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¿La Fiesta en Paz?

Resonancias toreras de un emotivo festival con diestros en el retiro

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Raúl Ponce de León, ahora ganadero de San Miguel del Milagro, en su incopiable versión de la vizcaínaFoto Ángel Sainos
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o alcanzan a imaginar –de suyo son poco imaginativos los metidos a taurinos– lo sencillo que es convertir las lanzas en cañas, a críticos negativos en positivos y a los aficionados huidizos en asiduos a las plazas. Si ya les resulta imposible recuperar para el espectáculo al toro mexicano con edad y trapío, entonces sigan echando el novillón engordado, como hasta ahora, pero por lo menos acuérdense de buscar, encontrar y promover, en serio, a toreros nacionales con sello y personalidad, diferentes, no clonados, capaces de generar partidarismos, de sentir y hacer sentir a un público cada vez más aburrido dentro y fuera de los cosos.

Consideraba lo anterior mientras asombro y emoción rebasaron mi escepticismo taurino para confirmarme que la magia negra de la lidia tiene cabida cada vez que un corazón sabe volcarse delante de un astado, trátese de una vaca de tienta, un eral (dos años de edad), un novillo (tres) o un toro (cuatro cumplidos), no sólo con sentimiento, sino con expresión suficiente para tocar las telillas del corazón y reflejar aquello que casi no se puede soportar.

Quedan contados toreros que lo sacan a uno de la casa para ir a verlos a la plaza, así que cuando me enteré del Festival Romanticismo y Arte, en la bellísima plaza Jorge El Ranchero Aguilar, no dudé en ir a Tlaxcala el pasado sábado para ver a los diestros en retiro Miguel Villanueva, Raúl Ponce de León, Rafael Gil Rafaelillo, Jorge Ávila, Mario del Olmo y José Rubén Arroyo, con erales del hierro de San Miguel del Milagro, del ahora ganadero Raúl Ponce de León e hijos. No fue en balde el desalmado safari.

Miguel Villanueva recibió al abreplaza con suaves verónicas y chicuelinas para alcanzar con la muleta momentos de enorme intensidad torera, no sólo por cadenciosos, sino por ensimismados y estéticos, con ambas manos. Tras el abaniqueo y un recorte de ensueño, se volcó en certera estocada, recibió merecida oreja y el agradecimiento unánime del público, que también aplaudió al astado en el arrastre.

Ponce de León tuvo un berrendo aparejado al que lanceó con el sentimiento de la casa, realizó un bellísimo quite por vizcaínas, especie de tapatía inmóvil, creación del mexicano Arturo Álvarez El Vizcaíno. Débil al último tercio llegó el eral, y fue entonces que afloró el rotundo concepto de la tauromaquia ponciana, consiguiendo Raúl sentido naturales a base de colocación y mando. Luego de dos pinchazos recorrió el anillo con el carisma que lo caracteriza.

Las reses más alegres y nobles correspondieron a Rafaelillo y a Jorge Ávila. El primero, por retraso o protagonismo, partió plaza en solitario al doblar el primero de la tarde, y ante un claro y repetidor castaño estructuró un trasteo pinturero coronado con una estocada en lo alto que le valió las dos orejas. Ávila, frente al otro becerro bravo y con recorrido, ejecutó una faena sobria que incluyó muletazos por alto y dio vuelta, mientras los despojos de la res eran ovacionados.

Faltaban dos de los toreros mexicanos con más sello de los últimos años y que, para variar, el sistema taurino no quiso aprovechar. Mario del Olmo recibió al quinto con soberbias verónicas más una larga, y con gracia y soltura consiguió muletazos por ambos lados. Dejó una entera y cortó oreja. Y José Rubén Arroyo, en traje negro de calle, nomás abrirse de capa conectó con el tendido. El becerro vino a menos, dejó media estocada y dio vuelta entre aplausos. Un joven banderillero, Diego Macías, escuchó ovaciones toda la tarde por su forma de parear. ¿Qué le pasó a esta fiesta?