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Risa no chistosa

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El presidente Donald Trump inauguró el fin de semana el Museo de los Derechos Civiles de Misisipi, que rinde homenaje a la lucha de la comunidad afroestadunidense por el respeto y la igualdadFoto Afp
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os grandes criminales políticos tienen que ser expuestos y expuestos especialmente a la risa. No son grandes criminales políticos, sino gente que permitió grandes delitos políticos, algo que es totalmente diferente, dijo Bertolt Brecht.

La filósofa Hannah Arendt, en una entrevista en 1974 con el escritor francés Roger Errera, ofreció esta cita de Brecht para argumentar que alguien como Hitler no puede ser considerado un idiota porque fracasó su proyecto, ni un gran hombre por las dimensiones de su proyecto; no es ni lo uno ni lo otro. Recuerda que la oposición a Hitler, antes de que tomara el poder, consideraba a Hitler un idiota, y después, casi para justificar su triunfo, de repente lo volvió en un gran (obviamente no en el sentido positivo) hombre.

Brecht agrega, según Arendt, que uno puede decir que la tragedia aborda los sufrimientos de la humanidad de una manera menos seria que la comedia. Arendt opina que esto es verdad, y agrega que “lo que verdaderamente es necesario, si uno desea mantener su integridad bajo estas circunstancias (…) es recordar tu vieja manera de ver tales cosas y decir: ‘no importa lo que haga y si él mató a 10 millones de personas, él sigue siendo un payaso’”.

Arendt, como Orwell y un sinnúmero de otros escritores y filósofos que enfrentaron algunas de las épocas más oscuras de la historia moderna, se han vuelto referentes urgentes en esta coyuntura estadunidense en los intentos por buscar alguna manera de entender algo tan obsceno, patético y peligroso como el fenómeno Trump.

Arendt podría ser una reportera en la era de Trump, la cual arrancó con, entre otras cosas, una gran ofensiva contra la prensa justo con el motivo que ella identificó hace más de 40 años: “El momento en que ya no contamos con una prensa libre, cualquier cosa puede suceder. Lo que hace posible para un totalitario o cualquier otra dictadura gobernar es si el pueblo no está informado (…) Si todos siempre te mienten, la consecuencia no es que te crees las mentiras, sino más bien que ya nadie cree nada (...) Y un pueblo que ya no puede creer en nada no puede tomar decisiones. Queda privado no sólo de su capacidad de actuar, sino de su capacidad de pensar y de juzgar. Y con un pueblo así uno puede hacer lo que se le antoje”.

El mundo tiene enfrente a un bufón peligroso; conservadores, liberales y progresistas advirtieron aun desde antes de la elección que el fenómeno Trump es un proyecto neofascista, totalitario y/o plutocrático. La semana pasada, hasta el ex presidente Barack Obama casi se atrevió a decirlo, al señalar que si los estadunidenses no protegen su democracia, existe el riesgo de que las cosas se puedan deshacer rápidamente y sugiriendo que Estados Unidos podría irse por el camino de la Alemania nazi, reportó Ap.

Claro que Obama no asumió –como nunca lo ha hecho, igual que todas las fuerzas liberales a lo largo de la historia moderna en este y otros países– ninguna responsabilidad por la llegada de un Trump. Cualquier estudiante crítico de historia sabe algo sobre cómo el surgimiento de un fascista y su toma del poder –como el caso de Hitler– no se puede explicar sin entender el papel trágico de las pugnas internas y a veces arrogantes de fuerzas liberales y hasta progresistas en abrir las puertas, claro, no a propósito.

Hoy día, ante Trump, esto se repite: corrientes liberales –sobre todo el Partido Demócrata y su cúpula, junto con sus apologistas intelectuales– rehúsan aceptar la responsabilidad fundamental que les corresponde (no fue el único factor) por el surgimiento y triunfo del fenómeno Trump. Siguen culpando a los rusos, o al ex jefe de la FBI, a Wikileaks, y hasta al que ofrecía la mejor opción ante la amenaza neofascista, su propio senador, Bernie Sanders. Con eso, siguen permitiendo la circulación de ese veneno que amenaza esa democracia que tanto dicen defender, mientras a veces parecen dedicar más tiempo a combatir corrientes más progresistas dentro y fuera de sus filas.

Llega el fin de un año que ha puesto en jaque la viabilidad de lo que se llama democracia en Estados Unidos, y que literalmente amenaza al mundo. Ahora aquí adentro se vive entre la persecución de los más vulnerables, elogios y justificación del racismo histórico, la ofensiva contra los derechos y libertades civiles, la destrucción abierta de normas laborales y ambientales resultado de luchas sociales, y un depredador sexual en jefe apoyando a pedófilos y llamando mentirosa a cualquier mujer que no esté de acuerdo, y por supuesto la degradación de cualquiera que se atreva a cuestionar la realidad trumpiana, sobre todo los periodistas. Ni hablar de la amenaza que representa en otras partes del mundo (y al planeta en sí), desde Corea hasta Medio Oriente, Sudamérica y México.

Los críticos y opositores que siguen jugando el juego del poder en Washington explican que hay que tener paciencia, esperar elecciones, cabildear con más efectividad, realizar investigaciones, presentar más informes y educar a los ciudadanos. Algunos casi gozan al explicar qué tan peor están las cosas de lo que uno pensaba. Fueron derrotados, pero no son minoría (eso dicen que es significativo en una democracia) –de hecho, casi todas las posiciones de los opositores al proyecto en el poder gozan del respaldo de las mayorías– sea en migración, política económica, medio ambiente, salud, educación, guerras y más– según casi todas las encuestas. Si es así, entonces pareciera que este proyecto tipo neofascista no vive del apoyo popular, sino de la decisión de opositores institucionales de permitir su existencia por supuesto respeto al proceso democrático, aparentemente aun si esto amenaza esa democracia que tanto dicen defender.

Tal vez la risa indignada –y honesta– es vital frente a todo esto, como afirma Brecht. De hecho, grandes cómicos –Stephen Colbert, John Oliver, Noah Trevor, Samantha Bee, y todo un elenco de caricaturistas editoriales– son por ahora los mejores reporteros críticos de este momento. La risa que invitan es esencial para recordar que estos enanos peligrosos en el poder no son grandes. Pero no es suficiente, se necesita que despierten los gigantes dormidos en este país.