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Ver día anteriorJueves 14 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ciudad y el gorila
L

os huracanes se parecen a los gorilas cuando despiertan –decía un ex director del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos–, según la cita que leí en el artículo de un heroico ambientalista de Monterrey. Pueden despertar mansos hasta rayar en la bobería o hechos un púgil revanchista y escandaloso, caminar como un niño llevado de la mano por su nana o errar como un paria en busca de sobras. Así se vieron en los altibajos y zigzagueos de su trayectoria e intensidad destructiva Harvey e Irma.

Pero, como dice la articulista Kate Oronoff de la revista neoyorquina Dissent, “el clima crea tormentas; es la gente la que los convierte en desastres como se ha podido ver este verano en Texas y Luisiana (aún no pegaba Irma en Florida) ante la devastadora secuela del huracán Harvey y las lluvias violentas del monzón que han dejado tras de sí más de mil 400 muertes en un solo mes en India, Nepal y Bangladesh.”

Por la cercanía y cierta familiaridad con Houston, sobre todo en nuestras ciudades norteñas, hay que preguntarse sobre el porqué de la severa inundación y daños que sufrió con Harvey. Es simple: una planeación urbana ausente o de laxos reglamentos puesta en manos de los actores privados de la construcción y su consecuencia: caos urbano. Sam Brody, experto de la Universidad de Texas A&M en urbanización y zonas inundables, fue claro: Houston no está preparada para enfrentar lluvias tan copiosas como las que produjo Harvey.

Aún si un error o un capricho activara las claves atómicas de los países que poseen armamento nuclear y la humanidad desapareciera de la faz de la tierra, el clima –más alterado que nunca– seguiría un patrón cíclico. Tras Harvey e Irma, en las redes sociales empezó a circular un mensaje con formato de referéndum, que preguntaba si Donald Trump debía ser objeto de impeachment (juicio por el cual se le podría destituir del cargo). El actual presidente de Estados Unidos se ha negado a firmar pactos internacionales –el Protocolo de Kioto, el más reciente Acuerdo de París– para intentar neutralizar las condiciones que propician el cambio climático, cuya principal implicación es el calentamiento del planeta. Simplemente niega que tales fenómenos tengan un carácter extraordinario o se deban a causas humanas.

Trump, y numerosos medios y opinantes que lo difunden, no han mencionado el cambio climático en estos días aciagos para las víctimas de una naturaleza trastocada por emisiones de gases contrarios a la regularidad atmosférica. Los intereses de medios y opinantes pueden ser laborales, dinerarios o de influencia ideológica; las de Trump tienen que ver directamente con la economía, que es política, que es poder. Scott Pruitt, por ejemplo, es un hombre de Trump y el responsable de la Agencia de Protección al Medio Ambiente (EPA por sus siglas en inglés). Esta vez criticó de oportunistas y fuera de lugar los señalamientos sobre el cambio climático. La Nasa ha afirmado que el cambio climático, indisociable del calentamiento global, modifica los patrones de lluvia, acelera la erosión, demora los cambios estacionales en algunas regiones, derrite la capa de hielo y la superficie de los glaciares, y altera el rango de algunas enfermedades infecciosas.

Pero mejor fotos y discursos sandios de Trump, la anécdota de Melania cambiando zapatillas con tacones de puñal por tenis y promesas de apoyo para la reconstrucción. Un apoyo que con dificultad alcanzará los 120 mil millones de dólares tan sólo para la reconstrucción de Houston, cuando el haber firmado el Acuerdo de París le habría supuesto a Estados Unidos una aportación, en abonos, de 100 mil millones de dólares al fondo internacional de desastres derivado del Acuerdo de París, del que también se habrían beneficiado, por lo pronto, Florida y Luisiana.

La naturaleza, en sus movimientos, produce devastación aun en sus espacios silvestres. Pero es la manera en que se gobierna y edifica lo que causa el mayor monto de víctimas humanas y pérdidas materiales. El área metropolitana de Monterrey aún no se repone del todo del paso del huracán Alex, debido a una mala planeación urbana.

Ahora, el gobierno del estado y el grupo de gobiernos municipales de esa área se disputan la ordenación legal de lo que fuera la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey. Una nueva ley de planeación urbana. Se corre el riesgo de que empeore. Hasta ahora la legislación ha favorecido, en perjuicio de la ciudad y el grueso de sus habitantes, los intereses de los negocios inmobiliarios.

La reforma de 1999 al municipio no ha cumplido sus objetivos de darle una real autonomía mediante la representación política coherente al hecho de considerarlo un orden de gobierno democrático (se sigue eligiendo a sus autoridades por planillas, que a menudo resultan pandillas); la potestad atribuida a la autoridad municipal sobre los bienes naturales se ha convertido en abusos contrarios a un ordenamiento urbano racional y se presta a corruptelas; no se asume que numerosas de las ciudades asentadas en ellos generan 90 por ciento del PIB, y que por tanto requieren ser tratadas como zonas metropolitanas con criterios muy distintos a los que ahora prevalecen para las que responden a una sola jurisdicción.

Las autoridades y sus cómplices en el plano de la contaminación y la edificación confían en nuestro olvido. La memoria es imprescindible para que podamos exigir a los gobiernos que no fomenten el crecimiento de los gorilas y que atenúen con políticas comunitarias los efectos de sus ataques.