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Ver día anteriorLunes 23 de octubre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lotería
S

oy hijo del calor del Sureste. El verde, el agua, las sonrisas, la luz, todo lo bueno allí se multiplica. Quizá por esa condición tuve el privilegio de tener por lo menos cinco abuelas. Ticha, Aurora, Cora, Tere y María se llamaban. Todas ellas, casi analfabetas, a su modo, llenas de suavidad y calidez, velaron por mí en ese universo de color, vitalidad, olores, caos, ruido, risas, tardes en los umbrales de las casas, comidas, juegos, momentos para contar historias. Estos últimos se tornaron en rituales de una ruidosa sacralidad ritmada por el sonido de mecedoras y abanicos, eran efímeros monumentos de la imaginación. Eran los instantes de la transmisión de las tradiciones y los entendimientos.

En esas tardes mi abuela Ticha y mi Ma’Cora se convertían en sacerdotisas, humildes, que nos llevaban a través de sus palabras y sus cuentos para que los niños aprendiéramos a ver y a leer imágenes que cifran relatos legendarios, ritos y códigos éticos con los que vive una civilización como la nuestra. Allí aprendimos que todos formamos parte de múltiples identidades. Que si bien tenemos particularidades, somos la suma de pluralidades que podremos comprender bajo los ojos y la mirada de las múltiples y ricas singularidades ajenas.

Por ellas, nuestras abuelas, entendimos los relatos míticos sobre los orígenes y los signos de nuestros mundos; por ellas aprendimos a leer los símbolos que recubren de palabras y ritos a las imágenes y a los trazos de las cosmogonías; por ellas aprendimos sobre las caligrafías que nos hablan de gustos, de memorias que en palabras y en objetos guardan nuestras historias. Las palabras y los objetos no tienen que ser grandilocuentes. Al contrario. Todo pequeño objeto, por humilde, cotidiano y gastado que sea, puede hacernos conocer las maneras de pensar y de ser de nosotros y de pueblos lejanos.

Todos estos sentimientos me llegaron, en caudal, al tener en las manos el libro ¡Lotería! Un mundo de imágenes: las loterías de figuras en Campeche y México, de José Enrique Ortiz Lanz, que acaba de ver la luz. Allí, en sus 336 páginas de gran formato, cuidadosamente ilustradas con imágenes que nos llevan a través de los siglos, pude comprender que el juego de lotería que tantas veces jugamos en el Sureste impulsados por nuestras abuelas al pardear la tarde, ese juego casero que se ha convertido en un signo de la suma de identidades mexicanas, es el crisol de geografías, de tiempos y de arte popular de siglos.

En toda la humildad expresada en granos de maíz o de frijol, de piedritas o conchitas de mar para marcar en las tablas las figuras cantadas, este juego familiar que se comparte en todos los rincones de México expresa los valores y el arte del mundo mediterráneo, une en hilos imperceptibles a Génova con Mérida, con Nápoles o Florencia y a juegos desaparecidos como el biribís con las antiguas y modernas formas del tarot, enlaza las lecturas de libros de los sueños con las narraciones que describen los tipos populares mexicanos del siglo XIX.

En esta Historia Universal del Arte tiene un especialísimo lugar Campeche. Allí, en ese puerto amurallado del Golfo de México, en cada tarde de sábado alrededor de su plaza central, se vive aún una forma singular de socialización comunitaria cuando se reúnen niños y adultos de toda condición para jugar al ritmo de una voz de mujer que canta las figuras de la lotería compartiendo un código establecido por el paso de los siglos en un torrente de imágenes.

En esta enciclopedia del arte de la lotería, José Enrique Ortiz Lanz teje íconos religiosos de los siglos XII y XIII con el arte mexicano de los siglos XX y XXI, rima nombres tan dispares como el de John Lloyd Stephens con el de Clement Jacques y el de José María Evia; nos regala la transformación iconográfica de La dama o La sirena, une en un parpadeo el mercado de La Lagunilla con los puestos de grabados y de libros de cordel a la orilla del Sena.

En este libro tan sensualmente construido aprendemos el ancestral linaje de los dichos que se cantan en el juego: La cobija de los pobres, el sol; el que le cantó a San Pedro, el gallo; medio cuerpo de señora se divisa en altamar, la sirena; la herramienta del borracho, la botella; el sombrero de los reyes, la corona; la guía de los marineros, la estrella. José Enrique Ortiz Lanz nos ofrenda mil y un saberes sobre nuestro ser común. Encontró una forma amorosa de contar las historias. Quizá por eso su juego de lotería está dedicado a su abuela, casi mi paisana.