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Nosotros ya no somos los mismos

Mexicanos incrustados en las entrañas del monstruo

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Onésimo Cepeda ofreció, el 25 de Marzo de 2004, una misa para festejar su cumpleaños e inaugurar el convento adjunto a la catedral de EcatepecFoto Marco Peláez
P

ues resulta que llevo ya casi un mes glorificando a nuestros heroicos paisanos que con ejemplar audacia, arrojo y emoción patriótica, se han atrevido a incrustarse en las entrañas del monstruo y estar siempre listos para conformar la quinta columna que, en un ataque de paranoia, esquina con esquizofrenia delirante, del comandante en jefe de las fuerzas armadas del país más poderoso del planeta, se le ocurriera ordenar (producto de la pataleta matutina de todos los días) tomar represalias violentas contra nuestro país. He exaltado los valores (¡Y qué valores!) que han animado la audaz incursión de algunos de nuestros valerosos en el terreno enemigo y con esmero, pese a indudables sacrificios, ir adoptando, haciendo suyas costumbres, conductas, modelos de vida. Renunciando, con todo lo que esto los desgarra, a la fibra más íntima y sensible de su ser nacional. Ningún sueño es más hermoso que el que haces realidad en la flor de la vida, rodeado de los tuyos y de otros que, aunque no lo sean, tú te encargas de anexarlos. Allí están todos ellos: abuelos, padres, hijos, nietos, primos, sobrinos, yernos, nueras: la tradicional familia mexicana, indisoluble ante la adversidad.

Pues mi sentimiento o, digámoslo sin ambages (o con ellos, al fin cuesta lo mismo), mi resentimiento surge de que pese a toda la amplia y lucidora historia que he venido presentado de algunos de los residentes de la Torre Trump, no ha habido uno que se haya tomado la molestia de agradecer las menciones sobre ellos, su estirpe y sus propiedades que, debe saberse han sido de manera absolutamente honorífica. La verdad yo esperaba una, breve pero cordial tarjeta que acusara recibo de mis comentarios y, tal vez, hasta llegara al exceso de brindarme la oportunidad de conocer su pisito a fin de que estuviera en posibilidad de describirlo, por más rudimentarios que fueran mis conocimientos frente a los de los cronistas de Burda, Vanity Fair, Vogue, Life and Stile, Town and Country y Desde la Fe, el semanario de la Arquidiócesis Primada de México en el cual se sospecha que el venerable obispo emérito de Ecatepec, Onésimo Cepeda Silva, publicaba sus sabrosas crónicas sobre las bodas y bautizos de la realeza (no se diga de sus propios cumpleaños y los picnics, las escondidillas y el jubiloso rompimiento de piñatas a que lo convocaba su compinche Marcial Maciel). Dicen, murmuran, cuchichean, que queriendo emular a don Carlos González López-Negrete, quien escribía la efervescente columna Los trescientos y algunos más en la versión encriptada de esta crónica a base de parábolas y a la que sólo tenían acceso los iniciados, o sea que era popularísima dicen, se le conocía como Los trescientos y todos los demás, y cuya autoría correspondía no al duque de Otranto, sino al obispo de Otrotanto. Yo no lo puedo dar por hecho consumado, pero tampoco como imposible. ¡Sólo Dios!, en su infinita sabiduría, conoce la verdad oculta bajo los mantos talares.

Lo que más siento haberme perdido fue conocer los llamados cuartos de pánico de cada de una estas mansiones. Ustedes seguramente recuerdan la cinta El cuarto del pánico, dirigida por David Fincher en 2002, con Jodie Foster y el actor de color Forest Whitaker (así se les llama en Hollywood a los negros o, afroamericanos, como si todos los demás fueran incoloros o transparentes).

