Opinión
Ver día anteriorViernes 18 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

Trump desenvaina

Trudeau reivindica

Peña Nieto pepena

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a llamada renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) inició con posiciones rígidas: Donald Trump arribó a la mesa con la espada desenvainada; Justin Trudeau lo hizo con temas específicos en los que dice no estar dispuesto a dar un paso atrás; y Enrique Peña Nieto… bueno, el inquilino de Los Pinos simplemente llegó a la pepena, a levantar lo que le dejen, si es que algo le dejan.

Los representantes de los tres gobiernos (Robert Lighthizer, Chrystia Freeland e Ildefonso Guajardo) sonrieron para la foto, pero nadie se movió un milímetro. Y lo primero que hizo el mexicano fue refrendar el enorme gusto que a su gobierno le provoca jugar al tío Lolo: todas las negociaciones siempre empiezan en puntos distantes y el proceso es justamente para eso, para tratar de analizar la posibilidad de llegar a un terreno común (léase aceptaremos lo que nos impongan). El punto es que Estados Unidos y Canadá llegan con una agenda clara y México… bueno, México.

Habrá que estar atentos al proceso, pero en vía de mientras ¿cómo ven todo esto los especialistas? El Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC) aporta su análisis y de él se toman los siguientes pasajes.

Tras 23 años de vigencia del TLCAN la renegociación del mismo no inicia como consecuencia de un deseo de profundizar la relación (como supuestamente ocurrió en los 90), sino como un cuestionamiento por parte del gobierno de Estados Unidos sobre quién ha obtenido los mayores beneficios y si ha sido justo para los trabajadores de ese país. La renegociación marca una ruptura de visión entre las grandes empresas de Estados Unidos y su gobierno.

A diferencia de hace 25 años, cuando las negociaciones del TLCAN provocaron una convergencia entre los intereses de los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá con los de las grandes empresas en América del Norte, hoy se parte de la divergencia. En este sentido, la renegociación surge con una postura defensiva y que ve al pasado por parte de los tres gobiernos: el estadunidense que quiere recuperar el control del proceso comercial y de las manufacturas que perdió hace 20 años; la mexicana y canadiense que intentan regresar a la década de los 80, cuando la apertura comercial irrestricta era la tendencia global; y la de las empresas trasnacionales que han obtenido beneficios que desean preservar.

El problema es que la postura conservadora no atiende el origen del mismo: la pérdida de productividad y competitividad de América del Norte frente al Pacífico asiático, el gran ganador del TLCAN. Lo barato de importar en el corto plazo ha ocasionado que América del Norte acuse una profunda pérdida de empleo y de innovación tecnológica frente al Pacífico asiático.

Si las posturas de la negociación no se modifican, la renegociación terminará sin propiciar una nueva relación productiva para América del Norte que le permita reducir su dependencia respecto de los insumos intermedios y bienes de capital que se producen en el Pacífico asiático y que han provocado la ruptura de las cadenas productivas en la región del TLCAN.

Para México el desafío es mayor: debe enfrentar el objetivo que el país vecino tiene de que el nuevo TLCAN se apegue más a su sistema legal, la directriz de la Casa Blanca es clara, pues la autoridad de la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos establece: la Agenda 2017 esboza las cuatro prioridades comerciales de la nueva administración; es decir, promover la soberanía de Estados Unidos, hacer cumplir las leyes comerciales de ese país, aprovechar su fuerza económica para expandir exportaciones de bienes y servicios y proteger sus derechos de propiedad intelectual.

México debe ser claro en la renegociación, porque hay intereses que no necesariamente son convergentes: el de los respectivos gobiernos, el de las grandes empresas, el de las empresas mexicanas, y el elefante en el cuarto el de los países asiáticos que son proveedores de insumos intermedios y bienes de capital y que triangulan sus productos en América del Norte.

Por ello la directriz de la negociación para los representantes mexicanos debe ser preservar el interés y la soberanía nacional en un entorno global que ha modificado su tendencia: el nuevo gobierno de Estados Unidos prefiere acuerdos individuales respecto del marco multilateral, porque estima que es la mejor manera de obtener una ventaja en la negociación.

Además, se debe establecer que al incorporar los aspectos laboral, energético, de compras de gobierno, medioambiental, de derechos de propiedad, por citar algunos, la negociación va más allá de lo comercial, en realidad debería representar el inicio de un acuerdo más integral, que para comenzar, implicaría otro nombre.

Las posturas de los tres integrantes del TLCAN no sirven para revertir el problema de fondo. En América del Norte se cometió el error de considerar que la mejor política industrial es la que no existe, una factura que está costando empleo e inversión en toda la región, algo que el actual proceso de renegociación no está considerando resolver. En el caso de México, el análisis de las tendencias de la economía global se encuentra atrapado por una visión local, mono globalizadora, enmarcada por la comodidad de una creencia dogmática: la firma de tratados de libre comercio es suficiente para que la economía tenga un mejor desempeño.

Otro aspecto es el reloj político, pues se intenta concluir la renegociación antes de que inicie el proceso electoral de 2018, algo poco deseable para un tratado que tiene una alta incidencia sobre la economía mexicana. Por la relevancia y lo complejo de los aspectos a tratar, será necesario tener dos horizontes de tiempo en la negociación: uno, de corto plazo, en el que se distiendan las diferencias comerciales; otro, de mediano y largo, que construya una nueva asociación económica, capaz de afrontar los desafíos globales que van más allá de los temas comerciales.

Las rebanadas del pastel

Que el ex director de Pemex, Emilio Lozoya Austin, no se fugará y sí dará la cara, asegura su abogado, Javier Coello Trejo. Ajá, pero la broma es vieja y muy mala, porque en vivo y a todo color la hizo Javier Duarte de Ochoa, sólo para –de inmediato– fugarse y no dar la cara, lo mismo que Roberto Borge y César Duarte. Y el chiste va por cortesía de la PGR: en el caso Odebrecht, todo el peso de la ley, sin excepciones. Juar, juar.

Twitter: @cafevega