Opinión
Ver día anteriorDomingo 19 de noviembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Toda la política y pronto: se llamaba un manifiesto
A

finales de los años veinte del siglo pasado Narciso Bassols, ideólogo consumado de la Revolución, clamó: ¡Toda la tierra; y pronto! Nada de declarar consumada una reforma que apenas había repartido; nada con la llegada a una normalidad imposible por decreto. Toda la tierra quería decir, como bien lo entendió el general y presidente Cárdenas pocos años después, más y no menos revolución; más y no menos participación y organización de las masas.

En aquellos años de absurda tentativa estabilizadora de la economía y de la política por igual, los campesinos armados tomaban tierras y encaraban a las nuevas y viejas guardias de latifundistas; los proletarios se descubrían y se veían como desposeídos y su espíritu se les rebelaba como revolucionario y hasta comunista, contaría José Revueltas en páginas inolvidables.

Entonces, todo se movía y sólo la genialidad política y el compromiso social de Cárdenas pudo inventar y construir un cauce que evitara revueltas y connatos de guerra civil, alzamientos y redivivos planes de complicidad imperial para defender un orden, en realidad inexistente e imposible de alcanzar por esas vetustas vías.

El país cambió y mucho, como lo mostrarían las generaciones de entonces y las que siguieron y asistieron a la consagración del capitalismo criollo del que diera magistral cuenta Carlos Fuentes en la Región más transparente. Luego vino el desarrollo estabilizador y el estallido juvenil urbano del 68 se volvió llamada que el gobierno criminal de Díaz Ordaz trocó en llamarada. A partir de entonces nada podía ser igual.

Para el desmemoriado o el aprendiz, vale recordar que hubo muchos presos que no podían sino calificarse de políticos, frente a los cuales las leyes se cubrieron de lodo y vergüenza. También muertos, la mayoría jóvenes y muchos más desamparados por el encarcelamiento de sus líderes y la brutalidad de la autoridad.

El tobogán de la barbarie estatal culminó en 1971 con los Halcones y las jugarretas en la cúpula, otra matanza y la entronización de la ira como forma de encarar y responder a la salvaje inercia del Estado. Empezaron ahí y así, en el desamparo ideológico y político, las tentativas y las tentaciones de los más jóvenes que no veían ni rumbo ni salida y optaron por las armas para, pronto, verse sometidos a la más artera y sangrienta persecución de que se tenga memoria.

Demasiada pérdida y luto para tan poco o nada. Tal es el saldo de aquellos años duros en que perdimos el rumbo y el Estado estuvo a punto de enloquecer. Por fortuna vino la reforma político-electoral y después de unos años de novatada e infantilismo izquierdista, todos nos volvimos demócratas y reformistas hasta que con el paso del tiempo se nos olvidaron la democracia como proceso y como problema diría Pepe Woldenberg, y la reforma como ruta de cambio social y aprendizaje.

Y en esto llevamos 30 años o más; y casi medio siglo primero de ajuste draconiano para pagar la deuda y, después, de cambios y vuelcos estructurales para ser modernos. De una vez y para siempre; ad infinitum.

Pero las vueltas crueles e inclementes del mundo y su globalidad ahora nos depositan en una crisis a más de dos velocidades, a la que se suma nuestro mal desempeño económico. Con el mundo, sus paradojas y trilemas, frente a la tozudez ignara de tecnócratas no hechos para la adversidad, la hora habrá llegado para reclamar: ¡todo contra la desigualdad y la pobreza; y pronto! Salir al paso de la brutalidad insólita de la vida diaria y la imposición de la barbarie como forma de gobierno.

De esto y otros anexos debería tratarse la sucesión presidencial y derivadas; ahí podría estar el hilo de Ariadna que nos hace falta para recuperar talantes y abrir paso a un desarrollo con justicia que, como consigna anti histórica, nuestra élites arrumbaron en archivo muerto.

Esto se llamaba un manifiesto…