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Nosotros ya no somos los mismos

Líderes estudiantiles y un rústico versillo aldeano

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Llegó el 13 de septiembre y el monumento a los Niños Héroes en Chapultepec era un hervidero. La gente siempre ha mostrado espontáneamente un gran cariño a los cadetes del H. Colegio Militar, a los de la H. Escuela Naval Militar, a los aguiluchos de la Fuerza Aérea y al H y S (heroico y sufrido) Cuerpo de BomberosFoto La Jornada
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n aquellos entonces la titularidad de la representación estudiantil en la UNAM, nos la disputábamos tres grupos: el que encabezaba la facultad de Medicina, representada por José Luis ( El Flaco) Rodríguez; el de arquitectura, cuyo líder era Pepe Beltrán, y el de nosotros. Ninguno de los otros dos tenía el menor asomo de una referencia ideológica, pero ambos formaban parte de las huestes del ya mencionado Humberto Romero, secretario particular del presidente y, en razón de los graves quebrantos de salud de que adolecía don Adolfo, el joven, muchas veces presidente en funciones. Absurda clasificación originada por el promedio de vida que a finales de los años 60 teníamos los mexicanos: don Adolfo, el viejo era, a la sazón, mucho más joven que el betabel que ahora teclea estos renglones y sus contemporáneos. Ambos líderes (Rodríguez y Beltrán) eran activistas de la derecha estudiantil, pero ni lo sabían. Apoyaban al gobierno porque era el que mandaba y pagaba, pero no entendían absolutamente nada de lo que en la universidad o en el país pasaba, tampoco les importaba. Ellos sólo querían hacer méritos para incorporarse a la nómina de planta de los servidores al servicio del gobierno… en turno. La tercera FEU era la que comandábamos Toño Tenorio y el infraescrito, y a la que dimos una modalidad totalmente novedosa: la presidencia se conformaría por un triunvirato en el que, uno de sus miembros sería, obligatoriamente, un preparatoriano. Esta idea que seguramente salió de Toño, cuyo carácter nunca fue egoísta, con tal de que no se tratara de mujeres no sólo inteligentes y bellas, sino además de dote muy considerable (Moisés Rivera dixit y Ortiz muriendo de envidia), nos acarreó los mejores resultados: los jóvenes preparatorianos se sintieron por vez primera reconocidos y tratados como militantes y no únicamente como carne de cañón. Recuerdo con gratitud y afecto a Rafael García Garza, Villamar Calderón, Pérez Correa, René Avilés Fabila, Sergio Butrón, Guillermo Vega y por supuesto a Aarón ( Al Ron) Sánchez Morales. Todos se debatían entre lo que sus compañeros esperaban de sus gestiones ante las autoridades (a cambio de su alineamiento político) para recibir una serie de beneficios (la aceptación del padrinazgo generacional de un secretario de Estado o de un gobernador que pagaran un festejo, un anillo, una ceremonia), y lo que las bases, motivadas por la Revolución Cubana y azuzadas por nosotros les exigían. Con el apoyo entusiasta y desmadroso de esa chamacada, logramos algunas movilizaciones que llegaron a preocupar a la absurda y paranoica secretaría del Presidente. La convocatoria para recordar y hacer perdurable el heroísmo de unos patriotas adolescentes, les parecía una seria amenaza, pues podría provocar en el pueblo y, sobre todo en los jóvenes, un verdadero revival de ese larvado pero permanente sentimiento anti yanqui que la penetración cultural que se acrecentaba día a día no había logrado, en ese entonces, atenuar. Por otro lado, además, estaba el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala y la emoción desbordante de la Revolución Cubana.

Lo cierto es que se llegó el domingo 13 de septiembre y el monumento a los Niños Héroes era un hervidero. La gente siempre ha mostrado espontáneamente un gran cariño a los cadetes del H. Colegio Militar, a los de la H. Escuela Naval Militar, a los aguiluchos de la Fuerza Aérea y al H y S (heroico y sufrido) Cuerpo de Bomberos. Nunca se nos ocurrió, por estar haciendo planes para escapar de los cientos de policías del Servicio Secreto, que afortunadamente eran más reconocibles que Tin Tan trepado sobre los hombros de Cantinflas o la maestra Gordillo bailando un zapateado veracruzano con el probo gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, durante la celebración de un aniversario del Issste, que deberíamos tomar unas fotos que mucho hubieran levantado nuestro ranking en la permanente pelea por demostrar la capacidad de convocatoria que distinguía a la FEU que presidíamos. El mundo de las selfies tardaría más de medio siglo en arribar.

