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Que vivan los totopos y el Café de Raíz en la colonia Roma
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Niños en Casa de El Hijo del Ahuizote ayudan en la elaboración del libro para colorear Nosotros, de Valeria GalloFoto cortesía del centro cultural
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in totopos no hay Juchitán. La lata de atún no es la dieta del juchiteco, ni la del poblano, ni la del mixe, ni la del mixteco, ni la del jarocho, ni la tuya, ni la mía, ni la de nosotros tres; nuestra cultura es la del maíz; la lata de atún ya pasó, sirvió en la emergencia, pero los 50 mil habitantes de Juchitán queremos recuperar la comida de los pueblos y recurrir a las señoras que hacen totopos esenciales en la tradición de todas las secciones de Juchitán. Santa María Xadani, Ixtaltepec, Juchitán, Unión Hidalgo, los pueblos huaves: San Dionisio. Ixhuatán y las rancherías cercanas, San Mateo del Mar, Santo Domingo Tehuantepec, Asunción Tlacolulita, Ciudad Ixtepec, Guevea de Humboldt, Magdalena Tequisistlán, Magdalena Tlacotepec, Salina Cruz, San Blas Atempa, San Francisco del Mar, San Miguel Tenango, San Pedro Comitancillo, San Pedro Huamelula, San Pedro Huilotepec, Santa María Guienagati, Santa María Jalapa del Marqués, Santa María Mixtequilla, Santa María Totolapilla, Santiago Astata, Santiago Ixcuintepec, Santiago Lachiguiri, Santiago Laollaga, Santo Domingo Chihuitán y Santo Domingo Petapa, Espinal, Matías Romero (los pueblos de Demetrio Vallejo), Reforma de Pineda, San Juan Cotzocón, San Juan Ghichicovi, San Juan Lalana, San Juan Mazatlán, San Miguel Chimalapa, San Pedro Tanatepec, Santa María Chimalapa, Santa María Petapa, Santiago Choapam, Santiago Niltepec, Santiago Yaveo, Santo Domingo Ingenio y Santo Domingo Zanatepec.

A las hacedoras de totopos se les rompieron sus ollas, queremos comprárselas para activar la economía del totopo y su distribución. Son muchas cosas por hacer y, como siempre, son pocas manos.

Mardonio Carballo, poeta jarocho y ante todo indio, y Demián Flores, juchiteco y pintor oxaqueño, especialista en flora, mantienen un acopio en el Café de Raíz, que atiende Pola. “Pertenezco a la familia Cortés que tenía comercios atrás de Palacio Nacional, en la avenida Juárez –dice Demián. Mardonio Carballo y yo estábamos en México cuando el primer terremoto del 7 de septiembre. Con Natalia Toledo y el músico Feliciano Carrasco, que tiene el centro cultural Macario Matus, en el edificio Guanajuato, en Tlatelolco, en el que los juchitecos comen tlayudas, garnachas, totopos; nos reunimos para hacer centros de acopio como hizo Natalia en la Condesa, en Mazatlán 5, edificio F departamento 2, y ahora sigue funcionando. Para hacerlo bien, tomamos en cuenta cuatro puntos: el acopio, el almacenamiento, la transportación y la entrega. Después de cargar el tráiler a Juchitán, Mardonio y yo salimos a Oaxaca e ideamos una estrategia para que las despensas lleguen directo a las familias. Nos metimos en los callejones de Juchitán para ver la devastación en las vecindades y nos rebasó la dimensión de la desgracia, porque una cosa son los edificios a punto de colapsar y otra el hambre de los juchitecos, que además no tienen ni cómo guarecerse de la lluvia. Viven en el lodazal, la lluvia acaba con todo; necesitamos más de 10 mil lonas.

“Con el temblor del 19 de septiembre, la Casa de Cultura de Juchitán acabó de caerse. Tú la conociste hace años en tiempos de Víctor de la Cruz, y puedo asegurarte que ya no existe. Juchitán no existe como lo conocimos. Sin la algarabía de las mujeres, tampoco hay mercado. La iglesia de San Vicente se ladeó y perdió su campanario; un costado está a punto de caerse. La escuela de Juchitán se cayó; hace una semana tuvieron que derribarla.

“Parece que van a reconstruir la iglesia de San Vicente y la Casa de la Cultura en la que quedó una sala, la de Arte Prehispánico. También en Tehuantepec cayó una parte importante del ex convento que data de tiempos de Porfirio Díaz. La desgracia ha sido monumental.

“Todo lo que hemos llevado de Ciudad de México a Juchitán quedó en casa de Natalia Toledo en la séptima sección del Callejón de los Pescadores. El acopio llega en bruto; hay que clasificarlo en bolsas y distribuirlo. No hemos parado desde el 7 de septiembre.

