Opinión
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Ira y esperanza
S

ólo el pueblo es digno de la historia, escribió hace siglo y medio Ignacio Ramírez El Nigromante en su poema Por los desgraciados; dijo refiriéndose al pueblo: Yo lo he visto sangriento y derrotado / entregarse al festín de la victoria, pensaba en las luchas en contra de invasores extranjeros que durante el siglo XIX asolaron a nuestro país. Concluye con esta consideración: sólo les queda su esperanza y su ira. Así es el pueblo de México, así es el de la capital.

Ha sido estafado por los mercaderes y emprendedores, engañado por la televisión, perseguido por policías y soldados, embaucado por falsos profetas; se encuentra pobre y golpeado, y así y todo da lecciones de valor, de solidaridad, de amor al prójimo. No tengo ninguna duda: el pueblo al que pertenecemos es un pueblo ejemplar.

El terremoto nos atemorizó, causó muertes, dejó a muchos de los sobrevivientes sin casa, sin trabajo, sin sus cosas y, a veces, cuando se pierden documentos y credenciales, hasta sin identidad. Pero la gente por ahí anda, corriendo, afanándose, rescatando a otros y acarreando apoyos materiales y el consuelo que produce la solidaridad humana.

Los gobernantes también participan, declaran, proponen leyes de emergencia, toman puntos de acuerdo; les importa dejarse ver en los medios, en especial en la televisión. Aparecen algunos disfrazados de rescatistas, como si anduvieran entre escombros, con chalecos con franjas reflejantes; otros se han dejado crecer una incipiente barba para aparentar que ni tiempo de rasurarse han tenido, que están colaborando con la gente que salió a la calle.

El pueblo, entre tanto, ha conservado los dos sentimientos que le atribuye El Nigromante: su ira y su esperanza; expresa la primera en los innumerables mensajes que circulan por las redes sociales o cerrando calles, abucheando y persiguiendo a los más valientes que se atreven a bajar de sus autos y a caminar entre ellos. La esperanza la mantienen viva por medio de las organizaciones que surgieron el mismo día del terremoto y los posteriores; se van concentrando en los próximos comicios y muchos vuelven a confiar en que su voto se contará bien y que un cambio pacífico puede venir en las nuevas elecciones.

El sistema endurecido, al que nada conmueve y está acostumbrado a sortear y a veces aprovechar todas las desgracias naturales que nos azotan, toma medidas que repite de experiencias anteriores, en las que ha podido con la violencia en ocasiones o bien dejando correr el tiempo, y otras más con paliativos y placebos, para que –como explicó Lampedusa– todo cambie a fin de que todo siga igual. El mismo partido de la esperanza, que dice que sólo el pueblo salva al pueblo, está ya recibiendo apoyos de sectores de la sociedad que no son precisamente populares; esperamos que la experiencia no resulte negativa.

Otra reacción típica del sistema ha consistido en buscar a quién señalar como culpable de las desgracias; es una actitud experimentada en otras ocasiones, pero que en esta coyuntura no les está dando resultado. Un ejemplo es el de la delegación Tlalpan, donde se encontraba el colegio Rébsamen, que se derrumbó causando la muerte de varios niños: hubo un claro intento de centrar toda la atención de la opinión pública en esa desgracia y de culpar a la actual jefa delegacional, como si ella tuviera la responsabilidad de lo que sucedió.

En Benito Juárez se cayeron más edificios que en cualquier otra delegación, incluidos algunos recientemente estrenados; en la Cuauhtémoc, en uno solo de los inmuebles derrumbados, murieron tres veces más personas que en el colegio Rébsamen, y podríamos seguir enumerando casos, pero quienes han sabido eludir responsabilidades se han empeñado, sin éxito, en señalar sólo a la delegación que escogieron para este papel. El pueblo no se deja manipular y conserva su esperanza y su ira; ha aprendido, ya sabe quiénes están con él y quiénes tratan de engañarlo.

Ciudad de México, a 6 de octubre de 2017