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Puntos sobre las Íes

Recuerdos

Empresarios

D

ecíamos ayer... José Julián Llaguno, llevado por su encono en contra de Jesús –nunca se supo bien a bien el fondo de la cuestión– amenazó con que su familia no permitiría que se lidiaran los de Torrecilla, que convocaría a una conferencia de prensa y que entablaría una demanda contra la empresa.

José Julián Llaguno era famoso por dos motivos: el primero, por sus chistes, y el segundo, por lo violento de su carácter, sólo que no tomó en cuenta a la delegación, que amenazó con retirar del cartel a la ganadería para el Distrito Federal, amén de aplicarle una cuantiosa multa.

Pa’ más que prontito se acabaron los enconos y se celebró la corrida, sin que nadie imaginara –ni la familia Llaguno ni los expertos, ni los numerosos aficionados y espectadores– que serían testigos de un hecho histórico, mágico y prodigioso.

El festejo iba decreciendo, sin nada que valiera la pena, ya que Eloy ni Mariano la habían hecho, hasta que salió el quinto de la tarde, bautizado como Feyadín y que correspondió a Jesús Solórzano hijo, que poco había conseguido con capote y banderillas, pero con la pañosa; fuimos testigos de un himno a la inmortalidad, ya que, cómo bien señala una inolvidable canción, pisó los dinteles de la gloria con aquel faenón, todo un dechado de arte, creatividad, señorío, sentimiento, sin pasos entre los pases y, sobre todo, comunicado hasta casi el delirio con los eufóricos presentes, mismos que a la par que vibraban, atronaban el espacio con sus ensordecedores olés.

El hijo de El Rey del Temple no pensó en ningún momento en empañar aquello buscando un indulto, sino que, en el momento preciso, entró por uvas y, desgraciadamente, pinchó en lo duro, pero no se desanimó; nuevos portentosos muletazos con ambas manos y en su segundo viaje, llegó con la mano al pelo y, obvio es escribirlo, la petición del rabo fue unánime, clamorosa, sólo que... el señor del biombo lo ignoró todo y, por fin, concedió dos orejas, lo que desató un torrente de recuerdos familiares, mientras Jesús Solórzano júnior recorría la periferia en calidad de auténtico figurón del toreo.

Como los muy pocos. Y un merecido recuerdo además.

De no haber sido por el entonces gerente de la plaza más grande del mundo, Carlos González Alba, otra hubiera sido la historia.

Vaya fe la suya.

* * *

Es obvio que comenzaron a llover ofertas de varias plazas, pero la que se llevó el gato al agua, fue Aguascalientes, donde Chucho volvió a bordar el toreo con el toro Piel de Plata, del ingeniero Mariano Ramírez, que, aunque ustedes no lo crean, fue del mismo tenor que la faena de Fedayín y, cuando todo parecía indicar que Chucho sería todo un ídolo, los triunfos se fueron espaciando.

¿Por qué? Es muy difícil explicarlo, pero yo, en lo personal, creo que los toreros que han llegado a esas alturas deben pasarla muy difícil pensando si podrán lograr algo así todas las tardes, un sufrimiento agotador y debe costarles un gran trabajo desechar esas mortificantes dudas, y a eso hay que agregar la pléyades de los dizque amigos que les llenan la cabeza de humos y que los marean día y noche.

Creo yo que algo de eso sucedió con Solórzano hijo, de quien de pronto supe de un arquitecto, de un futbolista, de dos licenciados, un dizque banquero y sólo Dios sabrá cuantos más, que eran sus antiguos amigos. Sí, Matilda, cómo no.

Así los alejan de la realidad y las consecuencias suelen llevarlos a confusiones que suelen devenir pesadillas.

Hará dos o tres meses que me referí a una situación análoga.

El ingeniero Mariano Ramírez, gran amigo de Chucho y de su apoderado, los invitó a comer en el famoso 77 y éste le dijo al matador que escuchara lo que el ganadero iba a proponer, pero que le dijera que debían pensarlo, pues a Mariano le gustaba crear astados con edad, pitones y, sobre todo, con seca bravura, muy lejos de la auténtica que suele ir acompañada de la nobleza, como en el caso de Feyadín, y que debería verse el encierro.

Pero no, Jesús le dijo a don Mariano que sí, que con mucho gusto torearía sus toros en la México y en la fecha que acordara con la empresa.

Vaya metida de pata.

(Continuará)

(AAB)