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Sergio Ramírez, ganador del Premio Cervantes
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uento cuentos por la necesidad de interesar a otros en algo que a mí me parece singular: compartir. Esta generosidad ha llevado a Sergio Ramírez a ser el ganador del Premio Cervantes 2017. El nicaragüense, editorialista de La Jornada, novelista y también ganador del mayor premio de América Latina, al menos por su monto, el Carlos Fuentes, en 2014, es el primer escritor de su país en recibir este galardón.

Nicaragua (la Nicaragua tan violentamente dulce de Julio Cortázar) brilla mejor y va a hablar más alto gracias a él, como sucedió cuando Rubén Darío salió a la luz pública y todos se admiraron que de un pequeño país centroamericano saliera una luz tan deslumbrante, la del fundador del modernismo en nuestros países. ¡Ay, Nicaragua, Nicaragüita! Sergio Ramírez tiene presente a sus compatriotas, a Ernesto Cardenal, a la bellísima Gioconda Belli, a Daisy Zamora, a Anailse Gómez y a poetas que siguieron el camino de Rubén Darío, Joaquín Pasos y Carlos Martínez Rivas.

En varias ocasiones, Sergio Ramírez insiste en que su nana, Mercedes Alvarado, le contó las primeras historias de su infancia, que de ella aprendió a escuchar y luego a escribir. En la adolescencia, sus lecturas de infancia fueron Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, Veinte años después, El jorobado de nuestra señora de París. Señala a los mexicanos Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Salvador Elizondo (concuño de Gabriel García Márquez) como los escritores que le enseñaron otros caminos en la literatura de nuestro continente. Su primer cuento, El estudiante, escrito a los 17 años, publicado en la revista universitaria León, cuando él dejó su natal Masatepe para la hacer su carrera de derecho, es su punto de arranque, y es la historia de un muchacho que llega a estudiar a León pero se regresa derrotado a su pueblo. Fue lo primero que me impresionó en la vida para sentir la necesidad de escribir.

En 1963 publicó su primer libro, Cuentos. Ser escritor centroamericano no debe ser nada fácil a pesar de Rubén Darío. Esa pregunta deberíamos hacérsela a Sergio Ramírez, porque nosotros fuimos quienes acuñamos la frase “De Guatemala a Guatepeor” y quienes maltratamos a los hombres, las mujeres y los casi niños que vienen subidos en el techo del tren La Bestia que muchas veces perdieron un brazo o una pierna o hasta murieron al caer sobre los rieles.

Muy activo en política, Sergio Ramírez se opuso al régimen del horrible Anastasio Somoza Debayle y formó parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1981. Con el triunfo de la revolución resultó electo vicepresidente de Nicaragua de 1984 a 1990. Para él, resultó un gran reto compaginar al escritor con el político, sobre todo porque corría el riesgo de que uno se perdiera en el otro. Durante una década abandonó la literatura, aunque escribió discursos y manifiestos. Las letras eran sus armas en la revolución nicaragüense del siglo XX.

En mayo de 2005 expresó: “Siempre he creído que la novela en América Latina está indisolublemente ligada a la historia pública y que resulta extremadamente difícil escribir un texto narrativo imaginario sin acudir a ella o sin que logre colarse por los resquicios de la narración.

El mundo latinoamericano se novela a sí solo y los escritores sólo somos cronistas singulares. Esa frase le habría gustado a García Márquez.

Es un gusto, un gran acierto que Sergio Ramírez vincule su premio Cervantes a su país Nicaragua, a sus bosques y a su naturaleza exuberante, a su agua y a sus árboles, a sus niños y a sus habitantes más humildes, a su cielo y a su enorme tradición poética. Juan Rulfo decía que en Chiapas a los poetas se les puede barrer con escoba. Sergio Ramírez también avanza ahora por una gran avenida seguido por una cauda de poetas excepcionales.

Disciplinado, Ramírez es un escritor de tiempo completo, por las mañanas se dedica a sus novelas y cuentos, en las tardes escribe ensayos, prólogos y conferencias, además de ser entusiasta de las redes sociales.

