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Fundan la asociación Dinastía Imperial, que ayudará a compañeros retirados y activos

Nadie imagina el dolor de luchar con el cuerpo destrozado: Villano IV

Expuestos a lesiones y sin seguros médicos

Los veteranos siguen trabajando para mantener a sus familias

No avisan si están lastimados, pues temen que los empresarios los excluyan

Foto
Shaolin, El Villano V Jr, Kaving, El Villano IV y Ray Mendoza Jr, durante un entrenamientoFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Martes 15 de agosto de 2017, p. 9

Sólo quedaron en el cuadrilátero El Villano V y Brazo de Platino. Cada uno con la responsabilidad de saldar el honor de sus compañeros caídos minutos antes. Ray Mendoza Jr, nombre real de El Villano V, tenía 54 años y casi cuarenta entregado a la lucha libre. El rival mucho más joven y fuerte hizo sentir esa ventaja natural: en la refriega le zafó el hombro izquierdo al veterano. Éste sólo volteó gesticulante hacia su hermano, Villano IV, quien miraba desde abajo, y en medio del dolor le gritó que no podía más, que estaba lastimado. Le pidieron que se rindiera. No lo hizo.

El Brazo pudo ganar el duelo en ese momento. El rival estaba devastado, pero aún así, herido, siguió luchando. El joven gladiador intentó liquidar con un salto mortal, pero falló en el vuelo. Ray, con el hombro dislocado, aprovechó su experiencia para someterlo en la lona y conseguir la espalda plana que le dio la victoria.

Ese sábado 3 de marzo de 2012, la Arena Neza estaba enloquecida. Según crónicas de esa noche, el público incluso ofreció dinero a los vencidos. El Villano IV subió a celebrar con su hermano la penosa victoria, pero Ray Mendoza se veía afligido. En medio del alboroto le confesó que estaba en malas condiciones. Me siento mal. No puedo más; creo que ya es tiempo. Me voy a retirar, dijo de manera repentina.

Pero Ray siguió luchando pese a las lesiones. Meses más tarde, un día antes de viajar para una gira en Japón, volvieron a dislocarle un hombro, ahora el derecho. Tres días después, allá, en la arena Korakuen, el irlandés Fit Finlay le aplicó un martinete que lo dejó paralizado por un momento. Ese día decidió por fin dejar la lucha.

Sólo Ray sabía lo que sentía cuando me dijo que era tiempo de retirarse, dice El Villano IV, hermano de Ray, pero aún activo a sus 52 años, pese a las lesiones que se notan en el renqueo de su pierna derecha; se veía fuerte, como siempre, pero que dijera que era tiempo de irse para no hacer el ridículo, para no dar lástimas, me hizo pensar en cómo sería su dolor para tomar esa decisión.

Riesgo latente

El cuerpo de los luchadores trabaja siempre en los límites del sufrimiento. Los vuelos y caídas los mantienen siempre en riesgo. Ningún cuerpo, ni articulación ni músculo, puede soportar semejante castigo cotidiano. La mayoría tiene que acostumbrarse a convivir con el sufrimiento.

Nadie se imagina el dolor que cuesta subirse al cuadrilátero con el cuerpo destrozado, comenta El Villano IV; “no sólo es dolor físico, es también impotencia de que ya no puedes moverte como antes; moralmente eso también duele, pero seguimos luchando –a pesar de estar en edad de retiro– porque tenemos hijos que sacar adelante”.

Nadie quiere pensar en el retiro. No sólo por el esplendor del espectáculo, sino porque dejar la lucha libre es entrar al desempleo. Los trabajadores de la lucha no tienen seguros de ninguna clase, fondo de pensión o alguna previsión que les permita irse tranquilos después de una vida entregada al cuadrilátero.

Si estás bien, te ayudará tu familia, pero otros hasta son abandonados, relata Mendoza, hoy con 57 años; lo más triste es que después de que les llenaste los bolsillos de dinero a los promotores, con la mano en la cintura te dan una patada y te hacen a un lado.