“Lila Downs –de madre mixteca– organizó el concierto Oaxaca Corazón, que recaudó 4.5 millones de pesos para el Istmo. Me pidió que hiciera el discurso del concierto y hablé del Indian Power.

“El 19 preparamos un acopio de emergencia para Juchitán, pero lo usamos en la Roma.

“Aquí el Café de Raíz se convirtió en comedor comunitario. Sacamos las parrillas, vinieron las vecinas a cocinar y hasta ahora les devolvemos sus ollas.

“En un terremoto lo que más se necesita es abrazar al otro. Terminamos cerrando la calle porque 400 personas se reunieron en la de Mérida; entre ellos 100 ciclistas. Recibíamos urgencias: ‘¡Insulina para la Doctores!’, y allá iban los ciclistas. ¡Qué maravilla de trabajo hicieron! Todo lo sacamos del acopio. Nos quedamos dos días sin energía eléctrica. Ciclistas, vecinas, hasta de Iztapalapa vino gente a ayudar. Mira, aquí en la banqueta todavía tenemos las ollas ya lavadas, para que la gente las recoja, gente que también trae acopio que destinamos a San Gregorio, Xochimilco, Morelos, Puebla, a la Costa Chica de Guerrero. En tres días movimos, no sé, 15 o 20 toneladas de alimento para muchos damnificados. La de la calle de Mérida fue una organización de muchísima gente.

“Empezamos el 7 de septiembre con el temblor de Juchitán y luego nos agarró el de Ciudad de México. Ayudar le sirve mucho a uno para no desmoronarse también. Demián Flores se quedó en Oaxaca toda la semana, venimos unos días y nos devolvemos el viernes a Juchitán… (Pregunto por mi amigo Guillermo Petrikowsky. que tanto me ayudó con la novela El tren pasa primero, acerca de la gran huelga ferrocarrilera de 1959 del oaxaqueño Demetrio Vallejo).

“En Juchitán, el maestro Toledo montó 33 comedores comunitarios que funcionan bien. Una cocina se encuentra en casa de Natalia en el Callejón de los Pescadores. Queremos reforzarla con entretenimiento para los niños sin escuela y consuelo para los ancianos. Las lluvias nos agarraron desprevenidos y la gente está durmiendo en la calle y no tienen con qué taparse. Llevamos unas carpas y lonas, las más indispensables, pero faltan muchas.

“El gobierno ha politizado la entrega de despensas. Llueve. Juchitán ya se encuentra en la fase de reconstrucción; la lluvia acaba de tirar las casas dañadas, enloda todo, limpiamos, llueve, llueve mucho, las lluvias causan problemas graves de salud.

“Yo llegué a los 14 años –dice Mardonio Carballo–, hijo de un campesino nahuatlaco; he sido impermeabilizador de techos, he descargado tráileres, soy autodidacta, cursé hasta la secundaria. Aquí me hice actor y llevo años ejerciendo también el periodismo. Colaboro con Aristegui hace 14 años. Nos han corrido de muchos lugares. Mi trabajo nunca está separado de la conciencia social y sé que las desgracias crean una cohesión que hay que amarrar para que no se diluya. El náhuatl que ejerzo es un acto de creación, aunque ya sea yo juchiteco por adopción, porque he estado mucho tiempo con Irma Pineda.

“México es un país muy racista. Se normaliza la discriminación y todo mundo dice: ‘No es racismo, es clasismo’, como si una cosa fuera menos peor que la otra. El racismo es una cara de la discriminación. Me ha costado mucho trabajo incursionar en los medios de comunicación. Soy el único indio en televisión. En un México racista, ¿cuántos comunicadores indígenas asumiendo su pertenencia a los pueblos están en los medios? Salvo el maestro Toledo, ¿cuántos morenos hay en el arte? Eso lo preguntaba Felipe Ehrenberg. (Lo contradigo y le doy el nombre de Tamayo, el de María Izquierdo, el de Leopoldo Méndez, Alberto Beltrán y otros miembros del Taller de Gráfica Popular.) “Insisto en lo del Indian Power, porque finalmente fueron Francisco y Natalia Toledo, y Feliciano Carrasco, quienes actuamos. Hasta en la desgracia del temblor, la multiculturalidad está presente. Al país lo forman múltiples estructuras y aunque la desgracia alcance a todos, el indígena sigue siendo indígena. Aquí no se nos han olvidado los 43 de Ayotzinapa”.

Me despido. Ponen en mis brazos una canasta con tamales cubiertos por un mantel bordado, me regalan sus libros. Al dejar la Roma pienso en lo que escribió en 1985 mi querido Hermann Bellinghausen: No quería ojos para ver lo que vi, pero sí sucedieron en la ciudad de mi vida las cosas que vieron mis ojos; no me cambio por nadie y me alegro de estar aquí, entre todos.