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Las riquezas de La Villa
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asado mañana se festejará a la venerada Virgen de Guadalupe; desde hace semanas comenzaron las peregrinaciones para visitarla en su santuario, popularmente conocido como La Villa.

Por las avenidas Insurgentes, Reforma y San Juan de Letrán, ahora llamada Eje Central, desfilan distintas agrupaciones y gremios. Sobresalen las de los mercados, que suelen llevar banda, coloridos pendones y carros adornados con flores y frutas.

Este culto data de la época prehispánica, cuando en el cerro Tepeyacac o Tepeacac, en las afueras de México-Tenochtitlan, los aztecas veneraban a Tonantzin, la diosa madre, síntesis de la femineidad sacralizada y considerada una de las deidades de la Tierra entre los mexicas. Su culto surgió con el desarrollo de la agricultura, ya que se creía que propiciaba ricas cosechas y ayudaba a la fertilidad de las mujeres.

Es interesante recordar la descripción del lugar y las costumbres que nos describe detalladamente el Códice Florentino, tan semejantes a las que se practican hoy día: cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde los indios solían hacer muy solemnes sacrificios y que ve-nían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a Tonantzin... allí hacían muchos sacrificios a honra de la diosa y venían de lejanas tierras... traían muchas ofrendas... era de grande el concurso de gente en esos días y todos decían vamos a la fiesta de Tonantzin”.

A la llegada de los españoles, el templo de la diosa mexica fue destruido y, al poco tiempo, en ese mismo sitio, se le apareció la Guadalupana al indio Juan Diego. Como es conocido, la Virgen pidió al indígena que en ese sitio se le levantara un templo y le indicó que fuera con el obispo para solicitarlo. La prueba definitiva fue la tilma cargada de rosas, en donde apareció la imagen de la Virgen morenita, que habría de convertirse en la madre espiritual de los mexicanos.

Es interesante señalar que los lugares donde se desarrolló esta prodigiosa historia-leyenda están ahí, plenos de creyentes que los veneran como sitios sagrados. Una excepción es el antiguo Palacio del Arzobispado, a pesar de que ahí apareció por vez primera la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego frente a los azorados ojos del obispo Zumárraga. Actualmente ese majestuoso edificio, que se encuentra en el Centro Histórico, alberga un museo de arte de la Secretaría de Hacienda.

En contraste, en La Villa de Guadalupe perviven varios lugares de veneración, además de la Basílica. Uno de ellos es la Capilla del Pocito, obra del insigne arquitecto Francisco Guerrero y Torres. En estilo barroco, se le considera una de las 20 joyas de arquitectura barroca del continente americano.

En la Villa encontramos también ¡un galeón! Sí, no es una fantasía, es un monumento que mandaron hacer unos marineros agradecidos a la Virgen que los salvó cuando perdieron el timón en medio de un fuerte temporal. Prometieron que, si llegaban a tierra, le llevarían a su santuario el palo de la embarcación. Al regresar sanos y salvos, en hombros, llevaron hasta la Villa el conjunto de palos del navío y colocaron su ofrenda dentro de la construcción de piedra para defenderla del paso del tiempo.

Como éste, hay miles de milagros que se atribuyen a la Virgen morena; y prueba de ello son los cientos de exvotos de distintos siglos que muestra el Museo de la Basílica de Guadalupe, algunos verdaderas obras maestras del arte popular.

Es toda una experiencia darse una vuelta por La Villa en estas fechas para compartir la festiva y devota conmemoración que conserva fuertes raíces prehispánicas. Para el tentempíe, en las fondas y restaurantes de los alrededores puede saborear los típicos antojitos de todas partes del país y desde luego las gorditas de La Villa, recién hechas, aromáticas y calientitas, envueltas en colorido papel de china.