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Aprender a Morir

Familia, frágil fama

E

ntre los muchos paradigmas que la especie humana tendrá que modificar e incluso desechar, si no quiere seguir retrocediendo, está la manera cavernaria que utiliza para relacionarse con sus semejantes y con el planeta, violentado y enfermo precisamente por la extraviada relación del ser humano con éste, encantados todos, ignorantes y cultos, débiles y poderosos, de continuar observando la ocurrencia bíblica, atribuida al mismísimo Dios, de “Creced y multiplicaos, y henchid la tierra y enseñoreaos de ella…”

Enseñorearse, es decir, desear algo, dominarlo, apropiarse y convertirse en dueño y señor de ese algo, que acabó resultando la tierra entera, sólo que para beneficio de algunos a costa del trabajo, o la falta de éste, de los más. Y con los libros sagrados, los sermones y la censura, la ferviente o temerosa adhesión a la fe que profesara, y ordenara profesar, el que se había enseñoreado de una región, país o continente.

Se centuplicaron entonces las creencias religiosas y los dogmas en torno a la divinidad, cuyos representantes en la tierra han sido los jerarcas políticos y religiosos, enseñoreados de la voluntad de los sencillos, quienes, al igual que los señores de estirpe noble, siguen formando una familia, en teoría para honrar a Dios y preservar la especie; en la práctica para aumentar fuerza de trabajo barata.Si Dios bendice la fecundidad, como afirman los teólogos, se olvidó de bendecir la oferta de empleos dignos y bien remunerados.

Para dividir una familia primero hay que formarla. ¿Por qué se dividen las familias? No por la invocada falta de valores, pues el sometimiento no es un valor, sino por el concepto prebíblico de familia que se sigue manejando en el intoxicado siglo XXI, empachado de datos. Si este planeta conserva su propensión al sufrimiento, es porque en la célula básica de la sociedad, como le dicen a la familia, más que amor hay dolor y la escasez de herramientas para vivir y convivir se traduce en batallas y desencuentros cotidianos.

Si una encuesta a escala nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, hecha en 2016, revela que una de cada 10 mexicanas sufrió abuso sexual durante su infancia por parte de familiares, así como violencia física, emocional, verbal, económica o patrimonial, es evidente que esa forma de relacionarnos ya no es funcional y sí perjudicial para una comunidad que aspire, en serio, a honrar la vida disfrutándola, no padeciéndola.