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Nosotros ya no somos los mismos

Un buen político ha de ser un gozne que articule movimientos de las partes, aun en sentidos opuestos

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Un joven hace malabares mientras el semaforo permanece en rojo para así ganarse unos pesos, en la avenida Parque Lira. Imagen de archivoFoto Francisco Olvera
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l guion de hoy fue anunciado al final la columneta pasada. Aunque sea por esta ocasión, haré un esfuerzo por sujetarme a lo enunciado.

¿Se dio cuenta el gobernante de Ciudad de México de las implicaciones de su lema propagandístico: ¡Cinco años de hechos, no de política!? O séase, ¿otra descarada e innecesaria confesión? Cinco años de la vida de este inmenso conglomerado humano, sujeto al irracional: pus ahí se va, presiento que nos puede salir bien y, si no: ¿quién se va a dar cuenta? Estudios, planos, análisis de costo/beneficio, estudios técnicos del suelo, del cada día más escaso elemento vital, el agua. La angustiante encrucijada de la vialidad y el transporte, y sobre todo, la opinión de los ciudadanos directamente afectados –para bien o mal– no de­ben acotar la realización de la obra pública que se empren­de con su patrocinio y en razón de su beneficio?

¿Pues que la organización política que avaló, pese a su asepsia partidaria, la exitosa candidatura del señor Miguel Ángel Mancera, no pregona que la democracia no se agota en la emisión del sufragio, sino que se convalida con la expresión de su voluntad, en el ejercicio permanente del poder y la gestión diaria de los órganos de la administración pública? ¿Hechos? ¡Claro que los hay! Excesivos y afrentosos (dirían en mi tierra), pero voluntariosos, producidos por conveniencias económicas o de relumbrón político. ¿Qué reditúan? ¿Qué exaltan? La respuesta a tales interrogantes nada tiene que ver con políticas públicas diseñadas con inteligencia, conocimientos, información suficiente para atender necesidades, requerimientos, ur­gencias de una comunidad.

La política es el arte, la ciencia, la técnica, la artesanía y la orfebrería de la convivencia. La sociedad de los seres humanos que conocemos sólo ha sido capaz de integrarse y perdurar merced al consenso (pocas veces terso y casi nunca de plácemes) de las clases, grupos, sectores sociales mayoritarios o de mayor poder. Entonces un político es el sujeto capaz de oír, entender las ideas y puntos de vista de todos, conciliar, lograr que sobre las diferencias, prevalezcan las semejanzas, las concordancias sobre las cuestiones fundamentales, fundacionales en torno de las cuales se integra una comunidad. Un buen político ha de ser como un gozne que articule movimientos de las partes aun en sentidos opuestos, pero manteniendo siempre la unidad y la interdependencia. Los políticos son vértices en los que convergen diferentes aristas. Un mal político, en cambio, es como un vórtice que arrasa y destruye por partida doble. Enfrentar los conceptos de ciudadano y de político es tan superficial y absurdo que solamente a la pandilla de saqueadores que conforman esa doble mentira llamada partido verde (minúsculas favor), se le pudo haber ocurrido. Por eso, ver que el gobernador Mancera que es sin duda (al menos, para mí), un profesionista destacado y un funcionario de tiempo completo y que en su vida familiar supo transitar de un buen hijo a un estupendo padre y, algo inusitado: pese a los difíciles lances por los que ha atravesado, con especial esmero la ha sabido mantenerse lo más lejos posible de los escándalos, el morbo y la superficialidad de las revistas de la farándula y la aristocracia de petatiux. Su administración ha sufrido radicales altibajos, esencialmente porque, como su publicista lo hace confesar, se dedica desde hace cinco años a los hechos y no a la absurda, vergonzosa, delincuencial, ignominiosa actividad política a la que se incorporó después de haber ejercido la honorable profesión que estudió. Que se exprese así y hasta pague millonadas porque se lo publiquen es del todo incomprensible. (De no provenir esa afirmación de su oficina, hubiera podido demandar a todos los medios que lo hubieran calumniado tan arteramente.) Una cuestión menor, pero que para el asunto cuenta y cuenta mucho. Los hechos acaecen, suceden. Son más obra de la naturaleza o simplemente de la casualidad, fortuitos, muchas veces inesperados e inexplicables. Muchos hechos se producen al margen de la voluntad del hombre y aun de su conocimiento. Los hechos acaecen, se producen. Los actos son decisiones pensadas, asumidas con todas sus consecuencias. Los actos se producen por la voluntad de una o varias personas. Son correctos, oportunos, generan beneficios, alegría o… todo lo contrario, diría una voz de autoridad. En concreto (sin ser ingeniero ni menos director de obra), que yo no puedo optar por el homo faber, bueno ni por el homo laborans, para encargarle la dirección del país. Para mi vocación personal me inclino por el sapiens y por supuesto el ludens. (En política internacional reclamaría, obviamente, al homo erectus.) Con animus de cuates, que no somos (y ya pa’ qué), una sugerencia: no se vale definirse como militante de la izquierda no partidaria (si se dijera de izquierda y se refiriera al PRD, sería un monumento al oxímoron). No se vale querer transformar la ciudad (aunque lo hiciera muy bien), por inspiración divina, pero sin conocimiento, propuestas previas, licitaciones transparentes y aprobación ciudadana. Quien pretende ser el máximo conductor de la vida nacional por seis años no puede ser un renegado de la más apasionante de las actividades de un ciudadano: el quehacer político y, además el que voluntariamente él definió como la vocación de su vida. Aún es tiempo de cesar a sus funcionarios (que no han funcionado, y cancelar a los creativos que le han creado una imagen que no merece).