Los gladiadores se lastiman con frecuencia, entrenando y en las funciones. La desprotección en la que trabajan los obliga muchas veces a tragarse el dolor, a ocultar las lesiones y aceptar funciones; de lo contrario –cuentan los Villanos– son desplazados por los empresarios y quedan marginados.

Nos la pasamos tomando analgésicos para el dolor y desinflamatorios, comparte El Villano IV; nos inyectamos para entrenar y nos inyectamos para luchar; al final de la función estamos más doloridos y lastimados para hacer la vida normal.

Desamparo al final

Una postal trágica del desenlace que viven muchos ex luchadores quedó registrada en las páginas de La Jornada en noviembre de 2016, cuando un grupo de viejas glorias del cuadrilátero fue a la Cámara de Diputados a exponer su desamparo. La imagen era el reverso que nadie mira de un espectáculo que parece siempre estar de carnaval.

Los empresarios nos ven como objetos, considera Ray; nos utilizan y, cuando ya no servimos, nos desechan.

Si un luchador tiene la desgracia de sufrir una lesión, debe afrontar con sus propios recursos la atención médica y el proceso de rehabilitación. Kaving, hijo de Ray Mendoza, sufrió una seria fractura mientras luchaba en la Arena Neza. Los gastos de la cirugía y rehabilitación los pagó el propio joven y su familia. Incluso perdió un empleo paralelo en una agencia de publicidad en la que tenía que subir y bajar escaleras.

Si juntaste dinero en la lucha, te lo gastas todo en tu recuperación, cuenta Ray; lo vi con mi papá y lo veo con mis compañeros, es lo que vive la mayoría de los luchadores. Por eso es triste que no avisen a las empresas que se lastimaron, pues temen que ya no les den trabajo.

La familia Mendoza, fundada por el legendario luchador Ray Mendoza, y semillero de la dinastía de los Villanos, conoce estas historias. Son parte de su memoria familiar. Recuerdan al padre padeciendo el lado áspero de este trabajo, jadeando para sacar adelante a los hijos, a los hermanos atormentados por las lesiones. Han visto compañeros en desgracia y ellos mismos conviven con las secuelas de este oficio.

Así, fundaron la asociación civil Dinastía Imperial, para apoyar al gremio. Para mejorar las condiciones laborales, encontrar formas de proteger a trabajadores tan expuestos y desprotegidos.

Esos compañeros que fueron (en noviembre pasado) al Congreso son reflejo de lo que vivimos, dice Ray; el luchador no es visto como grupo vulnerable ni por la sociedad ni por la ley. Como trabajadores no tenemos ninguno de los beneficios que tiene cualquiera que labora en una empresa.

Ayuda a colegas

La asociación buscará fórmulas para atraer donaciones, organizará actividades a beneficio de los luchadores, no sólo los que están retirados y sin pensión, sino también para los que están activos y lesionados, en proceso de rehabilitación o necesitados de atención médica especializada.

Nos hacen falta recursos, hemos pedido ayuda de instituciones, pero muchas veces las primas de los seguros son demasiado altas, explica Ray; cuando escuchan luchador, inmediatamente dicen que no. Necesitamos convencer a las aseguradoras de que la primera que nos dé cobertura va a atraer a todos.

También desarrollarán programas para que los ex luchadores entrenen a jóvenes y para ejercer oficios que les permitan tener ingresos.

Después de contar ese costado hostil de la lucha libre, los hermanos Mendoza se notan conmovidos. Ray sale apresurado de su departamento para atender a sus pacientes; su padre, el mítico Ray Mendoza, le permitió debutar hasta que terminó su carrera universitaria de dentista. El Villano IV también se marcha. Sale enmascarado a la calle y saluda a los curiosos; camina con un renqueo por los estragos del oficio. No puede retirarse, no –repite– mientras tenga la responsabilidad de un hijo pequeño. Seguirá subiendo al cuadrilátero a ejercer el oficio de toda su familia.