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¿La Fiesta en Paz?

Algo sobre Miguel

Negro Muñoz, advertencia desoída

Hoy comienza la temporada grande

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Hoy, en la plaza México comenzará la temporada con un mano a mano entre El Juli (en la imagen) y Joselito AdameFoto Afp
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olesta, me llamó una amiga aficionada para reclamar que no hubiera escrito una sola línea con motivo del fallecimiento del matador Miguel Espinosa Menéndez, ocurrido el pasado 6 de noviembre en su natal Aguascalientes. “Es que en la siguiente columna se atravesó El Pana con el documental de Rodrigo Lebrija, que aún se exhibía en algunas salas”, respondí. Pues hazlo en la siguiente, que no se murió un cualquiera, sino un artista de los ruedos, se revolvió encastada antes de colgar.

A mi entender, Miguel enfrentó tres serios obstáculos que empañarían su privilegiada naturalidad como muletero: la displicencia de estilista consumado –torero de toros a su estilo, a modo, de pocas o nulas exigencias–; la eficaz sobre administración a cargo de su apoderado y sobrino José Manuel Espinosa, quien fuera nieto de Zenaido, el portentoso subalterno de Fermín, que junto con su hermano Juan integraron la modélica mancuerna del llamado Maestro de maestros y, por último, haber sido hijo de éste. Fue como pretender que un descendiente de Picasso saliera pintor o uno de Buñuel cineasta y superara a su progenitor.

No obstante, la tauromaquia de Miguel levantó enormes expectativas a partir de la inolvidable tarde del 11 de marzo de 1979 en la plaza México, a tan sólo 15 meses de su alternativa, frente al complicado Arte Puro, de la ganadería de Torrecilla, al que sometió a base de decisión, quietud y mando, estructurando en los medios una faena que parecía imposible. Cómo habrá sido de emocionante ese trasteo que a pesar de haber pinchado, el público demandó la oreja, que fue concedida. Esa faena referencial, de muy altos vuelos toreros, acabó perjudicando la trayectoria de Miguel, que en los siguientes 25 años se instalaría en la comodidad, convencido de que estilismo mata entrega.

En la memoria quedaron algunas faenas de excepcional tersura, en las que lo mismo deletreaba el pase natural que ligaba cadenciosos derechazos, aunque con un defecto mayúsculo: su descompuesta manera de rematar las tandas, al grado de inspirarme el calificativo de escuadrado de pecho, con la consiguiente contrariedad de su apoderado. En la México, a Perlito, de Santiago, Miguel lo toreó no con lentitud, sino con eternidad, perpetuando la suerte fundamental del toreo a un ritmo inconcebible, sin retorcimientos, con intenso sentimiento, mientras la gente ya no gritaba ole, sino que parada de sus asientos emitía alaridos por lo que apenas podía soportar. Pero fueron excepciones. Servida, señora.

José El Negro Muñoz, personaje donde los haya, me decía hace años: El toreo es un algo sublime que la naturaleza legó al hombre para que jugara con el toro a la vida y a la muerte. De ahí que a quien no le guste la poesía difícilmente le pueden gustar los toros; no encaja en la vida y se pierde de profundizar y gozar de ese algo maravilloso y dramático que ninguna otra manifestación artística puede tener ni otorgar como vivencia. La vida es magia, lo que pasa es que nosotros somos unos pendejos. Siempre habrá un toro bravo, de lo que ya no estoy muy seguro es que haya un torero que lo busque y sepa torearlo. Mientras sigan manejando la fiesta manos torpes, el virus seguirá propagándose, sin poder romper un ambiente de mentiras y elogios mutuos. ¿Es que ya nadie se acuerda cómo le hicieron los grandes toreros de la historia? Con toros, hombre, con toros.

A propósito, hoy comienza la temporada 2017-18 en la plaza México, con un mano a mano sacado de la manga a cargo de El Juli y Joselito Adame ante reses de Teófilo Gómez. Bueno.