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Nosotros ya no somos los mismos

Comentarios intercambiados con distinguidos miembros de la multitud

V

oy a iniciar al revés la columneta, o nunca verán la luz algunos comentarios que he intercambiado con distinguidos miembros de la multitud. Por ejemplo: el poema que a tanta gente conmovió hace 15 días, firmado por don Esteban S. Gursa en torno a la devolución de las banderas nacionales que el ejército estadunidense había capturado durante sus alevosas y proditorias intervenciones militares en nuestro territorio.

En 1892, que lo dio a conocer, movió de manera tal a la opinión nacional que obligó al gobierno de Porfirio Díaz a suspender las negociaciones diplomáticas que perseguían bajar la histórica animadversión de los mexicanos hacia su permanente agresor. Pues resulta que, según una versión digna de crédito, esas banderas fueron aceptadas durante el gobierno del presidente Miguel Alemán: “ Mister Amigou” ¡Y vaya que lo fue!…de los gringos.

Tengo en mi poder uno de los volantes originales en que se dio a conocer el poema, ya es una ruina por eso, para que se pudiera imprimir con claridad, tuvimos que rescribirlo. Los únicos datos que tengo son los que ya transcribí. Por cierto que el apellido Gursa está escrito con la s que respeté, aunque los muchísimos Gurza que conozco, la mayoría de Torreón y todos firmes militantes de la derecha, lo escriben con zeta. Vaya de pasada un reconocimiento para Edmundo Garza Villarreal, representante de Acción Nacional que fue el primer diputado capaz de romper el protocolo de un Informe presidencial, e interpelar al Presidente de la República. No juzgo la oportunidad ni la razón de su acto, pero no puedo ignorar el valor civil de su impulso. Lo cierto es que fatigué las fuentes personales que pude en estos días de la semana, también en googlear y escarbar en libros de crónicas coahuilenses, porque estoy convencido de que éste es el origen de don Esteban. Sólo me falta, como último recurso, acudir al oráculo no de Delfos, pero sí de Coahuila, es decir, a don Arturo Berrueto González, quien entre de varios libros, como Murguía paradigma de la lealtad, Juárez y Vidaurri, dio a conocer el Catálogo de revolucionarios coahuilenses y un diccionario biográfico de Coahuila, que compila desde los jefes de las tribus originarias del ahora estado de Coahuila –cuahuchichiles, lipanes, tobosos– hasta los niños que nacieron ayer en las maternidades (o ilustres comadronas de la ciudad de Saltillo).

Sobre el texto me peguntan: ¿cómo llegó a tus manos, vive el autor o qué fue de él, podemos reproducirlo?

