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Universidades y empresas, fórmula en favor del saber

Es un promotor de la transferencia de conocimientos

Creador de una docena de compañías y poseedor de más de 25 patentes, el académico e investigador defiende la colaboración entre científicos e inversionistas para concretar avances que permitan un mejor nivel de vida a los pacientes

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Uno de los proyectos encabezados por Sacristán Rock fue la creación del primer corazón artificial mexicano, conocido como Vitacor UVAD, para el cual se requirieron más de 10 millones de dólares. Tuvimos que iniciar una empresa para conseguir el financiamiento, que fue repartido entre las universidades participantes. Luego el desarrollo se vendió a una empresa comercializadoraFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Martes 19 de diciembre de 2017, p. 15

Emilio Sacristán Rock, ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2017 en la categoría Tecnología, Innovación y Diseño, es un investigador, inventor y emprendedor en el campo de la tecnología médica.

Este perfil y su posición a favor de la colaboración entre las universidades y las empresas, dice en entrevista el académico de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Iztapalapa, le han valido críticas entre sus colegas, porque consideran que se sale del papel de científico y se acerca al de empresario. Pero él sostiene que la transferencia del conocimiento a las empresas es la única vía para que las investigaciones científicas se conviertan en soluciones para los problemas que enfrentan los pacientes.

Ha creado una decena de empresas, tiene más de 25 patentes y dirige un centro universitario en el que se genera tecnología.

Sin apoyo del gobierno, lo demás no se puede dar

Se requiere financiamiento privado para desarrollar y distribuir la tecnología, plantea, y agrega que lo que no está a discusión es la necesidad de que el Estado financie las actividades científicas en México, pues considera que sólo el gobierno puede apoyar la investigación para que puedan florecer cosas que puedan funcionar. Sin un gran impulso y una gran aportación del gobierno a la investigación, lo demás no se puede dar.

Sacristán Rock realizó sus estudios universitarios en electrónica en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y tiene una maestría y un doctorado en ingeniería biomédica por el Instituto Politécnico de Worcester de Estados Unidos. Empezó a trabajar en proyectos de desarrollo tecnológico durante el posgrado.

Es responsable del Centro Nacional de Investigación en Imagenología e Instrumentación Médica (Ci3M) de la UAM Iztapalapa, que inició operaciones en 2004 y es miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).

En su opinión, el aparato científico mexicano está muy dedicado a que los investigadores vivan en su torre de marfil, hagan sus publicaciones y se les reconozca en el SNI. Y no nada más no se apoya, sino que hay muchas barreras, para que los investigadores trasladen esos conocimientos al sector productivo.

Sacristán Rock considera que si bien no todo el conocimiento debe llegar al sector productivo, en algunos campos es indispensable que esto pase. En el tipo de cosas que hago yo, tecnología médica, la única manera que hay de que los desarrollos lleguen a los pacientes es por medio de una empresa.

El docente del Departamento de Ingeniería Eléctrica aclara que la investigación básica tiene un valor intrínseco, pero hacer transferencia tecnológica es más difícil y lleva mucho tiempo, porque hay que coordinar las actividades empresariales con las universitarias, cosa que el mismo sistema no lo fomenta.

También piensa que este panorama está cambiando. En el SNI, por ejemplo, existe una comisión de tecnología que reconoce la labor de indagación que está haciendo ese tipo de trabajo y se le premia, no nada más por ciencia pura, sino también por transferencia tecnológica.

Las empresas, abunda, hacen el trabajo de conseguir permisos, certificaciones de la tecnología que se desarrolla en los laboratorios universitarios, además de ser las que pueden producir en masa e introducir a la comunidad médica las innovaciones tecnológicas, dice Sacristán. Estoy hablando de conseguir que algo esté disponible para la población en general. Eso se tiene que masificar y ni el investigador ni la universidad pueden hacerlo.

La razón de este impedimento es en buena medida el dinero, pues se requiere de mucho para hacer pruebas, protocolos de uso de los productos, maquilarlos y llevarlos a los médicos y los pacientes. En promedio, para desarrollar dispositivos médicos, se requieren unos 500 millones de dólares, y para fármacos unos 800. Eso no lo puede financiar ninguna universidad.

Las licencias no protegen a los inventores, sino a los inversionistas

Sacristán considera que a veces hay investigadores que malentienden lo que son las patentes. Tengo colegas que no patentan, pero si no lo hacen lo único que aseguran es que nadie nunca se va a beneficiar de sus investigaciones, porque nadie va a estar dispuesto a invertir millones en desarrollar un producto sin una patente de por medio. Las patentes no son para proteger a los inventores, sino a los inversionistas.

Una reforma legal de 2015 permite hoy que los investigadores universitarios participen en empresas sin que esto se constituya casos de conflicto de intereses. Sacristán opina que si bien este tipo de cambios ayudarán a que el conocimiento que se genera en las universidades se convierta en desarrollos tecnológicos, las instituciones de educación superior no han hecho aún lo suficiente para adaptarse a ellos.

La universidad pública, dice, debe tener como una de sus prioridades generar mecanismos que posibiliten transferencia tecnológica, lo que a su vez propiciaría el crecimiento económico y, por tanto, traería beneficios sociales.

Las empresas de las que habla Sacristán son, en algunos casos, creadas por las universidades y en ellas participan los propios investigadores. Uno de los proyectos encabezados por Sacristán fue la creación del primer corazón artificial mexicano, conocido como Vitacor UVAD (universal ventricular assist device), para el cual, indica, se requirieron más de 10 millones de dólares. Tuvimos que crear una empresa para conseguir el financiamiento, que fue repartido entre las universidades participantes. Luego el desarrollo se vendió a una empresa comercializadora.

Se trató de un proyecto ambicioso, característica de la que piensa que dependió su éxito. En México no somos buenos en equipo, somos buenos individuales, y sólo cuando tienes algo muy grande y muy atractivo los mexicanos aprendemos a jugar en equipo. Necesitamos crear más proyectos de este tipo para que veamos que sí se puede hacer proyectos grandes multinstitucionales y multidisciplinarios.

Explica que el Ci3M crea alrededor de tres empresas al año, y entre tres y seis patentes. A el acuden investigadores de otros países, personal de hospitales y al menos alumnos que están haciendo tesis, proyectos, prácticas de laboratorio, cursos o diplomados, porque en este laboratorio participan alumnos de posgrado de numerosas universidades de todo el país, por lo que cumple también con importantes labores de apoyo a la docencia.

Señala que actualmente se desarrollan en el centro diversos programas de investigación, con la expectativa de crear empresas, tales como Nefrored que ha desarrollado procesos y tecnología para mejorar y hacer más eficiente y más barata la hemodiálisis en pacientes con falla renal.

Otra empresa a la que estoy dedicando mis esfuerzos en este momento y de la cual soy accionista es Nervive, fruto del trabajo de investigación realizada en este centro, que consiste en un dispositivo para estimular el nervio facial, como un tratamiento temprano de emergencia para enfermos que sufren un accidente cerebrovascular.

El especialista dice sentirse honrado por recibir el Premio Nacional de Ciencias. En particular es muy grato, porque fue la misma universidad la que me postuló y esto quiere decir que tengo su reconocimiento.