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Parábola del traidor
H

oy está de moda hablar de traidores e infiltrados. Me gustaría regresar a las definiciones o, mejor aún, a Shakespare y las tragedias personales de Marco Bruto, Coriolano o Macbeth. Releer El tema del traidor y del héroe, de Borges. Pero en México tenemos nuestro clásico: Victoriano Huerta.

Hay casi un consenso para definirlo como el traidor por antonomasia de nuestra historia. Hay un consenso paralelo que asegura que Huerta tenía pintado en la cara el letrero de traidor y que el único que no lo leyó fue el torpe e ingenuo presidente Madero. Si quienes creen esas cosas hablaran (y los escucharan) con los especialistas del tema (digamos a botepronto, Felipe Ávila, Javier Garciadiego, Adolfo Gilly, Bernardo Ibarrola, Josefina MacGregor, Ariel Rodríguez Kuri), disiparían o al menos matizarían tantas certezas. Va mi cuarto a espadas:

El punto de partida de ese falso consenso consiste en asegurar que Madero dejó intacto el aparato político-militar del porfiriato. No fue así: en 1911 y 1912 cambiaron, en su totalidad, el personal ejecutivo de los cuatro niveles de gobierno, los congresos locales y la Cámara de Diputados federal. Asimismo, se inició un recambio técnico y generacional del alto mando del Ejército. Y los cuerpos realmente operativos de las fuerzas armadas durante el porfiriato, los rurales, fueron remplazados por irregulares de origen maderista y con mandos maderistas, que en febrero de 1913 tenían fuerza y número capaz de desafiar (como lo hicieron) a la institución castrense.

El gobierno de Madero parecía consolidarse, cuando el 8 de febrero de 1913 un par de corporaciones militares se rebelaron en su contra, liberaron a dos prisioneros famosos y, tras intentar hacerse con el poder, fueron confinadas al depósito de artillería del Ejército: la Ciudadela. Suele omitirse o relativizarse que nadie en el resto del país secundó la asonada; que todos los demás jefes militares con mando de tropa permanecieron leales al gobierno; y que fueron soldados federales, a las órdenes del general Lauro Villar, los que sofocaron el cuartelazo.

¿Por qué Madero entregó en ese momento el mando a Victoriano Huerta –por herida del general Villar–, si éste lo iba a traicionar? Porque no tenía ninguna razón para sospechar de Huerta, al contrario. Villa le avisó, otros le avisaron, dicen. Sí: avisaron de la conspiración encabezada por Bernardo Reyes y Félix Díaz desde la cárcel; conspiración en la que no tomaba parte Huerta. No hizo caso a su hermano, afirman. Respondo: si Madero hubiese atendido todas las prevenciones de Gustavo, se habría quedado en San Pedro de las Colonias en 1909. Huerta mandó a los irregulares maderistas al matadero, se asegura. Investigué en los archivos militares y las memorias de la época qué corporaciones irregulares maderistas fueron lanzadas contra la Ciudadela, y no encontré ninguna referencia precisa.

Nada hay –en el Huerta del 8 de febrero de 1913– que prefigure al traidor. Todo son atribuciones posteriores, a toro pasado, cuando es muy fácil decirlo. Un estudio inédito de Bernardo Ibarrola muestra que entre el 8 y el 17 de febrero, Huerta actuó de acuerdo con la más elemental lógica militar: no se puede atacar con columnas de infantería una fortaleza artillada, sin antes debilitarla. Y atacar frontalmente la Ciudadela condenaba a la ciudad de México a la destrucción. ¿Qué se hace en esos casos? Negociar, debilitar al enemigo.

¿Cuándo decidió Huerta traicionar?, ¿cuando los sitiados en la Ciudadela y el embajador Wilson le susurraron al oído salve, Victoriano, serás rey? Seguramente. Pero también influyó la desconfianza del gobierno al que sirvió con eficacia: el 17 de febrero, Madero cedió a las instancias de su hermano y de otros personajes, y dio a Huerta un ultimátum: o tomaba la Ciudadela en 24 horas, o lo destituía. La Ciudadela no podía tomarse y del otro lado le hablaban las brujas de Macbeth…

¿Qué me enseña esta coyuntura? Que muchas veces las acusaciones de traición o los señalamientos de infiltrado se basan en calumnias y envidias: el buen infiltrado, el verdadero traidor, sólo se conoce en el momento en que descarga el golpe. Nadie o casi nadie sospechaba de él (habría que regresar a Bruto y César o a Malinovsky). Que si se atiende a todas las voces que claman traidor, cualquier movimiento se aislaría. Porque me dejé en el tintero a aquellos críticos frontales a los que se les llamó traidores o infiltrados y nunca lo fueron. Que entre más estudio a Madero, más encuentro en las interpretaciones vulgares un afán de descalificación e incomprensión que me resultaría inexplicable sin la cultura política priísta: sólo un ingenuo, un torpe, un espiritista puede en este país proponer en serio la democracia. Por eso, hay que alterar al máximo la trayectoria de Madero hasta convertirlo en esa caricatura.

Twitter: @HistoriaPedro