Esa habitación es una réplica enana de la mansión, como una cápsula espacial o sección triple A de un avión de super lujo. Para entendernos mejor, como una casita del Infonavit escondida detrás de un lujoso librero de la biblioteca (intocada) o de un muro del que cuelgan armas, trofeos de caza, pesca o cualquier deporte practicado en la lejana juventud. Fotos con personeros de relieve (a los que no se les ven los dígitos en el pecho), diplomas impresos en las sucursales que los Evangelistas de Santo Domingo, tienen en las cercanías del IMT, Universidad de Columbia y Yale. En un espacio inusitado para los ocasionales habitantes de esas casitas no había carencias ni limitaciones: recámaras con divertidas literas, pero cambios de ropa solamente una vez a la semana. Cocina híbrida: eléctrica y de gas. Todos los artículos, de remota posible necesidad estaban incluidos, y los servicio de agua, gas, electricidad, teléfonos, televisión e Internet conectados de forma independiente del resto del condominio o la casa. También, se me pasaba, un completísimo botiquín e instrumental médico de emergencia y, por supuesto, la munición de boca, amplia, variada, rica y saludable que, cuidando sus particulares requerimientos por enfermedades, preferencias o antojos, fuera suficiente para resistir los 30 días que el Comité de Suprema Inteligencia, Estrategia y Prospectiva del Pentágono, la NASA y la CIA, tienen considerado que dure, como máximo, un embate conjunto encabezado por Kim Jong, de Corea del Norte, la República de Andorra, el principado de Mónaco, la República Bolivariana de Venezuela (¡Duro Maduro, duro!) y lamento no poder incluir el municipio de Saltillo que sigue en manos del PAN. Reunidos con el Presidente don (Don-ald), el director de la FBI, James Comey… Perdón, éste fue sólo un ensayo (dicen que el señor Presidente confundió el nombre y el pobre Comey extendió la mano para jurar pero no le dio tiempo de darle vuelta para cobrar). También el señor Thomas Horman, director del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, y otros importantes funcionarios más, cuyos nombres no vale la pena mencionar porque su paso por la nómina de la Casa Blanca puede ser etérea, evanescente. Se trataba de una investigación sorpresa a los condóminos de las mentadas TT (Torres Trump, of course) porque, ¿sería concebible que a esos monumentos a la Grandeza de América, a la supremacía de una pigmentación de la piel, escasa de melatonina, las penetraran unas hordas que eran el ejemplo de las diferencias entre los primates y nosotros? Aquí no se iba a tolerar a niñas con afanes intelectuales que, en vez de ser incluidas en los programas contemporáneos, fueran registradas por la literatura universal y, con sus paginitas lloriqueonas, consiguieran ser llevadas al cine mundial: El diario de Ana Fran Kahuistle, mozuela originaria de la tribu asentada en Laguna Grande de la Nueva Vizcaya (Parras), pusieran en duda el proyecto de que, recuperando su grandeza los WASP, los esclavos automáticamente subirían de escalafón: bozalones, ladinos, criollos mulecones y mileques. Con suerte, hasta podrían ser considerados humanos. Pero no me queda, para variar tiempo/espacio. Tan sólo una duda personal: ¿los mexicanos cuyos nombres he mencionado con el agregado de propietarios o inquilinos de las TT, reaccionarían igual Miep Gies, Victor Kugler, Johannes Kleiman, Bep Voskuijl, en defensa y protección de sus compatriotas?

Me falta hacer referencia a la familia Sacal, padre e hijo, y al abuelo por cuanto éstos le deben. A don Francisco Beckmann Vidal, quien según se dice, tiene una inversión de 15 millones de dólares en las multicitadas torres. Inversión de la que no pienso hipócritamente deslindarme, pues me informan que es el accionista poseedor de 70 por ciento de las acciones de la empresa Tequila Cuervo. En alguito he contribuido y nunca he recibido regalías. No puede quedárseme fuera don Alejandro Ramírez Magaña, a quien con cierta regularidad, mi familia y el suscrito se caen con su pequeña colaboración para la cuota de mantenimiento. Pero resulta que yo ya quiero desafanarme de esta bronca y no me lo permiten. Más tardo en localizar un colono exitoso cuando ya me sale otro: ¿Cómo ven que don Rafael Márquez (cuyo nombre –ignaro de mi–jamás había escuchado) está vendiendo el departamento adquirido el 30 de diciembre de 2010 en 6.4 millones de dólares en la cantidad de 8.6 millones? Cantidad seguramente muy inferior a los salarios de todos los investigadores de cualquier instituto de la UNAM o del Colegio de México. Ni modo, en la bolsa se cotizan más las extremidades inferiores que las neuronas. Y todavía nos falta.

Twitter: @ortiztejeda