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El autor de Margarita, está linda la mar, en una entrevista con este diario en 2014Foto Carlos Cisneros

No sé si felicitarte o darte el pésame. Cuídate mucho, porque para mí la gira fue mucho peor que todos los viajes que hice como vicepresidente de Nicaragua –me escribió Sergio Ramírez desde Nicaragua cuando me concedieron el Premio Alfaguara en 2001. Entonces, mi mamá –de ya casi 92 años– estaba enferma y yo recibí la presea con el corazón en ascuas porque tenía que salir a recorrer todo el continente de hotel en hotel como demanda el Premio Alfaguara. Lo hice anestesiada por la tristeza de la pérdida. Sonreí como calaca de cartón. Nada peor podía sucederme que la desaparición de Mamá. Alcancé a decirle: Mamá, me saqué un premio. ¡Qué bueno, porque ahora ya no vas a escribir!, fue su respuesta. Por alguna razón, Sergio Ramírez se quedó ligado a ese premio en mi memoria y porque alguna vez me dijo: Tómate este whisky, tómatelo, te vas a sentir mejor, y mandó a un mesero a que me trajera un pálido jaibol, como lo habría llamado el gran periodista José Alvarado.

Sergio Ramírez y yo coincidimos en alguna universidad de Estados Unidos y me dio gusto verlo; también lo hicimos en el velorio de Carlos Fuentes, en San Jerónimo. ¿Qué vamos a hacer?, tan inesperada esta muerte, tan injusta, tan fuera de tiempo, una novela por iniciarse sobre su mesa de trabajo, el dolor de Federico Reyes Heroles, su gran amigo, estaba ya en el segundo capítulo. Así nos quedamos todos en el segundo capítulo, la tercera es la vencida. De pie junto a Sergio, vimos entrar y salir a amigos y conocidos que corrían a abrazar a Silvia y a Cecilia la única niña Fuentes que quedaba para contar cómo pasaba en limpio el manuscrito de su padre a la computadora, novela tras novela, y vaya que Fuentes, además de grande fue prolífico.

No sé si vaya a poder verlo en la Feria de Guadalajara, va a andar más asediado y rodeado de admiradores que Vargas Llosa, quien siempre atravesó la calle con un batallón de admiradoras armadas de besos, pero desde aquí, deseo con todo el corazón que sepa de mi cariño y de mi admiración.

Nicaragua y su literatura están en el candelero gracias a Sergio Ramírez, a quien sus Margarita, está linda la mar, Catalina y Catalina, Juan de Juanes, Ya nadie llora por mí, La jirafa embarazada, Sombras nada más, entre sus casi 50 títulos, entre novelas y ensayos, respaldan el Premio Cervantes que todos en América Latina aplaudimos.

Seguramente sus tres hijos, Sergio, María y Dorel, así como sus ocho nietos, lo acompañarán al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares y tendrá que hablar desde ese pulpito al que hay que subir con gran cuidado tal como me lo recomendó José Emilio Pacheco: Si das un paso en falso te vas de cabeza.

También tendrá que iniciar la lectura de El Quijote: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” y comer al lado de los reyes y los ministros y académicos de la lengua y otros invitados que le preguntarán por Rubén Darío y por Ernesto Cardenal; caminará por la Gran Vía y por las calles que apenas se abren a la primavera y se entibian a media mañana. Será bueno llevar chaleco, porque todavía hace algo de frío. Seguramente, Sergio recordará a su pueblo y al Grupo de los 12 formado por intelectuales, empresarios, sacerdotes y dirigentes civiles que apoyaron al Frente Sandinista y recordará sus tiempos de militancia.

En La Jornada lo tendremos muy presente por ser uno de sus colaboradores más queridos y el más capaz de analizar lo que sucede en nuestro continente, que sigue –a pesar de nuestros esfuerzos– viviendo con 100 años de atraso, la soledad que tal parece está convirtiéndose en la morada de nuestros países tan necesitados de apoyo.