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Pintado en México
M

éxico se ha caracterizado desde la época prehispánica por ser cuna de grandes artistas. Múltiples muestras tenemos de ello, baste ver las esculturas, cerámica y joyería que resguardan los museos Nacional de Antropología o del Templo Mayor. El arte notable del virreinato en pintura, escultura y platería. A finales del siglo XIX se comienzan a buscar nuevos caminos del arte, lo que va a alcanzar su plenitud en el XX.

El arte mesoamericano es anónimo, no sabemos el nombre de los autores. En la ciudad española prevalecen los cánones europeos y básicamente se copia lo que se hace en el viejo continente. Esto se va a reforzar con la creación de la Real Academia de San Carlos. Van a llegar a México maestros extranjeros que van a impartir enseñanza con rígidos métodos académicos y modelos europeos.

Sin embargo, a lo largo del siglo XVIII los pintores comenzaron a estar conscientes de la importancia de sus propias aportaciones. Ello llevó a muchos no sólo a firmar sus obras, sino a referirse de manera explícita a México como lugar de origen.

El orgullo por su trabajo e identidad se muestra en la expresión latina Pinxit Mexici (Pintado en México), que muchos ostentaron en sus obras. Con ese tema el Palacio de Cultura Citibanamex –mejor conocido como Palacio de Iturbide– presenta una exposición que muestra alrededor de un centenar de pinturas novohispanas del siglo XVIII.

Organizada por Fomento Cultural Banamex AC y por el Los Angeles County Museum of Art (LACMA) “Pintado en México, 1700–1790: Pinxit Mexici”, busca mostrar la creación de nuevas iconografías y cambios estilísticos que se dieron en ese periodo.

A la par que se aprecian las conexiones de la pintura de esa época, con las tendencias artísticas que prevalecían en el viejo continente, se deja ver la propia evolución y fecundidad pictórica de la pintura que se realizaba en la Nueva España. La visita a la importante exposición que después viajará a Los Ángeles y Nueva York brinda como regalo extra la belleza del edificio que la alberga.

Aunque ya hemos hablado del Palacio de Iturbide, situado en la avenida Madero 17, no está de más recordar algunos datos históricos que nos pueden ayudar a disfrutar otros aspectos de la suntuosa construcción barroca.

Lo mandaron construir en 1779 don Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués de Jaral, y su esposa Ana María de la Campa y Coss, condesa de San Mateo Valparaíso, como regalo de boda para su hija. El arquitecto fue Francisco Guerrero y Torres, uno de los más notables del siglo XVIII.

De tezontle y cantera, la fachada presenta dos niveles, entresuelo, y como remate del conjunto una loggia flanqueada por torreones. La ornamentación es lujosa y vibrante, conformada con molduras de diversos diseños, que armonizan con pequeños relieves de temas mitológicos y escudos con blasones. Dos hércules de piedra, deidades protectoras de los moradores, sostienen el balcón superior.

En el interior sólo se conservó el primer patio, muy semejante al del Palacio Real de Palermo, ciudad de origen del novio italiano, que solicitó al arquitecto tal capricho. Sobresalen las esbeltas arcadas de doble altura, decoradas con medallones clásicos, las llamativas gárgolas y los marcos de los vanos primorosamente labrados.

Los flamantes esposos se instalaron en el palacio en 1785 y 15 años después abandonaron definitivamente la Nueva España. En 1821 se lo prestaron a Agustín de Iturbide, quien salió del palacio el 21 de julio de 1822, para ser coronado emperador de México.

Después tuvo diversos usos. Entre otros, fue el Hotel Iturbide, que llegó a ser de los mejores de la ciudad. En 1966 lo compró Banamex, lo restauró magníficamente y lo dedica a actividades culturales.

Llegó la hora de comer y se nos antojó compartir unos chipirones encebollados, unos tacos de lechón y un pulpo a la piedra. Fuimos al restaurante M5, situado en 5 de Mayo 10-a. Se distingue por su moderna decoración y buena comida, que podríamos calificar de ecléctica y esmerado servicio.