Opinión
Ver día anteriorDomingo 19 de noviembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El caos de Medio Oriente
L

a derrota del Estado Islámico (EI o Daesh) en Siria e Irak ha puesto en movimiento la anterior relación de fuerzas en la zona. Estados Unidos e Israel, que sostenían y armaban al EI al igual que Qatar, están en efecto debilitados por el triunfo obtenido por Hafez al Assad, el dictador sirio, en alianza con Rusia, con Hezbollah (libanés y chiíta), el gobierno también chiíta de Irak y el régimen iraní de los ayatollahs. Éste también apoya a una coalición en Yemen chiíta contra la cual combaten sin resultados los miembros de una coalición sunita (Omán, Egipto, Jordania y Arabia Saudita) dirigida por Riad.

Estados Unidos, que primero había sostenido al gobierno de Saddam Husein en Irak que era enemigo del gobierno sirio y lo había lanzado a una guerra contra los chiítas iraníes, después lo derribó y destruyó Irak con su invasión. El brillante resultado fue el fortalecimiento en ese país de la influencia de Teherán y el hecho de que el gobierno chiíta iraquí lucha hoy unido a los sirios armados por los rusos contra el EI sostenido por Estados Unidos y sus aliados saudíes y qataríes.

Mientras Estados Unidos y las ex potencias coloniales (Francia e Inglaterra) pierden fuerza en la zona, Rusia e Irán se han reforzado en todo el Mashrek desde la frontera turca hasta el linde de Palestina con Egipto.

En efecto, entre los palestinos es mayoritario Hamas, que oscila entre chiítas y sunitas, en el Líbano el movimiento Hezbollah, chiíta, es mayoritario entre los pobres y forma parte del gabinete de unión nacional del sunita Saad Hariri del cual sólo se excluyeron los cristianos maronitas de la Falange, agentes de Francia y de Israel y Estados Unidos y, por último, en Siria, Irak e Irán los gobiernos son chiítas. Sólo Jordania tiene una monarquía sunita.

Pero las diferencias sectarias entre sunitas y chiítas encubren en realidad los conflictos sociales en el mundo árabe. Las monarquías y los grandes comerciantes son –en general– sunitas y los pobres y muchas tribus son mayoritariamente chiítas (los cristianos de todo tipo y los laicos suelen ser urbanos y más acomodados). En cuanto a los kurdos están diseminados entre Irán, Irak, Siria y Turquía y divididos entre clanes que se oponen entre sí y, aunque son mayoritariamente sunitas, se interesan sobre todo por su independencia frente a los respectivos gobiernos sean éstos sunitas, como lo era el de Saddam Hussein o lo es el de Turquía, o chiítas como los gobiernos de Bagdad y de Teherán.

Sobre esa base social y religiosa se sobreponen los intereses dinásticos en las monarquías y los intereses geopolíticos. Por ejemplo, el gobierno militar de Egipto combate a la Hermandad Musulmana, financiada y protegida por Riad, pero está aliado con los sauditas en la coalición que interviene en la guerra civil yemenita y busca el apoyo saudita para sus relaciones con Estados Unidos. O Arabia Saudita y Qatar financian y apoyan conjuntamente al Estado Islámico, pero Riad quiere ahora cargarle a Qatar la responsabilidad de la derrota y rompe relaciones, concentrando ahora su intervención en el Líbano.

El virtual secuestro en Arabia Saudita del primer ministro libanés Saad Hariri, a quien obligaron a denunciar a su aliado Hezbollah y a Irán y a renunciar obliga a Francia a intervenir porque es la ex potencia colonizadora del Líban donde mantiene fuertes intereses y se apoya en la derecha cristiana y porque tiene grandes inversiones en Irán e interés en el petróleo y el gas de ese país y al mismo tiempo ha rearmado la aviación militar saudita. Por eso el presidente Emmanuel Macron debió ir de noche a Riad para conseguir un permiso para que Harari pudiese viajar a Francia. Esto coloca nuevamente a París en el campo opuesto de los intereses de Estados Unidos porque Arabia Saudita no hace nada sin consultar con el Departamento de Estado.

Francia no quiere ser un satélite estadunidense y agrega así ahora a sus diferencias sobre el recalentamiento global y sobre el proteccionismo de Donald Trump, una diferencia táctica en la cuestión medioriental aunque sus intereses estratégicos coinciden con los de Washington. Esa voluntad de independencia –sobre todo cuando Estados Unidos está sustituyendo la dominación francesa en África por la suya propia– hace que París mantenga fuertes lazos con China y Rusia que, además y al igual que Francia, comercian con Irán e invierten en ese país estratégico por sus fronteras con Afganistán y con el Medio Oriente, por sus riquezas y por su poderío militar regional.

El hombre fuerte saudita, Mohammed bin Salmán, hijo del soberano, quiere presentar un Islam menos medioval que el wahabita imperante en su país y modernizar la vida de éste y su economía para aparecer más presentable. Veremos qué hará ahora con Hariri en París. También habrá que ver si el primer ministro retorna como tal a Beirut y si es posible mantener la paz en ese país o si Israel inventa un pretexto para invadirlo y atacar a Siria para evitar que, tras la expulsión del Estado Islámico, ésta se recomponga con ayuda rusa como potencia regional.

Como telón de fondo está la preparación por Estados Unidos de una guerra contra China. Todas las piezas del ajedrez mundial están en movimiento en el tablero global, desde las amenazas a Corea del Norte y la presión naval en el Mar de China hasta el intento de cortarle el abastecimiento en carburantes que Pekín obtiene en Irán. Pero la torpeza y la brutalidad de Washington engendran resistencias entre sus cómplices y subordinados europeos y estimulan los nacionalismos y el antimperialismo en los países que tienen una larga y gloriosa historia y con viejas culturas. Ciegamente, Trump empuja al mundo a la vez hacia una catástrofe ecológica y hacia una terrible guerra atómica. Hay que detenerlo.