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España y la reforma protestante en el siglo XVI
E

n el siglo XVI hubo protestantes en España. No pudieron consolidar un movimiento de reforma en su tierra por la persecución de que fueron víctimas. Además de los clérigos y teólogos españoles que buscaban renovar el catolicismo español por distintas motivaciones y vías, contribuyó a fermentar el ánimo reformador Erasmo de Roterdam, quien se mantuvo en la Iglesia católica romana, pero adelantó propuestas que después serían radicalizadas por Martín Lutero y otros. Por lo mismo se hizo famoso un dicho que describe en cierta manera lo acontecido: Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló. El aforismo habría sido acuñado por franciscanos de Colonia, a quienes, con ingenio, respondió Erasmo: Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase.

En España existieron núcleos protestantes en varios lugares. Fue en Valladolid y Sevilla donde fructificaron más. Tras una experiencia de conversión, Rodrigo de Valer fue muy activo en la propagación de la fe, tanto que por su testimonio tuvieron inicio congregaciones secretas en Sevilla y conocieron la propuesta evangélica el doctor Egidio, como parece también que Constantino Ponce de la Fuente, así como Casiodoro de Reina, Antonio del Corro y Cipriano de Valera (José Moreno Berrocal, La Reforma ayer y hoy, Publicaciones Andamio, Barcelona, 2012, p. 21). Acerca de la valía precursora de Valer en Andalucía, Cipriano de Valera consignó que “por medio de este Valer, muchos que le oyeron y trataron tuvieron el conocimiento de la verdadera religión: y principalmente el cándido y buen doctor Egidio… este Valer parece haber sido el primero que abiertamente y con gran constancia descubrió las tinieblas en nuestros tiempos en Sevilla” (citado por Manuel de León de la Vega, Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI, s/e, Langreo, Asturias, 2011, p. 50). Cipriano de Valera conoció los entretelones de lo sucedido en el monasterio de San Isidoro del Campo, ya que ahí fue monje, junto con otros conversos al protestantismo, entre ellos, Casiodoro de Reina y Antonio del Corro.

En 1540 la Inquisición confiscó bienes a Valer. Dada su reincidencia en proseguir con creencias prohibidas fue condenado a llevar sambenito perpetuo y encarcelado y posteriormente confinado en el monasterio de Nuestra Señora de Barrameda, en Sanlúcar, donde murió, según Cipriano de Valera, siendo de cincuenta años y más.

Continuaron los trabajos de Valer, entre otros, Francisco de Vargas, Juan Gil y Constantino Ponce de la Fuente. Constantino fue un gran predicador, capellán de Carlos V y acompañó al hijo y sucesor de éste, Felipe II (fiero antiprotestante), en varios viajes por Europa. De regreso a Sevilla continuó predicando en la catedral, por el contenido de sus sermones lo arrestó la Inquisición y fue encarcelado el 16 de agosto de 1558. Las condiciones de su encarcelamiento le provocaron disentería, de la que murió a principios de 1560.

El catecismo del primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, de 1546 es en mucho un compendio de ideas erasmistas y apropiación de lo escrito por Constantino Ponce de la Fuente en Suma de doctrina cristiana. Constantino a su vez tomó varios planteamientos que Juan de Valdés hizo en Diálogo de doctrina cristiana. Fue así que subrepticiamente, y sin proponérselo Zumárraga, se filtraron en la Nueva España principios doctrinales protestantes.

Los esfuerzos internos se vieron reforzados por contribuciones exógenas, como las de españoles que conocieron del protestantismo, y se identificaron con él, durante sus viajes al exterior. Francisco de San Román, comerciante, asistió a una iglesia evangélica en Bremen, Alemania, poco después de su conversión mostró un increíble celo por la nueva fe, la cual difundió en varios lugares. Fuerzas inquisitoriales lo arrestaron en 1541, padeció cárcel y torturas. Pereció quemado por su fe en Valladolid, en 1544 (José Moreno Berrocal, op. cit., p. 28).

Otra manera de tener contacto con las ideas de Lutero y algunos teólogos reformadores fue mediante libros que llegaron de contrabando a España. Quienes se atrevieron a desafiar la prohibición debieron enfrentar grandes obstáculos para lograr entregar la literatura condenada por la Inquisición. Ignacio J. García Pinilla demuestra lo anterior para el caso de la célula protestante conformada por monjes jerónimos en San Isidoro del Campo (Lectores y lectura clandestina en el grupo protestante sevillano del siglo XVI, en María José Vega e Iveta Nakládalová, Lectura y culpa en el siglo XVI, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellatera, 2012, pp. 45-59).

Un esfuerzo por imprimir en castellano las ideas protestantes y su posterior distribución encubierta en España se debió a uno de los monjes isidoros, Juan Pérez de Pineda, quien huyó al parecer en 1549 y se refugió en París. Después se trasladó a Ginebra y “en esa ciudad hizo imprimir seis obras: en concreto, dos traducciones bíblicas de cosecha propia (los Salmos y el Nuevo Testamento), dos traducciones de comentarios bíblicos de Juan de Valdés (de la Epístola a los Romanos y de la Primera Epístola a los Corintios), un catecismo (Sumario breve de la doctrina christiana hecho por vía de preguntas y respuestas) –el único publicado con su nombre– y una obra polémica, quizá la invectiva más virulenta de la época contra la Iglesia católica: la traducción castellana de la Imagen del Antechristo, del protestante italiano Bernardino Ochino” (Ignacio J. García Pinilla, op. cit., p. 46).

Muchos identificados con el protestantismo salieron de España. Quienes decidieron quedarse, o no pudieron huir, y cayeron en manos de la Inquisición enfrentaron juicios y penas que buscaban desterrar de territorio hispano las ideas de Martín Lutero.