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El Museo Trotsky, insuficiente ante la cantidad de asistentes a la plática del novelista cubano

Fundamental, recuperar la utopía de un mundo justo, plantea Leonardo Padura
 
Periódico La Jornada
Domingo 12 de noviembre de 2017, p. 6

Sobre Río Churubusco, frente al Museo Casa de León Trotsky, se formó este viernes a las cinco de la tarde una cola tan larga que llegaba a la esquina y daba la vuelta. Se anunciaba, para las 18:30 horas, una plática de Leonardo Padura, el novelista cubano, sobre su obra El hombre que amaba a los perros, libro que ya tiene un trayecto de ocho años desde que se publicó en México. Sería la fama del popular escritor habanero. O quizá la fascinación de escuchar a quien escribió con tanta maestría la compleja historia del asesinato del gran revolucionario soviético justo en el sitio donde hace 77 años se cometió el crimen del piolet.

El caso es que el auditorio del museo, las salas aledañas y hasta el jardín resultaron insuficientes para dar cabida a un público tan ávido que poco faltó para que diera portazo.

Ni siquiera las bisnietas del famoso opositor a Josep Stalin alcanzaron asiento en el atiborrado local donde Padura describió lo que muchos de sus lectores quizá se hayan preguntado: ¿cómo diablos le hizo para investigar tan a detalle las múltiples historias que se entretejen en esta saga que tiene al homicida Ramón Mercader en el centro, pero que recrea con pasmosos y precisos detalles a muchos otros personajes? ¿Y cuál fue el motor de esta novela?

Flanqueado por Esteban Volkov, director del museo y nieto de Trotsky, y por Allan Woods, el filólogo galés reconocido por ser uno de los grandes estudiosos de las antagónicas figuras de Stalin y su declarado enemigo, Padura explicó los resortes que movieron este libro.

La trama de El hombre que amaba a los perros no es Mercader. Ni Trotsky. Ni Stalin. Es la perversión de la utopía; eso que nace en 1917 en Rusia y que es la posibilidad de concretar la gran utopía de un mundo justo. Explica: Es entender por qué Stalin quería matar a Trotsky. No sólo por esa parte enfermiza de su ser, sino sobre todo por querer callar la verdad; por callar la determinación con la que Trotsky se empeñó en denunciar la traición.

Ahí es donde Leonardo Padura, siempre cuidadoso y evasivo en las definiciones políticas, confiesa: Tuve que asumir que al abordar estos temas entraba en un tema profundamente político. Y se lanza: En un mundo cada vez más desigual, donde se han roto todos los códigos éticos, pensar en los vientos heroicos de la Revolución de Octubre en San Petersburgo nos hace pensar hasta qué punto es necesario recuperar esa utopía. Y concluye: Es fundamental.

La primera comezón de la curiosidad por averiguar algo sobre León Trotsky le dio al novelista Leonardo Padura cuando vio aquella fotografía de 1917, con Vladimir Lenin al centro, en un pequeño pódium de madera en una plaza en San Petersburgo. A su izquierda, unos escalones más abajo, aparecían los otros líderes bolcheviques Trotsky y Kamenev. Ya había visto esa misma imagen, pero sin los dos personajes que no sólo fueron purgados de la foto y de la propaganda oficial sino de la historia oficial de la revolución. Y entonces quise saber qué tan malo era Trotsky.

Así empezó. Buscó primero en la Biblioteca Central de La Habana. Encontró sólo dos libros sobre su personaje: Trotsky, el traidor y Trotsky, el renegado. Aquí quedó durmiente esa curiosidad inicial. Pero la vida trajo a Padura a México; más concretamente a Coyoacán. Y una visita a la Casa Museo del líder desterrado. Ver con sus propios ojos los muros de la casa que habitó, las puertas blindadas, el despacho donde fue atacado, las gafas sobre su escritorio, le causaron, dice, una conmoción. Era octubre de 1989 y 15 días después de esa visita cayó el Muro de Berlín. Fue como una semilla que cayó en algún rincón propicio de mi sensibilidad.

Muy pronto Padura averiguó que Ramón Mercader, bajo el nombre falso de Ramón López, vivió cuatro años en Cuba, en la misma ciudad que él habita. Era como si esta historia me estuviera tocando el hombro. De ahí siguieron dos años de obsesiva investigación, de sortear mentiras y mitos. Hasta lograr el libro que hoy se ha traducido a 30 idiomas. Menos al ruso.