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Ver día anteriorLunes 7 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Males congénitos
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El presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, se reunió en privado con ex gobernadores. En la imagen aparecen el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio; René Juárez Cisneros, ex gobernador de Guerrero; Ochoa Reza; la secretaria general priísta, Claudia Ruiz Massieu, así como el diputado César CamachoFoto José Antonio López
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ntre el 9 y el 11 de agosto se reunirá la 22 Asamblea Ordinaria del PRI. El partido en el gobierno se prepara para la elección presidencial de 2018. El propósito general es ajustar su organización a las exigencias de la competencia por la Presidencia de la República y por el Congreso que tendrá lugar el año próximo. El PRI debe trabajar para competir con los otros partidos, hoy de oposición. el PAN, el PRD y Morena. Los partidos más pequeños, por su parte, se frotan las manos pensando con satisfacción adelantada en todo lo que van extraer de los partidos más grandes a cambio de los 2 o 3 puntos porcentuales que pueden ofrecerles en caso de resultados muy apretados y, por consiguiente, no concluyentes.

No obstante, por el momento lo más urgente es sentar las bases para la competencia en el interior del partido. Lo es porque la estabilidad y el destino del PRI están en juego. Se espera que de las discusiones organizadas que tendrán lugar en la asamblea salgan las especificaciones relativas, por una parte, a los requisitos para aspirar a una candidatura, y, por la otra, a los mecanismos que se utilizarán para atribuir las candidaturas. El tipo de solución que se determine para ambos asuntos puede resolver o agravar las tensiones internas que son causa y manifestación de la fragilidad de los equilibrios que mantienen unido al partido.

Los priístas parecen conscientes de que el fracaso de alguna de las fórmulas que se presente, o peor todavía, de las dos, puede provocar el estallamiento de esa extraña coalición que es hoy el partido en el poder. Al menos es la impresión que da una organización que acoge a muy diversos grupos de edad, formación y trayectoria. Las carreras de los priístas de hoy difieren tanto como las políticas que unos proponen y otros ponen en práctica. En el pasado no tan remoto de los años 90 los sectores todavía contribuían a atenuar los efectos desintegradores de la heterogeneidad, que ya desde entonces caracterizaba al partido. Ahora, en cambio, es muy poco lo que significan los sectores en términos de los militantes, es decir, el que uno de ellos sea presentado como miembro de la CNC no significa ni de lejos que sea un líder ejidal. Si tenemos suerte se tratará de un economista, egresado de una universidad o escuela profesional privada, que obtuvo una maestría en alimentos procesados.

El tema de las candidaturas ha sido históricamente un motivo de irritación y conflicto en el interior del PRI, en primerísimo lugar porque involucra al presidente de la República, sus prerrogativas en tanto que primer priísta de la Nación, y su autoridad sobre el partido. Han sido muchas las transformaciones que ha experimentado desde su fundación en 1946: pasó de ser dominante a casi partido único, y de ahí a minoritario para ser lo que es hoy, marginalmente mayoritario. En los años 60 aceptó la sugerencia del secretario de Gobernación de que reconociera triunfos a la oposición sólo cuando le aseguraron que no perdería una sola de sus curules. Entonces se aumentó el número de diputaciones para dar cabida al PAN, al PARM y al PPS, sin que ello acarreara un costo para el partido. Lo extraordinario es que Gobernación –Gustavo Díaz Ordaz– y la presidencia –Adolfo López Mateos– cedieron ante la exigencia. Sin embargo, hoy, los documentos básicos del partido hablan de gobiernos de coalición y alianzas electorales, temas que para el PRI de antes hubieran sido motivo de hilaridad o una humillación inaceptable.

Sin embargo, el asunto de la prerrogativa presidencial en la designación de candidatos y, en particular de su sucesor, es cualitativamente distinto. Presidente priísta habrá que conmocionado reclame que no es posible que le quieran quitar lo único que le queda una vez que ha perdido el Informe, las dulces mayorías de 80 por ciento, el Día de la Libertad de Prensa, los desfiles deportivos del primero de mayo, las soñadas multitudes del Zócalo y las cenas de amigos en la Casa Blanca, la de aquí y la de allá.

Cuando se fundó el PRI las candidaturas eran resultado de elecciones primarias que se organizaban por distrito electoral. Este procedimiento se utilizó en 1946 por primera vez, aunque en ese caso la elección del candidato presidencial se llevó a cabo conforme a la convocatoria de 1939, a petición de la CTM, es decir, no fue por voto individual, sino que fue una elección de las corporaciones. Los aspirantes a una candidatura en la elección federal de 1949 participaron en elecciones primarias; sin embargo, los resultados fueron ignorados por la presidencia de la República que determinó prácticamente todas las candidaturas, a pesar de que se había comprometido a respetar los triunfos fueran de quien fueran. Las quejas fueron múltiples y la desilusión devastadora. El presidente Alemán se mantuvo inconmovible. No aceptó una sola de las propuestas de la base; ni siquiera la de Pascual Ortiz Rubio que promovió a un candidato, primero, como aspirante a diputado federal, cuando no recibió respuesta lo propuso para diputado local, y redujo su petición a una simple suplencia cuando recibió una escueta nota del secretario particular del presidente, Rogerio de la Selva, que le indicaba que tratara el asunto con el secretario de Gobernación.

La experiencia de las primarias fue breve. En 1951, una reforma a los estatutos del partido restableció las convenciones como mecanismo para elegir candidatos a los cargos de elección popular. Muy pronto se supo que las convenciones eran en realidad un asunto de palomeo. La historia que siguió fue la misma, en 1952, otra vez como seis años antes, Miguel Henríquez Guzmán quiso participar en una elección interna por la candidatura presidencial del PRI, arrebatarle el privilegio a la cúpula de ex presidentes, y lo expulsaron del partido por ansioso. No fue sino hasta 1986 que Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo protestaron y exigieron que la elección del candidato presidencial fuera abierta. Entonces a ellos también los expulsaron del partido. Pese a todo, asambleas bravas y reformas de estatutos, De la Madrid, Salinas, hasta Ernesto Zedillo palomearon y decidieron. Por eso el PRI es hoy como es, una organización un poco errática, y extraña como el ornitorrinco que tiene pico y patas de pato, es mamífero, vive en el agua y pone huevos. No es un problema de voluntad, es congénito.