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Reportaje / turismofobia

Urge una revisión, o acabarán matando a la gallina de los huevos de oro: experto

Agrupaciones declaran la guerra a la saturación turística en España

El país recibe más de 65 millones de visitantes al año

Hastío de residentes en Barcelona

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Pinta en el parque Güel, en Barcelona. Turista: tu viaje de lujo, mi miseria diariaFoto Afp
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 15 de agosto de 2017, p. 23

Madrid.

Marc Ripoll es un escritor de viajes que vive con su familia –su pareja y tres hijos– en el barrio gótico de Barcelona desde hace más de 20 años, pero en un semanas hará la mudanza y se irá para siempre del barrio turístico por antonomasia de su ciudad por el profundo hastío que siente ante la degradación de su colonia. Casos como éste se repiten cada vez más en las principales ciudades españolas ante el aumento del turismo que este año aspira a superar 70 millones de visitantes.

Aparte de la expulsión de los residentes existen otros efectos perniciosos del turismo en ciudades como Barcelona, Valencia, San Sebastián o Palma de Mallorca: degradación del espacio urbano, deterioro del medio ambiente y oferta laboral precaria y enfocada sobre todo al sector servicios. Ante esta realidad, en semanas recientes grupos juveniles han emprendido acciones para llamar la atención hacia este fenómeno, y hablan incluso de una declaración de guerra.

El gobierno español y los representantes del sector respondieron furiosos a los actos de estos grupos y los llegaron a acusar de perpetrar terrorismo callejero.

Las agrupaciones Arran, en Cataluña, o Ernai, en el País Vasco, ambas vinculadas a la izquierda separatista, han decidido plantar cara al fenómeno de la saturación turística con acciones simbólicas que pretenden llamar la atención sobre los estragos del turismo en la vida cotidiana de los barrios, lo que ha despertado un debate sobre el turismo y sus efectos.

Entre las acciones de estos grupos están, por ejemplo, ponchar llantas de autobuses turísticos, inutilizar las bicicletas que alquilan los visitantes para recorrer la ciudad, tirar confeti en un restaurante de lujo y gritar proclamas en la zona donde los turistas ricos tienen sus yates en el puerto de Palma de Mallorca.

España es una de las máximas potencias en turismo: cada año recibe más de 65 millones de visitantes extranjeros, lo que representa algo más de 80 mil millones de euros anuales. Esta actividad es uno de los pilares de su economía al dar trabajo a más de 2 millones y medio de personas, lo que significa 15 por ciento del empleo total en el país. Para los políticos y los empresarios del sector representa una especie de maná que hay que cuidar y promover con todos los medios posibles, aunque a su paso deje una estela de daños colaterales que nadie, al menos hasta ahora, tomaba en cuenta.

El colectivo Arran es la rama juvenil de la estructura creada por la izquierda independentista catalana. Sus objetivos prioritarios son alcanzar la independencia de su país del Estado español, pero también luchar contra un modelo capitalista de explotación que tiene su rostro más feroz en el turismo, que, a su juicio no sólo destruye los barrios, explota a los jóvenes y promueve un modelo machista de la sociedad, sino que también alienta una cultura de consumo irresponsable que destruye el medio ambiente. Un vocero de Arran, que prefirió no ser identificado con su nombre, explicó a La Jornada sus motivos para iniciar la campaña contra la saturación turística. Somos una organización feminista y anticapitalista, y como tal queremos revocar este sistema neoliberal. Creemos que el modelo turístico, que nace con el franquismo, es contrario a la vida, pues lo primero que hace es precarizar el mercado de trabajo con horarios interminables y sin contrato. Además, le declara la guerra al medio ambiente al destruir miles de hectáreas en todo el país.

