baile.

Este ritmo de salvajes creado en 1948 por el también matancero Dámaso Pérez Prado y detonado a principios de los años 50 en el Teatro Margo, significó una revolución musical imparable. Todos los salones de baile se disputaban la presencia de Pérez Prado y su Orquesta. El cubano siempre privilegió al Salón Los Ángeles por elegante y porque ahí se sentía el rey. Pero qué bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas, escribiría más adelante Bartolomé Maximiliano Moré, el Benny, sentado en una mesa del salón viendo como agitaban el caderaje y los hombros las hermosas damitas que bailaban con frenesí la música del Cara ‘e foca.

Cuando el mambo empezó a declinar lo sustituyó el cha cha cha, otro ritmo cubano que introdujo la orquesta de Ninón Mondejar y luego posicionó quien fuera su primer violín, el talentosos Enrique Jorrín. Esta nueva corriente duró toda la década de los 50 hasta la aparición de la Sonora Matancera, que dio una vuelta de timón a todo lo que había. Hasta el momento habían destacado las orquestas con nombre del director. Ahora eran la orquesta y muchos nombres más: la Matancera con Celia Cruz, Bienvenido Granda, Celio González, Daniel Santos, Alberto Beltrán...

En la década de los 60 surgieron muchas orquestas al estilo matancero: Sonora Santanera, Sonora Maracaibo, Sonora Veracruz, Sonora América… fenómeno conocido como la matancerización al que se le aparejó la llamada corriente tropical motivada por las cumbias, porros y vallenatos proveniente de Colombia.

A finales de esa década y principios de los 70 irrumpió con fuerza en Estados Unidos el movimiento musical latino conocido como salsa. Toda una revolución musical que se basó y partió de lo mejor de la música afrocubana con tintes de rock, jazz y soul, y que en México fue apoyado y difundido por Miguel Nieto, actual administrador del Salón Los Ángeles, así como el catedrático Froylán López Narváez. Miguel fue el primer empresario de la salsa en nuestro país y Froylán en divulgarla, acuñando la frase La rumba es cultura.

El boom salsero duró hasta principios de los 90. Luego vino una suerte de impasse creativo de géneros y movimientos nuevos. Regresó el son cubano con el fenómeno Buena Vista Social Club, y el concepto de salones de baile se redujo a dos: California Dancing Club y el mítico Salón Los Ángeles, que hoy llega a sus 80 años de vida, algo que se dice fácil, pero que se ha logrado –como dice Miguel Nieto– gracias a los bailadores, los amigos y la familia Nieto-Applebaum, que han defendido su permanencia, a pesar de todos los pesares.

Hoy, desde estas páginas jornaleras, deseamos larga vida al Salón Los Ángeles, la Catedral del Ritmo, nuestra Capilla Sixtina del dancing.