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19/S: El dolor y la esperanza

Civiles que ayudan en el rescate señalan que hasta el Ejército participa en la rapiña

Vine a llevarme a mi hijo, esté como esté, historia que se repite en Álvaro Obregón 286
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 1º de octubre de 2017, p. 14

Lilia Cobos Cruz acaba de llegar de Veracruz. Está de pie frente al edificio desplomado de la calle Álvaro Obregón número 286, e imagina el susto del sismo, el golpe inicial, la caída del inmueble en 15 segundos como si fuera un castillo de naipes; imagina también los gritos de auxilio, los susurros, los lamentos, el llanto de los sobrevivientes. Y piensa en su hijo, Odín Ruiz Cobos, atrapado desde hace 10 días en este amasijo de escombros y seres humanos: Yo vine a llevarme a mi hijo, esté como esté.

Tiene un nudo en la garganta. Traga saliva. Ni una lágrima. Se mantiene firme y su entereza es una lección de vida para su nuera, Martha Laura Hernández Ruiz, quien en estado de letargo, agotada, con la mirada perdida, repite mecánicamente: Mi gordo está vivo, mi gordo está vivo, lo van a sacar vivo.

Lilia llegó de Álamo Temapache a las tres de la madrugada e inmediatamente le hicieron la prueba de ADN. La acompaña su hija Olga, y para entrar a la zona cero los rescatistas le escriben en el brazo con plumón indeleble su nombre y un número de contacto. Su hijo Carlos usa tapabocas y le explica que no hay novedad. La espera se hace eterna, 10 días que han sido tormento, incertidumbre, angustia, dolor.

No hay una respuesta oficial a lo sucedido. Ninguna autoridad les ha explicado por qué un edificio de dos pisos se convirtió en uno de seis; nadie les ha aclarado por qué el edificio no tenía muros de carga, tan necesarios en una construcción de 2 mil 400 metros cuadrados; ni mucho menos les han dicho el nombre del dueño del inmueble, que indebidamente decidió poner muros falsos, de tablaroca.

Tampoco les han explicado por qué las labores de rescate empezaron tan tarde. Por qué mientras la atención estaba centrada en la historia fabricada de Frida Sofía en el colegio Rébsamen, la urgencia de atender este edificio fue ignorada, a pesar de las súplicas de las familias.

Diez días después, el olor inmediato anuncia muerte. Aquí no ha venido Enrique Peña Nieto, tampoco Miguel Ángel Mancera. Les dijeron que quedaron 50 personas atrapadas, que ya han rescatado 40 cadáveres (hasta ayer), pero nadie sabe a ciencia cierta cuántas víctimas hay entre los escombros, ya que había oficinas, consultorios, despachos.

Su hijo Odín, de 43 años, ingeniero en sistemas, graduado con honores en el Tecnológico de Monterrey, empezaba su jornada laboral. Era su primer día de trabajo en una empresa de administración de recursos humanos y estaba en junta, posiblemente en el tercero o quizá el cuarto piso.

Lilia lleva fotografías de su hijo. En todas se le ve sonriendo. En una imagen está montado a caballo en su rancho Arroyo Hondo, en el municipio de Atoyac, Veracruz; en otra se le ve con sus tres hijos, de seis, siete y 13 años, y su esposa.

La mujer sonríe nerviosa y señala: Mi hijo sigue allí. ¿Cómo? Quién sabe. Yo no me voy hasta que no me lleve a mi niño, como sea.

Sobrevivientes

Caminar por el circuito Roma-Condesa, la joya de la corona inmobiliaria de Ciudad de México, es entrar a la zona de devastación. Este es el epicentro de la falla geológica de la delegación Cuauhtémoc, uno de los puntos más vulnerables y de alta exposición a los sismos. Aquí donde una renta cuesta 40 mil pesos y un departamento de 120 metros cuadrados se cotiza entre 7 y 10 millones de pesos. Aquí donde la fiebre de la oferta y la demanda inmobiliaria disparó la corrupción. Aquí donde los excesos han pasado factura y ahora hay banquetas fracturadas, edificios en ruinas, calles bloqueadas por militares, plazas convertidas en centros de acopio y escuelas en albergues temporales.

En la esquina de Valladolid y Álvaro Obregón, doña Mari tiene su puesto de quesadillas, y algunos de sus clientes murieron: La tierra se abría. El poste se me iba a caer, corrí hasta la esquina y vi la polvareda del edificio que se desplomó. Algunos muchachos que murieron eran mis clientes.

Ofelia aún no se recupera del susto. Mientras come un huarache con nopalitos y picadillo, cuenta que vivía en el edificio de al lado del 286, que resultó seriamente dañado: “Cuando empezó el temblor me iba a poner un fondo y en eso oigo un ruido fuerte que me estremece, volteo y veo la polvareda atrás de mí. Me olvidé del fondo y empecé a correr y un vecino en la escalera me dijo: tranquila, señora. Y le contesté: ¡Tranquila, ni madres! Se nos cae el edificio encima. ¡Pura chingada!, señala y comenta que ahora está viviendo temporalmente con una amiga y la incertidumbre no la deja dormir, porque no sabe qué pasará con su departamento, su patrimonio, su futuro, al igual que otras 80 mil familias.

