Opinión
Ver día anteriorDomingo 26 de noviembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las necesidades, la libertad y la ceguera
M

ientras el presidente y sus súbditos priístas juegan nintendo presidencial, la población asiste al triste espectáculo del neotapadismo orquestado por los columnistas y locutores convertidos en visires por decreto del poder. De lo demás, digamos de la inflación que nos legara el doctor Carstens, o del virtual estancamiento de la producción, la inversión o el empleo, nadie hace caso.

El mutismo que rodea la sucesión presidencial contrasta con el ruido infernal del crimen y la violencia que ya dejaron de pedir permiso y, por igual, se ajustician los unos a los otros. En medio, se asesina a inocentes, funcionarios de la defensa de los derechos humanos, policías, marinos, soldados.

Dantesco espectáculo, más allá de las puertas del averno, interminable festín de fuego y balas que amenaza con ahogar la política e imponer el estado de naturaleza por lo menos hasta que Trump nos mande a sus marines.

No es verdad que éste sea el sexenio del empleo, aunque deba reconocerse el empeño regularizador del IMSS y así el aumento de las cifras básicas de empleo formal, es decir, asegurado y con acceso a los servicios de salud. La multiplicación de peces, panes y puestos de trabajo no se ve por ningún lado; por el contrario, pulula el mal empleo, por precario y mal pagado. Mala, en realidad pésima, economía política la nuestra. Peor, el talante y la armadura moral con que recibiremos, si llega, el cambio en los poderes.

País de ciegos que al cerrar los ojos del alma niega su libertad y abraza el engaño como forma de ser y vivir. Nos hemos vuelto una constelación de comunidades semiurbanas, conectadas por el anonimato digital o la poco amistosa visita a la central camionera de turno.

No hay caminos francos y adecuados para el intercambio y la deliberación y, es desde esta soledad compartida, que se tejen los peores signos de anomia, desprecio de la política y desconfianza, esta sí que militante, de todo lo que huela a Estado.

De esta manera, el entorno se troca peligrosamente en un grito multitudinario contra la democracia, se prefiere la engañosa libertad del individualismo que no quiere ni admite orden aunque éste pretenda ser distinto, democrático.

Si como dicen (algunos) filósofos la libertad es la conciencia de la necesidad, entonces la renuencia masiva a conocer y reconocer el estado de necesidad en que nos encontramos no puede sino desembocar en tragedia y tormenta, alienación de la política y, al final, aceptación del autoritarismo. Que esta vez no será, ni simulándolo, incluyente o tolerante. Prestemos oídos a la española Victoria Camps:

“(…) sabemos que la mejor forma de gobierno es la democrática. ¿Por qué? Porque (…) es un régimen cimentado sobre el diálogo y la discusión previos a la deliberación y la decisión” ( Ética, retórica, política, España, Alianza Universidad, 2005, p.101).

Detengamos el paso; dejemos de encaminarnos a la cita de julio próximo negando lo que vemos, hasta acabar por rendir culto irracional a la ceguera de que escribiera Saramago. Pésimo arranque, a pesar de las chusquerías de última hora.