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Transforman células cutáneas en neuronas
 
Periódico La Jornada
Jueves 14 de septiembre de 2017, p. 2

Madrid.

Científicos que trabajan para desarrollar nuevos tratamientos para las enfermedades neurodegenerativas se han visto obstaculizados por la incapacidad de desarrollar neuronas motoras humanas en el laboratorio. Las neuronas motoras impulsan las contracciones musculares y su daño subyace a enfermedades devastadoras como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y la atrofia muscular espinal, que, en última instancia, conducen a la parálisis total y la muerte prematura.

Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis, en Estados Unidos, han convertido células de la piel de adultos sanos directamente en neuronas motoras sin pasar por un estado de células madre. La técnica hace posible estudiar las neuronas motoras del sistema nervioso central humano en el laboratorio.

Nueva herramienta

A diferencia de las neuronas motoras comúnmente estudiadas, las neuronas motoras humanas cultivadas en el laboratorio serían una nueva herramienta, ya que los investigadores no pueden tomar muestras de estas neuronas de personas vivas, pero pueden tomar fácilmente muestras de piel, explican los autores, cuyo trabajo se publica este jueves en la revista Cell Stem Cell.

Evitar la fase de células madre elimina las preocupaciones éticas planteadas al producir lo que se llama células madre pluripotentes, que son similares a las células madre embrionarias en su capacidad para convertirse en todos los tipos de células adultas. Y lo que es más importante, evitar un estado de célula madre permite que las neuronas motoras resultantes mantengan la edad de las células originales de la piel y, por lo tanto, la edad del paciente.

Mantener la edad cronológica de estas células es vital en el estudio de las enfermedades neurodegenerativas que se desarrollan en personas de diferentes edades y empeoran a lo largo de décadas. En este estudio, sólo usamos células de la piel de adultos sanos desde el inicio de sus 20 años hasta finales de los años 60, dice el autor Andrew S. Yoo, profesor asistente de Biología del Desarrollo.