La Plaza Popocatépetl, en la colonia Hipódromo Condesa, está rodeada por camiones de militares. A más de 10 días, el barrio intenta volver a la normalidad y los negocios han abierto. En el café de enfrente, Mauricio, que lleva unos años trabajando de mesero, sigue impactado: Salí corriendo y me agarré de la fuente del parque. Empecé a grabar y veo que una chica sale y algo le cae en la cabeza; corro y la encuentro tirada en un charco de sangre.

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Lilia Cobos Cruz aún no se resigna a la pérdida de su hijo Odín, una de las víctimas mortales en el edificio de Álvaro Obregón 286Foto Sanjuana Martínez

En la calle Cacahuamilpa número 19, efectivamente sigue en el suelo el protector de forja que se soltó de la ventana y cayó encima de la secretaria de estas oficinas que en el momento del sismo salió para intentar ponerse a salvo. Murió pocos minutos después.

Ella es una de las víctimas sin reconocer. De las 360 personas que perdieron la vida, según informes oficiales, hasta el momento de escribir esta crónica hay decenas de las que no conocemos su nombre. Tanto el gobierno federal como el de Ciudad de México han bloqueado a los medios el acceso a la información.

En un comunicado titulado Información oficial –la gran ausente después del sismo–, la organización Artículo 19 ha denunciado que las autoridades desplegaron una estrategia de comunicación que no ha garantizado efectivamente el derecho a la información de la sociedad y de las personas afectadas.

Añade: Por el contrario, la comunicación gubernamental se ha enfocado, una vez más, a promover la imagen del Presidente de la República, otros altos funcionarios e instituciones en los lugares de desastre, en lugar de brindar información adecuada, pertinente, idónea y necesaria en este contexto.

¿Cuántos muertos, cuántos desaparecidos, cuántos heridos ha dejado el sismo del pasado día 19? Aún no lo sabemos con certeza. Militares, policías y hasta jóvenes voluntarios han obstaculizado la labor de los periodistas.

¿Dónde está la lista de las constructoras e inmobiliarias que edificaron y vendieron inmuebles sin cumplir las normas sísmicas? ¿Dónde está la lista de las autoridades que autorizaron esos edificios colapsados? Las autoridades han señalado que el sistema de información geográfica con el uso de suelo y el listado de responsables de obra de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (Seduvi) se cayó de su página de Internet.

A 12 días del sismo, hay más preguntas que respuestas.

La rapiña

Caminar por el cruce de Gabriel Mancera y Escocia, en la colonia Del Valle, es recorrer aún una zona de desastre. En las fachadas de las viviendas hay todavía letreros buscando a Juan Pablo Irigoyen Ramírez, quien después de haber salido de su departamento junto a su madre, regresó por su perrita y quedó atrapado. Sobrevivió y durante algunas horas pudo comunicarse con su familia, hasta que se le acabó la batería. La esperanza de encontrarlo con vida se esfumó el pasado jueves, cuando rescataron su cuerpo en algún punto entre la planta baja y el primer piso. Fue la última persona encontrada de las 23 que murieron en este derrumbe.

En los primeros minutos después del sismo, frente a la calle Escocia, por la avenida Nicolás San Juan, Juan José Gómez González, quien trabaja de albañil en un edificio en construcción, corrió hasta el lugar del derrumbe para ayudar a rescatar gente: La polvareda llegó hasta acá y la gente venía corriendo toda enpolvada. Corrimos y encontramos arriba a los dos primeros difuntitos. Los tapamos con sábanas que agarramos de los escombros, porque ya estaban maltrechos por tanta tonelada que les cayó. Y en eso empezamos a escuchar unos gritos de auxilio. Era una señora de más de 60 años. Y la sacamos de lo que era su cocina. La salvó el refrigerador. Estaba entera, con un baño seguramente quedó como nueva.

Cuenta que luego llegaron los militares y empezaron a agarrar cosas: Vi a un soldado que sacó un maletín donde había pasaportes y un fajo de billetes. Nomás se los metió a la bolsa del pantalón. Ya sabe cómo es el Ejército; la rapiña es algo muy malo, y más en este momento.

El último adiós

Lilia Cobos Cruz eligió el mejor traje y la corbata más bonita de su hijo Odín. Le acaban de avisar que lo encontraron sin vida. Quiere que se vea bien y ya están listos para llevarlo a sepultar a Poza Rica, de donde es originaria su esposa: Pero no nos han dejado ponerle su traje. Cuánta tristeza, nos entregaron el ataúd sellado. No nos han dejado verlo.

Con la mirada en el infinito, junto a sus hijos Olga y Carlos, hace los preparativos del traslado y se aferra a su presencia: Lo veo venir con los brazos abiertos para abrazarme. Pienso que todavía está aquí, que no se ha ido. Todavía no me cae el veinte. Todavía no me lo creo. Mi niño hermoso, mi chiquito, mi rey de los vikingos.