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Penultimátum

Limpiar imagen de pederastia en la Iglesia

D

aniel Pittet tiene hoy 60 años, pero cuando apenas cumplía ocho, un padre capuchino abusó sexualmente de él en la ciudad suiza de Friburgo. Durante cuatro años lo hacía cada semana. El sufrimiento que pasó lo describe en el libro Le perdono, padre, en el que absuelve a su violador: Joël Allaz. Muchas personas no pueden comprender que no le odie, escribe Pittet. Le he perdonado y he construido mi vida sobre este perdón.

El libro ha tenido gran difusión a través de la jerarquía eclesiástica porque, como señalan algunos críticos, se trata de limpiar la imagen pederasta que arrastra la Iglesia. Y además, porque el prólogo fue escrito por el papa Francisco, quien conoció a Daniel en 2015 en el Vaticano. Entonces elogió su testimonio por la importancia de que llegue a otras personas, para que todas entiendan cuán profundamente puede penetrar el mal incluso en el corazón de un servidor de la Iglesia. Y porque testimonios como el suyo hacen posible superar el silencio de plomo en torno a los escándalos y sufrimientos, pues aportan luz a una oscuridad terrible que se esconde en la vida de la Iglesia.

Francisco destaca en el prólogo que muchas víctimas abusadas por religiosos durante su infancia incluso se han suicidado. Estos muertos pesan en mi corazón, así como en mi conciencia y en la de toda la Iglesia. Quiero expresar mi amor y mi dolor a sus familias y pedirles perdón desde la humildad.

Una de las novedades de esta enésima denuncia de abuso sexual por parte del clero católico es que en el epílogo del libro el cura pederasta que abusó de Pittet unas 200 veces expresa su arrepentimiento. La editora del libro y la Iglesia califican de manifestación sincera de sus actos lo que el violador confiesa: No puedo pagar la deuda contraída con mis víctimas. Procuro, cuando es posible, encontrar soluciones. Por esta razón acepté testificar en el libro de Daniel. Y que ya no siente ese tipo de impulso que lo llevó a destrozar la vida de decenas de personas.

Por su parte la policía de Suiza comprobó con datos irrefutables que, por lo menos, Allaz agredió sexualmente a 24 niños tanto en ese país como en Francia, donde fue transferido a varias diócesis y continuó su camino delictivo entre 1958 y 1995.

Pitter señala en su libro que son más de 150 los menores que sufrieron abuso sexual por parte de Allaz. Y que la inmensa mayoría no se atrevió a denunciarlo por el entorno religioso que reinaba en las ciudades donde el capuchino ejercía como pastor de almas. Por su parte, el poder civil hizo nada por castigar al depredador.

Tanto en Italia como en España el libro lo ha presentado y elogiado la alta jerarquía eclesiástica, tan complaciente con los curas pederastas. No sería sorpresa entonces que en México lo haga el cardenal Norberto Rivera.