Barcelona es quizá la ciudad que mejor explica esta fenómeno: es la que más visitantes extranjeros recibe al año, que se concentran sobre todo en el casco histórico. Marc Ripoll, autor de una docena de libros sobre viajes, explicó a este corresponsal los motivos de su hastío, el porqué finalmente decidió tirar la toalla y abandonar para siempre el barrio en el que ha vivido 20 años: “el simple de hecho de salir a la calle y tener que caminar entre centenares de turistas se vuelve pesado, aunque lo peor es la cantidad de tiendas de barrio (ferreterías, pastelerías, librerías, mercerías…) que han cerrado para reconvertirse en tiendas de ropa y de recuerdos”. Y añadió: nosotros nos vamos por hastío, pero hay gente que se tiene que ir porque no puede pagar los alquileres.

Iñaki García es un vecino del céntrico barrio de El Raval y también lleva varias décadas siendo testigo del cambio en la ciudad: la saturación turística hace la vida imposible y expulsa a los residentes por la especulación inmobiliaria. La compra de edificios enteros por inversionistas de todo el mundo deja muy poco beneficio para la ciudad, precariza el empleo y el negocio es sólo para los grandes operadores. Otro vecino, Joan Cantú, señaló: no hay duda de que el turismo es un motor de la economía de la ciudad y genera muchos puestos de trabajo, pero el crecimiento desordenado de los últimos años ha provocado que los que somos de Barcelona sintamos que nos han robado la ciudad, que sus calles ahora son de los turistas, y, lo más grave, que muchas veces ni siquiera respetan las normas básicas de convivencia.

Prácticamente toda la clase política ha condenado las acciones emprendidas por los jóvenes vascos y catalanes, a los que han llamado desde imbéciles hasta terroristas, además de definir sus acciones como turismofobia. Los más duros han sido los líderes del derechista Partido Popular (PP), con el presidente Mariano Rajoy por delante, quien calificó a los responsables de estas acciones de gente de nula inteligencia y hasta amenazó con utilizar todos los medios represivos del Estado para castigar a los responsables, incluso con la ley antiterrorista que prevé la figura de la violencia callejera.

El vocero de Arran explicó al respecto: “nosotros somos un movimiento revolucionario, nuestro objetivo es un cambio estructural y por eso no podemos permitir que el modelo turístico se base exclusivamente en la explotación laboral, en los grandes lobbys de capital extranjero. No estamos en contra de los turistas, simplemente entendemos que el turismo es una forma de aprendizaje, pero como en todos los aspectos de la vida proponemos que sea desde una economía al servicio de las personas. El modelo de turismo que se presenta como la única opción posible es de sol, playa y borrachera. En esto estamos en contra. Y entendemos que se nos está declarando la guerra al echarnos de nuestros barrios y ofrecernos trabajos de mierda”.

Los empresarios vinculados al sector y las autoridades del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat de Cataluña condenaron las intolerables acciones y advirtieron del riesgo de que se rompa la armonía de convivencia entre los vecinos de Barcelona y los turistas. Condenas a las que se han sumado todos los sectores involucrados en el turismo y la mayoría de los medios de comunicación.

Ripoll reconoció que no le parecen mal los planteamientos teóricos de agrupaciones como Arran o Ernai, pero que no comparte actos como ponchar llantas de autobús, ya que se puede desvirtuar el debate y derivar en actos violentos. Mientras Iñaki García, residente de Barcelona, apuntó que existe un movimiento vecinal que está luchando contra la violencia inmobiliaria para defender el derecho a la vivienda.

Las acciones de Arran han provocado una reacción desmesurada que no se corresponde con la realidad, han servido de pretexto para defender a la industria turística e inmobilaria y para criminalizar la respuesta social”. Cantú reconoció que no comparte las acciones violentas, pero me parece ridículo compararlo con terrorismo callejero.

Los militantes de Arran no hablan de un ataque sino de un acto de autodefensa.

Ripoll resumió: “el turismo es un sector que sin duda aporta mucha riqueza, pero es necesaria una profunda revisión y estudiar cuál es el costo y qué repercusiones provoca en la población local. Sólo así podríamos evitar el crecimiento de lo que llaman turismofobia y el riesgo de acabar matando a la gallina de los huevos de oro”.