En esas estábamos cuando se presentó el piquete de cadetes que pidió una plática con nosotros. Ya me preparaba a sorrajarles un golpe demoledor citándoles de memoria uno de los párrafos que más le aplaudían en los concursos de oratoria a mi hermanísimo Humberto Hiriart: juventud que no se atreve y sangre que no se derrama, ni es juventud, ni brilla ni resplandece. Nunca supe de dónde sacó el güero parrafada tal, pero de que era efectista para conseguir prolongado aplauso, poniendo la mano sobre un viejo Cancionero Picot, lo juro.

Palabras más palabras menos, el jovencito uniformado (¡Carajo! Como le envidiaba su uniforme. Seguramente así vestido, no habría habido quinceañera saltillense que no llegara a desmorecer de emoción al invitarme de su chambelán de 15 años. Vestidito con el uniforme de mi colegio, ya tan ajustado y lustroso que parecía chantú de seda de Petatiux, dejé el pueblo sin que nadie me hiciera el honor). Repito, para que no pierda el hilo tan lleno de nudos, de este relato. El cadete nos dijo: En nombre propio y de los alumnos del Heroico Colegio Militar, venimos a expresarles nuestro apoyo y respaldo absoluto al acto a que han convocado en recuerdo y honra de nuestros antecesores, a los que consideramos ejemplo y compromiso. Nos quedamos pasmados y, cuando me recuperé, el sospechosismo, inaugurado por Creel 50 años más tarde, había nacido en mí. Pero el jovencito continuó: este día, año tras año, conmemoramos aquí el gesto distintivo de nuestra institución: la vida que se ofrenda por la patria, siempre seguirá siendo vida. Un favor queremos pedirles –agregó con una voz de bajo volumen y lenta, como cuando se está pensando lo que se va a decir o cuesta mucho trabajo decirlo– no se empalmen con esta ceremonia que esperamos todo un año. No nos la echen abajo. Si la hacen cualquier otro domingo nosotros, sin uniforme, los acompañamos y apoyamos. Lo interrumpió un chaparrito todo ojos y cabeza: mire compa atrás de esos larguiruchos están mis padres. Esta es la segunda vez que salen de Izamal, más allá de Mérida y vinieron nada más porque me quieren ver en la escolta. Mi padre intentó entrar al colegio, pero creo que la estatura se lo impidió. Es más bajito que yo. Y terció un flacuchento, todo él, barros y espinillas: “no es por presumir, pero la güereja que está detrás del trombón es mi novia, tuvo que pasar al otro lado para tomar un vuelo a Monterrey luego aquí. Tiene que regresar hoy mismo o la corren… Toño Tenorio salvó un silencio que nos aplastaba a todos. Dijo todo sonriente y entusiasta: “¡Oigan! ¿Y si nos vamos a mi tierra, Zacatlán? Allí podemos hacer un gran acto. Se hizo una colecta en la que participaron hasta los uniformados. El viaje a la tierra de Tenorio fue como visitar Comala en tiempo de secas. Entre López Velarde y Rulfo harían una crónica de nuestra incursión a los territorios poblanos, que el más descarnado neorrealismo italiano envidiaría. Para finalizar quiero poner en sus mano un poema cuyo valor literario no discuto. Los exquisitos críticos lo pueden considerar un rústico versillo aldeano y simplón, y al contenido una joya del populismo rampante de nuestros días, para mí sigue siendo un golpe en el plexus que me desfallece. Así somos los mayores de 50 años, nacidos cuando la revolución era gobierno. Para mi amigo de siempre, Alfredo Paredes Cortés, quien durante años acompañó con su guitarra mi obsesión por decir este poema siempre que se reunían más de tres personas.

A la nación americana

Con motivo de la devolución de las banderas
Dejad esas banderas tan queridas
no las mandéis: no es tiempo todavía,
¡aún no cicatrizan las heridas
que infirió vuestra infame alevosía!
¡Dejadlas! Están bien en vuestras manos
puesto que son las manos de un gigante
que pudieron ahogar en un instante
a millares de nobles mexicanos.
Mas no por eso pregonéis victoria
porque el dios del honor y la justicia
condenó vuestra sórdida avaricia…
¡Seréis siempre un ladrón ante la historia!
Por ese triunfo en tan fatal disputa
no levantéis erguida vuestra frente
porque ha sido ese triunfo solamente
la vil pujanza de la fuerza bruta.
¡Sois grande aún, nación americana!
No ha llegado al ocaso vuestro brío
mas no vale ese inmenso poderío
una gota de sangre mexicana!
Y la que aquí se derramó a torrentes
por vuestra injusta y fratricida guerra
día a día fecunda nuestra tierra
y brotan de esta tierra hombres valientes:
Dejadlas, sin escarnio y sin malicia,
juntas con el pendón de las estrellas:
¡Cuando suene el reloj de la justicia
los hijos de Anáhuac irán por ellas!

México, abril 15 de 1892

Esteban F. Gursa

Twitter: @ortiztejeda