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Corea es una sola
K

ublai Kan (1215-94), nieto del fundador del imperio mongol, Gengis Kan, fue uno de los personajes más interesantes del Asia medieval. Último kan mongol y primer emperador chino de la dinastía yuan, Kublai esparció, junto con sus ejércitos, millares de médicos, maestros, escuelas, técnicos, sacerdotes y pensadores que llevaron sus conocimientos hasta orillas del Danubio.

Monarca sensible y curioso, a Kublai Kan le fastidiaban sus embajadores que, a vuelta de las misiones encomendadas, los trataba de ignorantes y necios porque sólo le hablaban de asuntos pecuniarios, contables y administrativos.

Cabe imaginar, entonces, la fascinación de Kublai cuando conoció a Marco Polo. Avisado, el audaz mercader veneciano se ganó la amistad del emperador, enterándolo de las particularidades de las cortes extranjeras, de su música y costumbres, de la comida, de los animales, de las flores, y de todo aquello que en sus vastos dominios se mostraba incapaz de conocer por sí mismo.

Aquel encuentro fue el primer contacto directo entre las culturas de Europa y Asia, que resultaron más civilizadas y menos bárbaras de lo que ambas sospechaban. Luego, el veneciano contó sus experiencias en el Libro de las maravillas del mundo (1300), texto fascinante con mucho de imaginación, algo de realidad y que a la postre fue un buen manual para emprendedores occidentales.

Kublai Kan nombró a Marco Polo consejero y embajador itinerante, y el relato de sus viajes fue mi primera aproximación a extremo Oriente. Sus páginas describen, por ejemplo, la gran singularidad y cohesión de la dinastía Goryeo (o Koryo), que desde 918 habita en la península de Corea.

La segunda aproximación fue menos ilustrada: el filme La casa de té de la luna de agosto (1956), un bodrio de Hollywood que parodia la americanización de Japón, emprendida a finales de la Segunda Guerra Mundial por el general Douglas MacArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacífico Sur. El filme fue candidato a un Globo de Oro, por tratarse de una obra que promovía el diálogo internacional.

La derrota incondicional de Japón fue traumática para el hasta entonces invencible imperio del sol naciente: bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, más de 2 millones de inmuebles completamente destruidos, 40 por ciento de las zonas urbanas totalmente paralizadas, una red de comunicaciones pulverizada, y una producción industrial que en 1945 sólo representaba la séptima parte de lo que era a inicios de la guerra.

En tales circunstancias, MacArthur y las autoridades de ocupación dictaron la nueva constitución de Japón, sacándose de la manga una democracia parlamentaria, con emperador incluido. Así nació el club Keidanren, aglutinador de las empresas y nuevos grupos financieros que en el decenio de 1970 darían lugar al modelo toyotista, opuesto al fordismo clásico industrializador.

Pero en Corea del Sur, las cosas fueron levemente distintas. Allí, las corporaciones de propiedad familiar (chaebols) recibieron asesoramiento de grandes centrales sindicales estadunidenses, como la AFL-CIO, y el respaldo de una feroz dictadura militar sostenida por la Agencia Central de Inteligencia que durante 30 años, impuso la represión y el trabajo forzado.

Por su lado, Corea del Norte optó por un camino propio e independiente. El Partido del Trabajo, liderado por Kim Il-Sung, rechazó la modernización con ideas del socialismo zuche, singular mezcla de marxismo-leninismo con elementos de la religión popular Tonhak (o Donhak), fundada en 1860 por el estudioso Ch’oe-u (confucianismo, cristianismo, chamanismo, budismo).

En septiembre de 2002, el primer ministro japonés, Koizumu Junichiro, visitó Pyongyang y presentó excusas oficiales por los horrores cometidos durante la ocupación de la península. En cambio, Estados Unidos jamás pidió perdón por el genocidio atómico, y hasta hoy mantiene un arsenal de bombas nucleares en la cercana isla de Okinawa.

Las dos Coreas: 50 millones de habitantes en el sur y 25 en el norte, en un territorio que cabe dos veces en el estado de Chihuahua, con capitales separadas por apenas 195 kilómetros o 12 minutos de vuelo en línea recta.

¿Será posible la reunificación? Un requisito ineludible sería la salida de los 30 mil soldados estadunidenses estacionados en el sur de la península, cosa poco probable.

Las dos Coreas han sido ejemplos políticos de nada, y modelos económicos de lo que no hay que hacer; un socialismo asfixiante en el norte, y un capitalismo depredador en el sur. Y paradójicamente, con ciudadanos que anhelan la reunificación y la independencia nacional.