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La balada del Oppenheimer Park
U

na comunidad insumisa. En La balada del Oppenheimer Park, el documentalista mexicano Juan Manuel Sepúlveda (La frontera infinita, 2007; Lecciones para una guerra, 2012) ofrece una crónica urbana novedosa y arriesgada. Luego de convivir dos años, en un parque de Vancouver, a lado de un grupo de personajes indigentes, originarios, casi todos, de las reservas indígenas del oeste canadiense, el cineasta plasma sus faenas cotidianas de okupas despreocupados y desafiantes. Ninguna reivindicación social aparente hace las veces de manifiesto político frente a la ciudad blanca que a regañadientes tolera su presencia. Lo que sí expresan, sin medias tintas ni rodeos, es su derecho a instalarse en un territorio canadiense que históricamente consideran propio e inalienable, improvisando en el parque Oppenheimer un microcosmos de aborígenes dipsómanos y ruidosos, desterrados en medio de la próspera ciudad anglosajona, nómadas afincados temporalmente en un barrio que, sin esa diaria estridencia suya, semejaría un plácido refugio para jubilados.

El documentalista se transforma, con discreción y sin intromisiones inoportunas, en el cronista de esa tierra baldía cuyos ocupantes parecen ignorar lo mismo su presencia que la de los residentes locales. Uno sólo puede suponer la exasperación de los vecinos apacibles que asisten impotentes a la transformación del parque en una tierra de nadie, pues su presencia en la cinta es episódica, casi intrascendente. Los descendientes de los antiguos colonizadores blancos ya no monopolizan aquí la palabra; la narrativa pertenece ahora por completo a los aborígenes marginados, a los tradicionalmente privados de voz y de cultura. La decisión de Sepúlveda de desplazar el punto de vista es inteligente, pero también, a estas alturas, inevitable. En efecto, de muy poco serviría insistir en el patrocinio moral o la indignación social del documentalista occidental que contempla con curiosidad o con azoro el sometimiento y la invisibilización social de las minorías étnicas o sexuales. De un modo no muy alejado de lo que acomete el veterano Frederick Wiseman en su documental En Jackson Heights (2015), el mexicano Sepúlveda asiste al empoderamiento verbal de los marginados, esa mínima porción del gran número de desplazados sociales del milagro neoliberal. Sólo que la voz de los nativos de las viejas reservas indias se expresa aquí desordenada y altisonante, desarticulada y caótica, con el desvarío o el alucine de los efectos combinados del exceso del alcohol y de las drogas, aunque no por ello aparece menos punzante y transgresora.

Esa comunidad insumisa es, en sentido estricto, un grupo de marginales irreductibles, renuentes a toda asimilación social, instalados, sin proponérselo cabalmente, en una resistencia cultural sin cuartel y a la vez intransigente. La imagen que mejor ilustra en el documental el poderío de esa resistencia ubicua es la de un misterioso carromato en llamas en medio del parque. Se diría el elemento de un ritual pagano que rompe con la falsa armonía de una civilización occidental basada en la hegemonía incuestionable de los privilegiados. La apuesta narrativa del director consiste en prescindir, con lucidez y en un cálculo afortunado, de la lógica de ese discurso humanista al que suelen acudir la mayor parte de los documentalistas, y que nada explica en realidad y que naturalmente tampoco resuelve nada. Juan Manuel Sepúlveda consigna, en cambio, y de modo más contundente que en sus dos cintas anteriores, el escándalo y absurdo de la marginación total, y sugiere, de modo poético, sus posibles efectos, a mediano plazo, devastadores, tal como lo profetizaba bíblicamente el escritor afroestadunidense James Baldwin en uno de sus mejores libros, La próxima vez, el fuego. En La balada del Oppenheimer Park hay algo ya de ese sonido y de esas furias ancestrales de las comunidades indígenas e indigentes relegadas al olvido. Hacer sentir a los espectadores el peso de la opresión persistente del eterno colonizador blanco es uno de los mejores aciertos del documentalista mexicano. Enhorabuena.

Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 14:15 y 18:45 horas, y en Cine Tonalá (Tonalá 261, Roma Sur) a las 16 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1