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Norcorea: entre medias verdades y matrices de opinión
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abía usted que 200 personas inspeccionan grano por grano el arroz que consume el líder supremo de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) Kim Jong-un, para evitar que le toque uno defectuoso o morir envenenado? ¿Sabía que este arroz se cocina con madera del monte Paektu, que los norcoreanos consideran sagrado?

¿Sabía, también, que en la ciudad de Wonsan, Kim practica natación en una alberca olímpica subterránea a prueba de misiles, y con su efigie dibujada con oro en el fondo? ¿Sabía que el maldito fusiló al jefe de arquitectos del nuevo aeropuerto de Pyongang, porque no le gustó el diseño?

Con esos datos, podemos entonces dar por buena la información (de fuentes reservadas), que prueba lo más espeluznante: el líder supremo de la RPDC, al igual que Donald Trump, usa peluca. Por consiguiente, queda científicamente probado que Kim y Trump están chalados. Después de Nicolás Maduro, claro.

¿De terror, no? Aunque no tanto, seguramente, como el gran concierto y banquete ofrecido el sábado pasado por Kim Jong-un a los científicos que posibilitaron la detonación subterránea de una bomba de hidrógeno. Ensayo que, según los expertos, tuvo una potencia siete veces superior a la paleolítica bomba de Hiroshima, marcando 6.3 grados Richter en los sismógrafos del puerto ruso de Vladivostok, a 130 kilómetros de la frontera con la RPDC.

Las relaciones México-RPDC nunca fueron buenas. Alineado con Washington, el presidente Miguel Alemán envió un contingente militar a la guerra de Corea (1950-53). Y en 1971, en su primer Informe presidencial, Luis Echeverría acusó a Pyongyang de entrenar guerrilleros mexicanos. Así, las relaciones se establecieron en el sexenio de José López Portillo, y el primer embajador se instaló en 1993, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.

En el decenio de 1930, los coreanos libraron la resistencia contra el Japón imperial, que desde 1910 ocupaba el país al que dieron estatus de colonia. Finalmente, con apoyo soviético, las tropas anticoloniales conducidas por Kim Il-sung, derrotaron y expulsaron a los japoneses (1945).

Corea quedó libre de la amenaza de reocupación japonesa. Pero el nuevo amo imperial, Estados Unidos, se negó a evacuar sus tropas de la península. Y así, con el visto bueno de la naciente ONU (dominada por Washington), Corea fue partida en dos, con capitales en Pyongyang y Seúl.

La arbitraria partición de Corea fue una derivación de los acuerdos de Yalta (Crimea, 1945), suscritos por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, que dividieron el mundo en zonas de influencia. Pero, a diferencia de Japón y Alemania, los coreanos se negaron a ceder su soberanía. Cosa que enloqueció al mítico y singular general Douglas MacArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico Sur.

Las dos Coreas proclamaron su independencia en 1948. Y en 1950, en coincidencia con un levantamiento nacionalista en el sur, las tropas de Kim Il-sung cruzaron el paralelo 38, llegando a las puertas de Seúl. Entonces, MacArthur lanzó una ofensiva brutal, obligando a los norcoreanos a solicitar ayuda a la flamante China Popular (1949).

MacArthur pidió a Washington autorización para emplear armas nucleares contra la invasión. Pero el presidente Harry S. Truman –quien cargaba con la destrucción de Hiroshima y Nagasaki– se negó. En todo caso, no hubo necesidad. Los aviones yanquis arrojaron más bombas sobre Corea del Norte, que sobre el teatro del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial: 635 mil toneladas frente a 503 mil toneladas, 32 mil 257, de puro napalm.

Tres años después, Corea del Norte había perdido cerca de 3 millones de almas que vivían en 78 ciudades y miles de aldeas. La investigadora de Global Research, Felicity Arbuthnot, contextualiza las cifras: “durante la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido perdió 0.94 por ciento de su población, Francia 1.35, China 1.89, Estados Unidos 0.32 por ciento, y Corea del Norte 30 por ciento… En su comparecencia frente al Congreso (1951), MacArthur admitió que nunca había visto tal devastación.

Ahora bien. Es posible que el lector inteligente se ponga a meditar sobre esos datos que figuran en copiosos estudios elaborados por investigadores y académicos honestos de Estados Unidos. Aunque también es posible que siga dando crédito a noticias tales como la del fin de Jan Son Thaek (tío y mentor político de Kim Song-un), quien tras ser acusado de corrupción fue sentenciado a morir devorado por 120 perros hambrientos. O que el corte de cabello del presidente coreano es el más elegante del país, se llama ambición, y se lo corta él mismo porque tiene miedo de los peluqueros debido a una experiencia traumática en la infancia.

Por tanto, vale preguntarse: si la comunidad internacional (o sea, Estados Unidos) concede el derecho a la defensa a probadas entidades terroristas como Israel –liderada por el más que probado criminal de guerra Benjamin Netanyahu–, ¿por qué no se le concede igual derecho a Corea del Norte y Kim Jong-un?