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La huella de la corrupción marca la ruta del sismo y parece pronosticar más dolor

Plaza Condesa y condominio Insurgentes, colosos de antaño hoy a punto de caer
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Brigadas de voluntarios que esperan la caída del edificio llegaron temprano a las calles Cacahuamilpa y Ámsterdam; se formaron en silencio, listos para el trabajoFoto Miguel Ángel Velázquez
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Los dueños de El Plaza Condesa (al fondo), o quienes lo rentan, aseguran que goza de cabal salud, pero lo cierto es que está vacío, acordonado, pues se le considera un riesgo, pero tiene permiso oficialFoto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Jueves 21 de septiembre de 2017, p. 16

El día después aún no llega. Es como si el 19 se hubiera hecho costra en el calendario, como si todas las demás fechas hubieran desaparecido del tablero y el martes no tuviera fin, sólo desgracia. Son las 13:45…

La huella de la corrupción marcaba la ruta del sismo y parecía pronosticar más dolor. Dos edificios, a los que se ha llamado icónicos y que teóricamente están derrumbados, caídos desde hace décadas, hoy se tambalean peligrosamente sobre las colonias –Roma y Condesa– que les dieron albergue.

Se trata del condominio Insurgentes 300, el primero en su tipo que se construyó en la ciudad, el primero que tuvo elevadores para que sus habitantes alcanzaran las oficinas de los 19 pisos que quedaron concluidos en 1958, después de dos años de trabajos y de aguantar, en ese proceso, el sismo de 1957.

El condominio, visiblemente hundido en la parte que da a la calle Medellín, quedó casi deshabitado después del temblor de 1985. Su fachada, que da a la avenida Insurgentes, permaneció abandonada por años y años hasta que algunos negocios, principalmente dedicados a la diversión, ocuparon los espacios que habían desaparecido entre las sombras que parecían estacionadas en esos lugares.

Hace 11 años, las enormes letras que colgaban de una pared del edificio a todo lo largo, y que en algún momento maravillaron a los citadinos por su audacia publicitaria, fueron desmontadas, como si ello hubiera marcado el fin de la vida del condominio. Pero no fue así, y en algún momento de este día interminable se dijo que por fin se vendría abajo. La gente, los rescatistas de todo tipo inundaron la avenida Insurgentes y ponían distancia entre ellos y el condominio. El miedo al colapso los alejaba.

Hoy se dijo que el edificio está roto. Afortunadamente ya no hay condóminos o invasores en sus cuartos, pero el edificio claramente vulnerable avisa con sus fisuras que no tiene remedio, aunque alguna autoridad le haya permitido seguir con vida.

Más allá, al otro lado de la avenida, en la colonia de enfrente, está el edificio Plaza Condesa. Su construcción se inició en 1952, pero se terminó en 1973 –el sismo de 1957 retrasó su inauguración–. Entonces, dos de los más importantes arquitectos del país: Teodoro González de León y Jaime Zabludovsky, emprendieron su remodelación. Luego del sismo de 1985 fue evacuado y vacío permaneció durante años.

Nadie en la Condesa ignora que El Plaza es un peligro, pero la idea de hacer lana hizo que una empresa dedicada a la diversión se encargara, al parecer, de su reforzamiento y remodelación, y curiosamente, como el de Insurgentes, también se rodeó de bares y centros de entretenimiento.

Su caída se empezó a rumorar desde antes que el Insurgentes. El lugar se acordonó y otra vez la pregunta se hacía lugar común: ¿quién le dio permiso de operar? El inmueble, que también permaneció abandonado durante años, tiene permiso de vida, dicen sus dueños o quienes lo rentan, y aseguran que goza de cabal salud, pero lo cierto es que está vacío, acordonado, pues se le considera un riesgo, pero tiene permiso oficial.

De cualquier forma, por la calle Nuevo León, y por la calle Tamaulipas también, hay brigadas de voluntarios que esperan, pacientes, su caída. Traen polines a cuestas, y como Cristos de Iztapalapa cargan los maderos. Están por muchas partes. A Cacahuamilpa y Ámsterdam llegaron temprano junto con los que ofrecían tamales de dulce y de mole ¡gratis!, y se formaron en silencio y listos para el trabajo.

Nada para el río de ayuda que se desborda por las calles. Unos dirigen el tránsito, otros traen utensilios para las tareas de rescate y los más, comida, agua y medicinas. Cada quien pone en cualquier esquina su centro de acopio, y no hay autoridad que pueda poner orden, al contrario, sólo las voces de los vecinos dan cauce a lo que se tiene qué hacer y lo que se va a hacer.

Y hay otro río de gente, este de mucho menor fuerza. Son los que huyen de la desgracia. Es un éxodo como todos, lleno de dolor alimentado de lágrimas. Una fuga impensada hace algunos días, pero que ahora se vuelve más dramática cuando uno los ve arrastrar sus maletas, y cuando menos en una portan comida. Es que no hay luz y se va a echar a perder. La vamos a llevar al refrigerador de mi mamá. Pero también traen ropa, nada que indique que no volverán a este sitio, lo que se usa de emergencia. Van a casa de un pariente, de algún amigo, nada permanente, sólo por la emergencia, pero prometen que venderán su propiedad porque la Condesa se ha vuelto una ratonera.