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Toros

Con trapío, exigentes y sosos los toros de Rancho Seco

Oreja a Gerardo Adame por entregada faena y a Fabián Barba por su pundonor

Adiós, Juan Silveti

Emocionante duelo en quites

Romero, dispuesto

 
Periódico La Jornada
Martes 26 de diciembre de 2017, p. a31

En México abundan los buenos toreros, pero faltan empresarios que crean en ellos.

Luego de 88 años de decirle sí a la vida, el domingo pasado descansó Juan Silveti Reynoso, hijo, hermano, padre y abuelo de toreros, cuyo humor de doble filo sólo era comparable a su finura para interpretar las suertes. Fue un torero para toreros y diletantes de esa música callada del toreo, como dijera José Bergamín. La gélida tarde en que Silverio Pérez se despedía de la afición regiomontana en la Monumental de Monterrey, los asombrados ojos de un niño de cinco años sintieron, sin entender, que el lance a la verónica en los desmayados brazos de Juan Silveti le había revelado, para siempre, las inefables resonancias de la magia de la lidia.

Transcurridos ya 64 años de aquel inolvidable descubrimiento, la nueva empresa de la Plaza México decidió reanudar la olvidada tradición de la corrida del 25 de diciembre, sólo que con un cartel cuadrado, es decir, con tres toreros de similar nivel y escaso rodaje, en contraste con los carteles redondos de otros tiempos, que anunciaban una figura, otro en vías de serlo y un principiante con potencial, lo que propiciaba rivalidad, estímulo y pasión. Hoy, los carteles como redondos se hacen con diestros que figuran, toritos de la ilusión y alternantes más bien cómodos.

Con ese absurdo criterio empresarial que premia la entrega de los toreros modestos con encierros que rehúyen las figuras, en la desairada corrida navideña de ayer –séptima– hicieron el paseíllo los mexicanos Fabián Barba –38 años de edad, 14 de alternativa y diez tardes este año–, Antonio Romero –30 años, siete de matador y seis corridas– y Gerardo Adame –24, seis de alternativa y 10 tardes–, ante toros de Rancho Seco, con edad y trapío, pero sosos en general, que cumplieron en varas y acabaron deslucidos en el último tercio, no sin antes poner en aprietos a la peonería.

Lo más destacado corrió a cargo de Gerardo Adame frente al bravo Redentor, que recargó en dos varas y permitió un inusual duelo entre Barba, que quitó por gaoneras, y Adame, que replicó con ceñidas saltilleras, lo que calentó al escaso público. Aguantando en serio, inició su trasteo con tres estatuarios muy bien rematados para enseguida engarzar tandas por ambos lados en los medios, tirando muy bien del toro, aprovechando su recorrido y estructurando una bella faena. Dejó Adame tres cuartos en todo lo alto y recibió merecido apéndice.

Con un celo ejemplar, Fabián Barba se fue decidido a los medios para recibir de hinojos a su segundo, Mesonero, con tres largas cambiadas. Voluntarioso intentó la faena ante otro deslucido, se entregó en el volapié y cobró un certero estoconazo, recibiendo a cambio una aparatosa cogida de la que inexplicablemente resultó sólo con fuertes golpes y la taleguilla destrozada. Tamaño gesto que conmovió al respetable, que solicitó la oreja y que le fue concedida.

Dispuesto toda la tarde, pero acusando la falta de sitio y los largos meses de penosa convalecencia, tras la grave cornada en el recto sufrida en marzo pasado en este mismo escenario, el zacatecano Antonio Romero no logró acomodarse con su segundo, Tigrillo, claro y repetidor, pero soso, al que logró darle algunos naturales templados. Ninguno de los tres alternantes merecía este desalmado estímulo.