Política
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Benito Juárez al servicio de los gringos
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ara quienes piensan que una tenebrosa conspiración mundial busca regir el destino de la humanidad, Benito Juárez es el mayor villano de nuestra historia, pues fue su principal instrumento en México. No está de más recordar que dicha conspiración fue inventada por la policía del zar de Rusia en un panfleto publicado en 1902, para justificar la persecución de los opositores y la limpieza étnica antijudía. Panfleto retomado por los nazis. Se suman a quienes creen en la gran conspiración judía, aquellos convencidos de que la moral católica (mejor dicho, la variante ultramontana de la moral católica) es la única aceptable.

Al convertir a Juárez en el agente de la gran conspiración, hacen de él un traidor a la patria, ampliando las acusaciones que en su tiempo se le lanzaron. La mayoría de esas acusaciones se basaban en una lectura mal hecha o tendenciosa del seudotratado McLane-Ocampo, de 1859, del que ya hemos hablado. Pero otros conspiranoicos e incluso algunos historiadores afirman que la República sólo pudo vencer a la intervención francesa gracias a la ayuda estadunidense.

¿Cómo presentan y cómo sustentan los conspiranoicos y algunos conservadores estas acusaciones? Ya lo hemos dicho: parten de un prejuicio ideológico (el conspiranoico es el más potente, el católico ultramontano no le va muy a la zaga; últimamente no pocos neoliberales retoman los argumentos de aquellos); leen a los autores que sostienen esas versiones, y, sobre todo, se abstienen de practicar el elemento fundamental del oficio del historiador (porque no son historiadores): la crítica y confrontación de fuentes.

Los invito a leer el ejercicio de confrontación de fuentes que sobre este tema hace Paco Ignacio Taibo II, en Patria, vol. III capítulo 166: Muchos historiadores han propuesto que la presión norteamericana a partir de abril de 1865 [fin de la Guerra de Secesión], e incluso su intervención descarada, sería definitiva en la derrota de la Intervención francesa. Algunos lo creen honestamente –el adverbio parece desprenderse de la lectura de Paco– porque privilegian el análisis de los documentos diplomáticos a las acciones de la resistencia nacional, porque creen que la historia la hacen los políticos en los gabinetes y no la gente en la calle y el campo (añado por mi cuenta). Más allá de eso… ¿hubo apoyo estadunidense concreto al gobierno de Juárez? Los documentos cruzados entre tres conspiradores (los generales unionistas Lewis Wallace –luego novelista famoso– y Herman Sturm, y el gringófilo José María Carvajal) parecen sugerir que en algún momento el gobierno de Juárez estuvo de acuerdo con que entraran a territorio nacional 10 mil soldados estadunidenses. Sin embargo, el embajador Matías Romero rechazó el negocio con el cual Carvajal financiaría la aventura y por instrucciones de Juárez, anuló la misión y los proyectos de Carvajal. Eran propuestas fantasiosas, parecidas a las de aquellos que ofrecieron a Maximiliano el concurso hasta de 40 mil soldados de la derrotada Confederación que, en lugar de rendirse, entrarían a México para consolidar su trono (capítulo 147).

En el capítulo 187: Muchos autores establecen que una de las claves de la victoria estuvo en las cuantiosas donaciones de armas y municio­nes hechas por el gobierno estadunidense desde fines de 1865 ¿La base para asegurarlo? Textos de los tres generales antedichos y los libros de Francisco Bulnes. Paco Ignacio contrasta esas declaraciones con otras fuentes de archivo, cartas y documentos de la época, y muestra que el negocio que pretendieron Carvajal y Wallace no sólo fracasó, sino que fue desautorizado por el gobierno mexicano; y que el gobierno de Estados Unidos se opuso a cualquier compra de material de guerra que no se hiciera en pública subasta y se pagara rigurosamente en efectivo. Apenas en la primavera de 1866 empezaron a llegar cargamentos de material así comprado. Lo que había funcionado durante el año precedente fue el tráfico hormiga de los guerrilleros de la frontera: pequeños cargamentos pagados con dinero contante y sonante, obtenido del saqueo a convoyes franceses.

Pero los historiadores acríticos no confrontan sus fuentes y dan por ciertas las presuntuosas afirmaciones de Wallace; toman las promesas por realidades y los sueños por acciones y así, convierten los papeles en fusiles. De la confrontación de fuentes se desprende que mucho más cerca de la verdad están en este caso, dos hombres que participaron en aquella guerra: el imperialista Alberto Hans, que dice “muchas armas… provenían de Estados Unidos, pero habían sido pagadas muy caro y no enviadas gratuitamente”; y el republicano Juan de Dios Arias: “La República no debe a Estados Unidos ni una espada… que no se haya comprado a gran costo, y esto…” tras el fin de la guerra civil.

Patria es el gran fresco de la epopeya nacional y ariete contra la mentira histórica interesada: urge leerlo.

Twitter: @HistoriaPedro

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