Contesto: eran los años 60, han de haber sido los finales de un año o principio del siguiente, porque el frío era letal. En un amplio zaguán de techos altísimos y cargado helechos, cactos y otras plantas de extraños olores (hueledenoche y diversas especies), nos encontrábamos tirados sobre los fríos ladrillos, apenas cubiertos por unas colchonetas de 3 o 4 centímetros de grueso, y cubriéndonos con nuestras propias chaquetas y suéteres y muchos periódicos, el profesor Casiano Campos, quien era como el enmascarado de las tiras cómicas de antaño que se hacía llamar El Llanero Solitario (pese a que siempre lo acompañaba como escudero un indio fiel y sumiso que le aportaba toda la legitimidad étnica necesaria y, para compensar, un hermoso caballo blanco bautizado como Plata. Pues haciendo esas veces estábamos el ingeniero Pedro Pacheco, que tengo entendido constituía todo el comité estatal del partido lombardista en el estado, Javier Molina y este memorioso (por minutos) cronicante. ¿Qué hacíamos en situación tan precaria en pleno desierto coahuilense? El güero Molina y yo íbamos con rumbo a un pequeño paraíso llamado Múzquiz, a apoyar a la Unión Cívica que se oponía al capricho del terrible cacique Adolfo Romo de imponer como presidente municipal a su yerno, Julio Galán, padre del extraordinario pintor del mismo nombre que, en ese tiempo, tal vez ni siquiera había nacido. La anécdota es en verdad emocionante pero no hay tiempo bastante para relatarla, baste decir que el congreso al que el profesor Campos nos incorporó era en verdad importante: ixtleros y candelilleros, los más jodidos de los jodidos, se reunían en Cuatro Ciénegas y representaban a millares de hombres, de familias en el nivel de subsistencia. Como que no era un caldito de cultivo para despreciar, ¿no? Evidentemente los grandes latifundistas y los funciona­rios a su servicio, como la llamada rata del desierto, menos conocida como Luis Horacio Salinas, y todos los demás que a su servicio estaban: medios de comunicación, polizontes locales y por supuesto líderes corruptos que preferían hincharse el buche apoyando terratenientes (bastantes extranjeros), que brindar apoyo al infelizaje, jamás tomado en cuenta por la Revolución, se lanzaron contra el congreso campesino. El amago culminó con el secuestro y muerte de un joven universitario: Raúl Todd Estrada en compañía de Leocadio Zapata, Vladimir Terrazas y el teniente coronel José María Ríos de Hoyos quien, como autoridad militar jamás se prestó a una engañifa ni a una dolosa información sobre este congreso, al que acusaron de ser parte del Movimiento de Liberación Nacional que promovía el general Lázaro Cárdenas y que, según el reporte de inteligencia política, tenía como objetivo –obviamente– la destrucción de las instituciones. Esa noche que dormimos hechos un ovillo, porque el profesor se negó a ocupar las camas que la familia nos cedía, abrió un antiquísimo portafolio de cuero del que jamás se separaba, hurgó en su fondo y sacó un amarillento papel (el que conservo) y le dijo a Molina: A ver, güerito, lee (no le) este poema, a ti que te gusta declamar. A la luz de una lamparita de petróleo, Javier leyó el poema. Sorbimos el moco y, temblando, apenas pujamos. No hubo mayores voces. Casiano me entregó el volante y me pidió: llévalo a la universidad: reprodúcelo, es lo menos. Alguien dijo: como que hace menos frío. Los tres durmieron, yo no: le tengo terror a los ciempiés, vinagrones, víboras, alacranes y tarántulas. Allí estaban, pero como en la canción, eran de acá, de este lado. El cadáver de Todd lo encontraron seis meses después con un balazo en la nuca, ajusticiado. Él y yo nunca nos tu­vimos confianza porque nos habíamos conocido en las filas cristeras. Él, hace más de medio siglo pasó la prueba, y a mí sólo queda reconocer los hechos, y públicamente expresar respeto.

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El titular de la Contraloría General de Ciudad de México, Eduardo Rovelo Pico, en imagen de archivo durante una comparecencia ante la Asamblea LegislativaFoto Guillermo Sologuren

¿Qué pasó con la bandera y con los cadetes que nos emocionaron, persuadieron o nos chamaquearon? En esos momentos lo que menos se nos fue pedir identificaciones. Estábamos entre la emoción y el susto. Por edad deben haber pasado a retiro o al otro mundo, pero eso sí con grado de divisionarios. ¿Les servimos para su hoja de servicio? ¡Ojalá!

La bandera, creo que ya lo platiqué, regresó intacta de Zacatlán, tierra de Toño Tenorio. Después de desgañitarnos un buen rato convocando al pueblo a nuestro patriótico acto, habíamos reunido menos vecinos que los que habíamos viajado hasta allí. Toño mismo hizo un cálculo costo-beneficio y decidimos científicamente (¿o qué no éramos marxistas?), conservar nuestra bandera para mejor ocasión, o sea, más redituable. Acertamos: esa bandera tiempo después apareció en todas las portadas de los diarios nacionales e internacionales. Gratis.

Aunque un tanto tarde, vengan las declaraciones de algunos importantes personeros. Algunas son tan absurdas que nos permiten, sin mayor esfuerzo, el comentario (risible). Otras hay que ubicarlas en un contexto mucho más serio y de consecuencias impredecibles. Ejemplos de unas y otras: el titular de la Contraloría General de Ciudad de México, Eduardo Rovelo Pico, afirmó que la corrupción jamás la puedes eliminar. No es de respuesta inmediata preguntar a tan franco y sincero funcionario: ¿y usted por qué permanece en un cargo que pretende alcanzar lo imposible?

El inimputable Vicente Fox da a conocer públicamente su intención de cometer delitos mayores y ninguna autoridad lo toma en serio. Entiendo la reacción oficial ante un demente públicamente reconocido, pero ¿no merece un tratamiento especial, tomando en cuenta sus antecedentes y peligrosidad?

Y nos faltan algunas declaraciones del gobernante de la capital del país, a la que el desmadró llamándola CDMX, por ejemplo: Inhibir en los jóvenes la idea de morir.

Para hablar de esto sobran semanas… si las sobrevivimos.

Twitter: @ortiztejeda