Opinión
Ver día anteriorJueves 31 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Circo sin animales?
E

n nombre de la protección de los animales y contra los malos tratos que pudiesen infligírseles, cobra consistencia en Francia el proyecto para prohibir la presencia de estos encantadores seres vivos en los circos. Los partidarios de esta posible legislación consideran que los animales en el circo llevan una vida de prisioneros cuando se les enjaula, víctimas supliciadas cuando se les amaestra con la finalidad innoble de exhibirlos en una arena.

¿La relación del domador con el animal es de amor o de persecución? Esta ambigüedad es acaso inherente a eso que se llama amor. Y el domador debe amar al animal para poder domesticarlo. Volverlo su semejante, a final de cuentas, al enseñarle sus gestos y convivir cada día con él.

Lejos de las arenas romanas donde corría la sangre de gladiadores, capaces de defenderse, y de mártires cristianos arrojados a los leones para regocijo de la multitud, la vida cotidiana de los animales, más o menos amaestrados, puesto que el domador corre el peligro de ser devorado por un tigre en un lapso de distracción, como la hermosa chica cubierta de lentejuelas se arriesga a ser aplastada por la pata bailarina de un elefante, bajo la cual ella se acuesta, la vida, pues, de los animales, si no es paradisiaca, tampoco es un infierno. Son animales mejor nutridos que buena parte de la población humana y a los cuales se premia por el éxito de sus números circenses. Consentidos y acariciados por amos cuyo modus vivendi depende de la maestría de sus animales.

Un contorsionista somete su cuerpo a una disciplina equiparable a la tortura, un funámbulo o un trapecista arriesga su vida, enanos y gigantes son exhibidos ante las carcajadas que desatan como payasos. Un circo no puede funcionar de otra manera. Es ante todo un espectáculo durante el cual se distrae a los asistentes de sus tareas y preocupaciones diarias haciéndolos reír, pero también enfrentándolos a la inminencia de la muerte. Risa y miedo son los dos elementos básicos de este maravilloso espectáculo. Júbilo y temor, ejes de la existencia humana y, acaso, de un inicio de reflexión.

Los adeptos de las nuevas políticas correctas, conformes y uniformes, poseen la manía de tratar de decidir por los otros lo que es bueno y lo que es malo, lo sano y lo dañino, lo verdadero y lo falso. Su maniqueísmo reduce a dos bandos, más imaginarios que reales, la riqueza de la vida y del pensamiento. Sean higienistas que, en nombre de la salud, militan contra el cigarro, el alcohol, el consumo de cualquier producto proveniente de los animales, carne, huevo, pescado o leche. Sean adherentes a sectas con visos religiosos que, si se les diese una oportunidad, impondrían ritos y costumbres de manera dictatorial a la población. Sean partidos políticos extremistas o militantes de causas más que dudosas. La libertad de conducta y, sobre todo, la tan peligrosa libertad de pensamiento, parecen ser los enemigos principales de quienes han decidido tener la razón sobre cualquier otra razón. Línea limítrofe entre el debate y el fanatismo.

Después del circo, vendrá el zoológico sin animales. Si en las arenas circenses queden tal vez los actores pertenecientes a la especie humana, ¿qué quedará en un zoológico?

Me atrevo a sugerir una proposición para poblar los zoológicos, sin desde luego tratar de imitar el genio del escritor irlandés Jonathan Swift, ni de parodiar su Modesta proposición para impedir a los niños de los pobres quedar a cargo de sus padres o de su país y para volverlos útiles al público, texto irónico donde el autor propone, ante la sobrepoblación y la miseria de Irlanda en el siglo XVII, servirse de los recién nacidos en familias pobres como alimento de los ricos. Crítica sarcástica contra los opulentos y la situación social de su país.

Humilde sugerencia: ¿por qué no meter en las jaulas a violadores, asesinos, tiranos, explotadores y otros ejemplares de la degeneración de nuestra especie para meditación de los asiduos a los zoológicos?