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Riqueza amenazada
D

e tiempo inmemorial los hombres y mujeres de México somos un pueblo interesado por nuestra historia. Desde que el tiempo es tiempo todo hecho, todo objeto, todo rito, lo convertimos en relatos compartidos. Lo convertimos en historias.

Existen muchas formas de narrar. De las 34 inscripciones con las que cuenta México en la lista de patrimonio mundial de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura por lo menos en 14 están incluidas zonas arqueológicas. Por la alta calidad del trabajo de investigación, conservación y difusión que en ellas se realiza, las ciudades prehispánicas y los museos en los que se muestra su grandeza recibieron el año pasado 23.8 millones de visitantes. De entre ellos, 16.5 millones fueron mexicanos que quedaron conmovidos ante los espacios que fueron construidos por nuestros ancestros. El trabajo de los arqueólogos encuentra en el despertar de la curiosidad y los deseos de conocimiento de cada una de esas miradas su sentido. No es el único.

En 1976 Ignacio Bernal, el gran arqueólogo de Yagul, Dainzú y Teotihuacán, nos invitó a pensar en el libro del Génesis y en Platón y Tucídides, en Herodoto o Bernardino de Sahagún como ejemplos de las mil y una formas de acercarnos a la incesante búsqueda para explicar el origen del mundo y sobre todo del hombre. Ése es el linaje de la arqueología que en nuestro suelo se practica.

Eduardo Matos Moctezuma nos impulsó a conocer aún más sobre la arqueología cuando nos expresó en 2013 que ella nos hace “penetrar en el tiempo… para estar frente a frente con las obras de la humanidad”. Y agrega que “va más allá: penetra en el tiempo de los hombres y de los dioses. Lo mismo descubre el palacio del poderoso que la casa del humilde; encuentra los utensilios del artesano y las obras creadas por el artista; descubre la microscopía del grano de polen y, con él, la flora utilizada y el medio ambiente en que se dio;… las prácticas rituales de la vida y la muerte. En fin, el arqueólogo puede tomar entre sus manos el tiempo convertido en un pedazo de cerámica”. A todo ello habría que agregar la pasión, ese rasgo que convertido en pulsión también mueve a las mujeres y los hombres que en México hacen arqueología.

La arqueología mexicana es así una épica creación de conocimiento que se realiza en una combinación perfecta entre la ciencia y las humanidades. Toda ella bien merece una epopeya cantada con el orgullo de los saberes compartidos que, como uno de los elementos fundamentales del cumplimiento de la normativa emanada de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, se encuentran en el Archivo Técnico de la Arqueología en México que conserva el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

De acuerdo con el índice del Archivo publicado por Roberto García Moll, en él se conserva la información de los trabajos de Manuel Gamio o Alfonso Caso, Frans Blom o Ignacio Marquina, Alberto Ruz o Román Piña Chan, Jorge Acosta o el propio García Moll, Eduardo Matos o Leonardo López Luján; allí está la memoria de todos los proyectos arqueológicos realizados en México, más de 140 mil fotos, planos coloreados a la acuarela del siglo XIX, centenares de metros lineales de conocimiento de la mayor importancia sobre nuestro pasado que, además, sigue creciendo cada día. Allí se conserva la Historia de la Arqueología en México.

Hoy la riqueza de ese Archivo vivo que alberga la grandeza del conocimiento creado por la arqueología mexicana está en peligro. Como se requiere el espacio donde se encuentra actualmente para ocuparlo para un proyecto presidencial, sobre él pende la amenaza de un desalojo del lugar que lo acoge en el palacio del Marqués del Apartado hacia lo que aparenta ser una galera o cobertizo. ¿Vale la pena el riesgo?

¿Por qué llevarlo a una sede más propia para un taller mecánico, si el Instituto Nacional de Antropología e Historia tiene entre sus inmuebles el Ex Convento de la Merced, por ejemplo? Allí, contando con la certeza de los recursos de la Secretaría de Cultura, se aseguraría mantener la integralidad del Archivo invirtiendo en estantería compacta de alta densidad, garantizando condiciones de humedad relativa y temperatura estable, creando instalaciones adecuadas para realizar la consulta, financiando equipo de última generación que asegure la digitalización y la difusión del acervo.

Aseguremos la existencia del Archivo de la Arqueología de México. Así ayudaremos a cumplir la ley y honraremos el interés de los mexicanos por la historia. Así honraremos también la universal y permanente labor del INAH, una de las instituciones fundamentales del Estado mexicano para preservar nuestro patrimonio. Allí, en ese Archivo, se resguarda la historia de nuestra grandeza cultural.