Opinión
Ver día anteriorDomingo 3 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cambio de piel ¿Y de alma?
L

os escarceos en torno a la sucesión presidencial dejaron de ser coto del priísmo. Hoy se cuecen habas en todos las latitudes; incluso quien parecía blindado por su condición de candidato adelantado y único, Andrés Manuel López Obrador, tiene enfrente su primera tormenta sucesoria. Nadie está a salvo.

En el PAN, bajo fuego graneado, su presidente sigue acosado por las huestes calderonistas que, con Margarita a la cabeza, reclaman mano en candidaturas y consejos. En el PRI, todo queda en manos de monaguillos del gran elector: de la calidad del proceso y de la vocación de sus correligionarios para adorar mitos de otros tiempos. Del PRD mejor ni hablar, porque los balbuceos de sus ayer pastores no logran configurar palabra política.

El cuadrilátero está dispuesto para el espectáculo de masas pero no para hacer política como lo reclaman los tiempos y debería mandarlo la razón histórica o de Estado. Por esos rieles corre la política que todavía algunos califican de normal aunque pocos se atrevan a llamar hoy democrática.

Alejada de la inspiración justiciera, de pensar y recrear lo popular inserto en un horizonte de defensa y fortalecimiento nacional, esta política es incapaz de construir un orden democrático, un Estado de derecho, un régimen moderno de protección social. Sin embargo, es desde estas malhadadas coordenadas que debemos emprender una búsqueda de señas de identidad; nutrida de la tradición y la memoria, pero portadora de los rasgos distintivos en el carácter, el talante y los reflejos colectivos e individuales, que nos ha dejado el torbellino globalizador .

En Los grandes problemas nacionales, de don Andrés Molina Enríquez, se inspiraron los esfuerzos de quienes desde la lucha armada y luego en el Constituyente pretendieron darle savia a los Sentimientos de la Nación del cura Morelos. Precisamente se trataba de aminorar los contrastes y los extremos de injusticia e indefensión; sentar las bases de una patria republicana, por generosa y justa; de afirmar a la nación en la conversación mundial que se abría.

Así lo entendió con enorme lucidez patriótica el presidente y general Lázaro Cárdenas y así han querido entenderlo y actualizarlo los muchos mexicanos que a lo largo del siglo XX dieron sentido al reclamo de justicia social y democracia. Un lema relegado por los grupos dirigentes en aras de una modernización apresurada y epidérmica.

Con todo y sus tumbos y los excesos represivos del Estado, que en 1968 llegaron a ser criminales, el país pudo avanzar en lo económico y poco a poco en lo político, mientras la cuestión social cambiaba de piel y faz para al final volver a ser la de siempre. Pobreza de masas, ahora en las ciudades y no sólo en el mundo rural. Desigualdad impasible, apoltronamiento del privilegio y la desvergüenza.

Distancias que crecen, brechas profundas e ignominiosos muros entre nuestro norte y nuestro sur, tan lejos uno del otro y, frente a esto, la banalidad de la política y el auge del improperio, de la insensibilidad como muestra del abuso del poder y de la mofa.

Con todo esto es desde aquí donde tendrá que escribirse una nueva edición de aquellos Problemas Nacionales que siguen siendo nuestros, como lo muestran los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares y los informes del Coneval sobre el estado y evolución de la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad de los iguales.

Nuestro gran problema es el rescate de nosotros mismos, antes de que la vorágine desenfrenada del desplome nos confine. Cambio de piel pero no de alma…Esperemos.