Tengo en la cartuchera otros asuntitos pendientes: del mismo gobernador Mancera, un proyecto para inhibir en los jóvenes la idea de la muerte, es decir, del único hecho inevitable para todos los seres humanos (o de un acto optativo, en un momento preciso, para algunos, pero al que la moralina y la mojigatería condenan arbitraria e irracionalmente aunque, la vida a la que se renuncia no fue a petición de parte, sino reacción compulsiva de una parejita tentada por la concupiscencia: pudo haber sido un hermoso acto de amor y consenso entre dos personas, los padres o, un acto de violencia y poder, ejercido las más de las veces, por ese Trucutú que todos los hombres llevamos dentro y que está más allá de las leyes o los mandamientos que nos recetó el buen Moisés.

Suicidarse o quitarse la vida motu proprio, debe ser uno de los derechos fundamentales del ser humano. Adquirir la vida es en muchas ocasiones un simple hecho, privarse de ella, voluntaria y racionalmente es, al contrario, un acto, una libre y respetable decisión de la persona.

Pues resulta que el gobierno de la capital ha lanzado una campaña para inhibir en los jóvenes la idea de morir. Ustedes en­tenderán, de entrada que el asunto está torpemente, por decir lo menos, planteado: las únicas, absolutas seguridades que en estos momentos los seres humanos tenemos son: no vamos a adelgazar un centímetro de aquí a diciembre (ni menos después), Trump no va a cambiar un ápice sus estúpidos comportamientos y Felipe de Jesús seguirá casado si su actual cónyuge gana, pese a esa lápida que la tiene más planchada que al Pípila, la elección.

¿Qué estímulos puede ofrecer el jefe de Gobierno de Ciudad de México a los jóvenes para que, rebosantes de ilusiones y esperanzas le den (¡vaya estupidez!) ¡ like a la vida! Aunque no me crean, tengo algunos datos que pienso aportar. Adelanto tan sólo dos: Pobres, 45 por ciento de los jóvenes mexicanos. En los sexenios de Fox y de Calderón cayeron 24 por ciento los recursos para este grupo poblacional (Susana González). Cada día 5 mil niños y adolescentes abandonan las aulas: Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. (Laura Poy Solano). Por favor, guarden sus likes, una semana de no más de siete días.

Twitter: @ortiztejeda