Opinión
Ver día anteriorLunes 13 de noviembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La importancia de Marichuy
P

arece existir consenso en que necesitamos un cambio casi en todo. El camino no pasa necesariamente por las urnas. No las que hay. Pero las apariencias engañan, no todos quieren un cambio. Las élites y sus satélites justo lo que pretenden es que las cosas sigan la ruta que llevan, así lleve al abismo del cual ellas creen que podrán salvarse con ganancias. Entre el resto, la mayor parte de los mexicanos, se generaliza la certidumbre de que no podemos confiar en los partidos ni sus gobiernos. El electorado, que debería incluir a todos los adultos pero sólo acoge una parte de ellos, se divide artificialmente. Unos se resignan a más de lo mismo, otros buscan el cambio (al menos de manos) por el mismo camino. Otros más, una cantidad no contada pero muy relevante de mexicanos, vive una realidad diferente, cruda y concreta, donde los términos actuales del presunto cambio político son bullshit, perdonando el anglicismo.

Como nación, los mexicanos debemos confrontar serios demonios –pues los tenemos– y como dijera un célebre fiscal que acabó malamente, los demonios andan sueltos y han triunfado. Para un cambio nos debemos quitar de encima fantasmas de rabiosa hipocresía: racismo, misoginia, sexismo, violencia familiar, corruptibilidad por hábito, predisposición a callar y aguantar. La sociedad mayoritaria –la que no se considera indígena, ni Dios lo quiera– es daltónica, no distingue colores, su gama se limita a claro y oscuro, y sin pestañear se alinea por el lado claro de la identidad (real o fantaseada). Los estereotipos colectivos y publicitarios de respetabilidad, inteligencia y belleza lo predican y garantizan.

Con esto de fondo, enfrentado a diario amenazas de despojo, militarización, división, expulsión, envenenamiento a cuentagotas y destrucción del hábitat, una extendida parte de los mexicanos puede testificar sobre la realidad de vivir agredidos y la determinación de no dejarse. La lucha sigue siendo de clases por culpa, no de los de abajo, de los de arriba. Abundan ejemplos de daño deliberado por la expansión y los beneficios de conglomerados tipo Grupo México, Peñoles, Carso, Bimbo, Femsa, etcétera. Todos tienen historia negra. Acaparan, aplastan, cooptan, destruyen. La plata, el agua, la energía, la tierra y el viento les interesan más que nuestra soberanía, la gente y los poblados, donde sus garras avanzan y agarran. Con el viejo capitalismo seguimos topando. En estos pueblos y sus millones de mentes la vida no admite capitalismo, lucha que emprendan será anticapitalista.

María de Jesús Patricio, vocera del Congreso Nacional Indígena y su Concejo Indígena de Gobierno, apunta ese principio al corazón de los fantasmas y los demonios. No promete, convoca a hacer. Pide respaldo explícito, no voto secreto. Pone énfasis en lo que importa. Indígena, mujer, madre, activista, servidora de su comunidad. Así de simple. En excelente compañía Marichuy sale a una intemperie dominada por canallas prontos a la carnicería mediática que la partidocracia adora. Su condición de mujer y su discurso desenmascaran las falacias de esa candidata consorte del presidente que nos declaró la guerra, educada en el falangismo, conservadora de carrera y potencial plan B para las élites, los mandos y sus campañas para las masas.

En el México patriarcal y violento, las mujeres significan por lo visto un desafío, se les degrada, lastima y asesina como deporte. A la vez, para el México clasista y racista los indios encarnan un desafío que probó ser insalvable. El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional hace 23 años inauguró no sólo la experiencia colectiva de autogobierno más duradera y formidable de nuestra historia, sino que sembró en la conciencia de millones de indígenas mexicanos una impronta que no se disipa y culturalmente ha crecido muchísimo.

Las apuestas no le favorecen. La sevicia (¿o es ignorancia racista?) de la autoridad electoral predispone al ninguneo mediático, la habitual invisibilidad de los indios, la baja estima hacia las mujeres cuando no sirven como carne de cañón, la ceguera ante las condiciones objetivas de la población rural, barrial y migrante. Marichuy viene de allí y es desde donde habla. Los indígenas pueden ser sólo una quinta parte de la población nacional: suman millones y constituyen 25 por ciento de la población indígena de toda América. El impacto de su voz, lo incluyente de su discurso no electoral ni electorero deberán alcanzar sectores amplios de este México herido. Ella y la gente que sale a su paso hablan con la realidad, algo extraordinario para un país en simulación perpetua.