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Cada año más de 300 integrantes del Ejército Mexicano obtienen sus alas de plata

Al menos 50 por ciento de aspirantes a paracaidistas no superan las pruebas

Operaciones de rescate de rehenes y combate a grupos criminales, entre sus actividades

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Prácticas en la Base Aérea de Santa Lucía, ubicada en el estado de MéxicoFoto Carlos Ramos Mamahua
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El curso básico tiene una duración de cinco semanasFoto Carlos Ramos Mamahua
 
Periódico La Jornada
Lunes 6 de noviembre de 2017, p. 12

Cada año más de 300 integrantes del Ejército Mexicano obtienen sus alas de plata, las cuales los acreditan como paracaidistas, pero otro número igual o mayor no supera las duras pruebas de fortaleza y estabilidad emocional a que los someten para dar el paso al vacío que cada salto requiere y que durante 50 segundos los desplazará en el aire hasta descender en el punto donde empezarán operaciones.

Este cuerpo de élite del Ejercito participa lo mismo en acciones de protección civil en zonas de desastre que en operaciones de rescate de rehenes o combate urbano a grupos criminales.

Lo primero que requiere un aspirante a paracaidista es ser voluntario para participar en los procesos de selección y tener un índice de masa corporal que no supere 20 por ciento. De igual forma, estar físicamente sano, no tener adicciones y tener disposición para alcanzar una preparación física que le permita correr con uniforme, equipo y armas alrededor de 15 kilómetros diarios.

Luego ingresan al curso básico de paracaidismo, que tiene una duración de cinco semanas. En las primeras cuatro reciben adiestramiento para aumentar sus capacidades físicas y técnicas, que van de la colocación de arneses a la manera en que deben librar los obstáculos y resolver las contingencias que se presenten mientras caen a velocidades que oscilan entre 140 y 250 metros por segundo.

La quinta semana cada participante debe realizar cinco saltos sin cometer errores y sin que el miedo les impida lanzarse al vacío, ya que en caso de que ocurra una situación de ese tipo los aspirantes son descalificados.

Los entrenamientos en tierra se realizan en el Campo Militar Número Uno y los ejercicios prácticos en la Base Aérea de Santa Lucía, estado de México. Desde las seis de la mañana más de 150 militares –hombres y mujeres– toman sus equipos y se forman en espera de instrucciones.

Una vez que llegan sus capacitadores enfilan hacia la pista de despegue de dicha base aérea, comienzan su calentamiento y a paso veloz corren más de cuatro kilómetros.

Esa es la distancia mínima que pueden recorrer con su uniforme y botas al inicio del curso. Hay quienes llegan a perder hasta 10 kilogramos de peso durante la capacitación, ya que el desgaste físico es muy alto. Demanda una altísima condición física, fortaleza en piernas y brazos y mucha estabilidad emocional, afirma Iván Rafael Romero Jasso, capitán segundo de infantería y maestro paracaidista.

Durante el curso se aprende la colocación de arneses, partes y características de los paracaídas, los movimientos que deben realizar si tienen a alguno de sus compañeros abajo de ellos, qué hacer si sufren percances durante su salto o en su descenso, la forma en que deben jalar cada cuerda, cómo utilizar su paracaídas alterno y la manera de colocarse en el avión para saltar por la rampa o la puerta lateral del aparato.

Así comienzan su historia en el paracaidismo y ello les abre la posibilidad de formar parte de uno de los cuerpos especiales del Ejército Mexicano, particularmente en una brigada de fusileros paracaidistas, que son la reserva del alto mando de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Tras la acreditación de dicho curso inicial los militares retornan a sus armas o a los servicios a que pertenecen (infantería, caballería, artillería, arma blindada, ingenieros, sanidad, transmisiones y materiales de guerra, entre otros), y posteriormente, quienes así lo deseen, pueden solicitar su transferencia a un batallón de fusileros paracaidistas.

Para el general brigadier Eduardo Guerrero Valenzuela, comandante de la Primera Brigada de Fusileros Paracaidistas, cada salto es relajante, aunque en ello se genere mucha adrenalina. Pero sin importar que en cada sesión de entrenamiento se adviertan los riesgos de una distracción o un error, inyecta en su tropa la voluntad y el honor de formar parte de ese selecto grupo de militares.

Mística y compañerismo

El coronel Bernardino Wulfrano Olvera Martínez, comandante del Primer Batallón de Fusileros Paracaidistas, señala: Aquí se fomenta la mística y se privilegia el compañerismo y el espíritu de cuerpo. Lo más importante: somos la reserva del alto mando. Siempre queremos ser los mejores, adoramos el paracaídas y la boina roja. Aquí, desde el general hasta el último soldado, hacemos lo mismo y corremos los mismos riesgos.

Participan por igual hombres de más de 30 años y mujeres y jóvenes que apenas superan 20.

La soldado Magnolia Azucena Álvarez Díaz es una de las mujeres que desde algunos años ya forman parte de los grupos de paracaidistas. Bajita y delgada, ya acumula más de 25 saltos. Afirma: El paracaídas no sabe de sexos. Cada salto es dar un paso al frente e ir al vacío. Es pura adrenalina.

Pese a su aparente fragilidad, ejecuta saltos con más de 30 kilos de equipo, al igual que sus compañeros. Se realiza el mismo entrenamiento y se tiene la misma responsabilidad en las misiones, señala la soldado María del Rocío Ibarra Negrete luego de correr más de un kilómetro sobre terreno irregular con sus paracaídas, presentarse en el punto de reunión acordado y declararse lista para la siguiente misión, que podría ser para combatir a integrantes de grupos criminales o participar en tareas de auxilio a la población, como sucedió con los sismos de septiembre pasado.