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José Narro, el gran ilustrador
P

rimero una advertencia: este José Narro no es el actual secretario de Salud, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y quién sabe cuántas cosas más. Tampoco es Narro Céspedes, del Partido del Trabajo. El país tiene suerte; vale la pena dejar claro que hay un homónimo que, por cierto, no demerita, aunque su tirada es totalmente distinta.

Así lo deja claro un libro que no debería haber pasado inadvertido, especialmente por los interesados en las artes plásticas. Se publicó no hace mucho en México, pero no ha generado mayor interés de nuestros compatriotas. Es una obra del “tal Rius”, nuestra dolorosa pérdida de los días pasados, uno de los moneros más destacados en toda la historia de este país y quizá quien más ha influido en la forja del ideario inconformista de mi generación y de muchas otras.

La obra se titula El maestro Narro (México, Panorama, 2010) y se refiere a un ilustre catalán que vivió las últimas cuatro décadas de su vida en Guadalajara. Rius lo define sin tapujos como el mejor ilustrador de Iberoamérica, no obstante lo cual –se lamenta y la mienta– ni los catalanes ni los mexicanos le hemos reconocido sus enormes méritos.

Nacido en Barcelona en 1902, Narro Celorrio fue –como tenía que ser– republicano y catalanista. Al término de la guerra civil salió a Francia y fue a dar a un campo de concentración donde la pasó muy mal. De tal manera, como no había tenido mayor significación política en España, con tal de abandonar el campo prefirió regresar a Cataluña. Pero ahí tampoco le fue bien. Eran los años 40 y la represión franquista estaba en todo su esplendor.

Narro es uno de los tantos republicanos que, hostigado por el régimen franquista, salió con disimulo por el puerto de Barcelona y por ello no es contado, erróneamente, como refugiado político. En 1950 lo encontramos ya a salvo en el Distrito Federal y, dos años después, casado con una tapatía, se instaló definitivamente en Guadalajara.

Tanto porque esta ciudad se hallaba en aquellos tiempos al margen de cualquier movimiento editorial como por la sordera que le dejó la guerra, que se fue incrementando hasta volverse absoluta, fue quedando muy aislado del resto del mundo y, si bien no le faltaron nunca libros por ilustrar, tampoco mantuvo relaciones con otros colegas, dándose el caso de que más de uno creyó siempre que residía en Cataluña. Apenas cuando fue declarado por editores del mundo de habla hispana como el mejor ilustrador de Iberoamérica, los más curiosos o metiches vinieron a saber que vivía y trabajaba en este rinconcito del planeta.

Los mismos catalanes residentes en Guadalajara desconocían su existencia. Solamente el director de aquel heroico Boletín de Información Catalana, que se editó cada mes en Jalisco desde 1961 hasta 1976, mantenía contacto con él gracias a su buena y generosa aportación de cartones alusivos a la represión franquista.

Narro murió sin pena ni gloria en esta ciudad en 1994. Nadie dijo nada de él hasta que Rius le rindió el homenaje referido. Quizá valdría la pena hacer algo más para preservar su memoria y enriquecernos con el conocimiento de su obra.

En memoria del tal Rius