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La autora señala que Obra negra, su novela más reciente, comenzó como texto confesional

La literatura que me gusta es la que está escrita desde el alma: Gilma Luque
 
Periódico La Jornada
Miércoles 27 de diciembre de 2017, p. 5

La hija de una mujer con esclerosis atestigua el avance de ese padecimiento mientras continúa y narra su vida con alegrías y sucedidos en la Ciudad de México: es el eje de la novela Obra negra (Almadía), recientemente publicada, resume su autora, Gilma Luque.

Suena dramático, pero mientras pasaba tenía que vivir la vida. Eras feliz cuando niño, jugabas, ibas a algún lugar, te pasaban cosas en las escuela y te enamorabas, porque la vida continúa y yo quería mostrar que la enfermedad delimita la vida de los personajes, pero no evita continuar viviendo, incluso a la madre, explica la escritora en charla con La Jornada.

Además, el tiempo está presente como un personaje; relata las décadas de los 80 y 90. En ese lapso pasaron muchas cosas en la Ciudad de México, otro ente de la novela, y en la vida de la protagonista, quien narra la historia en tres partes: infancia, adolescencia y edad adulta.

La novela, agrega Luque, es de crecimiento en el sentido de “la niña y su entorno, y cómo va viendo pasar el tiempo y el mundo, los cambios en la ciudad y en su hogar; lo que dura la construcción de la casa y también el progreso de la enfermedad de la madre, que es el hilo cronológico.

La protagonista carece de nombre, ya que –expone la autora– era muy importante ver el mundo desde la edad del personaje. Y uno no se nombra mucho. La idea es que todo es muy subjetivo, todo lo está viendo ella, podría estar hasta inventándolo o recreando el personaje. Me interesaba mucho que no fuera sentimental, porque la historia lo es.

Somos proyecto

El título se refiere a lo que está en construcción, como la casa que no está acabada, tampoco la familia ni la personalidad: somos proyecto y vivimos en él, que hace que no nos podamos definir y se vaya modificando a lo largo del tiempo, expresa la escritora.

Y hace extensiva la imagen de la construcción perenne a la capital, que siempre está en movimiento. Aunque me fuera poco tiempo, cuando regresaba la ciudad ya era distinta. Tiran edificios y construyen nuevos. El segundo piso fue una transformación muy grande, hablando de manera física, porque la ciudad también se ha transformado de muchas otras formas a lo largo del tiempo”.

Agrega que el cambio más importante en la novela es la de la unidad Santa Fe, que se inauguró en 1957 y es de Mario Pani. Todos los departamentos eran iguales. En los años 80 se vendieron a los habitantes y se volvió una locura. La gente comenzó a rehacer su casa, con dos o tres pisos, y la pintó del color que quiso.

Por otro lado, la madre de la autora también padeció esclerosis, por lo que se trata de una historia que me sigue, viví, me afectó mucho y de la que no hablaba; sin embargo, uno puede no hablar de manera concreta, pero hacerlo de otras formas.

La novela comenzó como texto confesional en 2013. Cuando lo escribí sufrí mucho, pero luego me ganó el oficio y el deseo de hacer literatura, y se convirtió en una experiencia distinta, dejó de haber sufrimiento para haber creación, menciona la escritora.

En torno a la realidad como alimento de la literatura, Gilma Luque señala: “Uno escribe lo que recuerda o lo que imagina, y en ambas hay ficción; imaginamos a partir de la experiencia. ¿Qué tanto hay de autobiográfico? Mucho, en sentido estricto. Yo crecí en la unidad Santa Fe, mi casa estuvo en obra negra durante un tiempo, pero para hacer literatura hay que exagerar un poco y omitir algunas otras cosas.

“Lo que queremos escribir tiene que ver con lo que nos gustaría o nos ha gustado leer en la vida. La literatura que me gusta es la que está escrita desde el alma, de algo que le importa muchísimo a quien escribe. Me gustan los libros autobiográficos, pienso en J.M. Coetzee y su trilogía Escenas de una vida de provincias, formada por los tres volúmenes de autoficción Infancia, Juventud y Verano, y en Lengua suelta, de Elías Canetti”.