Política
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El infierno electoral de 2018
E

l infierno es un lugar o condición de castigo eterno. Todas las grandes religiones, de diferentes maneras, dilatan la idea del infierno como el tormento de aquellas personas o pueblos condenados. Infierno deriva del latín infernum o inferior, como el lugar del pecado. En diversas mitologías no cristianas el infierno es el lugar que habitan de manera turbulenta los espíritus de los muertos malditos.

Las elecciones de 2018 empezaron en la elección del estado de México. Fue un infierno electoral mexiquense. Ahí se dieron los abusos más arbitrarios de que se tenga memoria. Más que una elección de Estado se dio un fraude sistémico, pues todo el aparato de gobierno se abocó de manera fraudulenta a coaccionar el voto ciudadano ante la mirada tibia de las autoridades electorales. La elección mexiquense es un siniestro espejo por donde se teme transiten nuevos atropellos mayúsculos en 2018. En nuestra democrática jaloneada, lo electoral se está convirtiendo en un espacio dominado por la codicia del poder. Ganar a toda costa y no importa cómo. El territorio electoral es una zona de tentación y de tormento, la gehena en la tradición hebraica, por la autoritaria desmesura y la simulación. Las formas y los principios se desdibujan para mantener el poder de un grupo político, una camarilla o de una persona. La penosa transición a la democracia carga ahora con procesos electorales impregnados por múltiples versiones de fraude. Viejas y novísimas variantes de defraudación. Los activistas y simpatizantes se convierten en operadores. Lo electoral es un coctel confuso, una zona de pecados sociales que sólo comprenden los doctores de la ley y los fariseos. Las elecciones se han convertido en franja de disputa, encono y guerra sucia, campañas de desprestigio y agandalle, ¿eso es la disputa democrática? El poder sin principios y los principios sin poder. Las elecciones lejos de ser una fiesta ciudadana se han convertido en una conflagración sin escrúpulos, es la antesala del averno y del autoritarismo.

Usted cuestionará, al que esto escribe, que es un exceso intercalar la política electoral con teologías escatológicas, entreverar la religión con la política. Y le respondo al lector que dicho desenfreno proviene de la misma clase política en el proceso actual de las precampañas. José Antonio Meade, en tono de homilía, ante mujeres mexiquenses hablando de adviento. Andrés López Obrador llamando a un diálogo ecuménico, a encuentros entre creyentes y no creyentes. Éric Flores, dirigente evangélico del Partido Encuentro Social se redefine juarista y liberal. Por lo contrario, Enrique Ochoa, presidente del PRI, decreta con tono de pastor pentecostal que todos los mexicanos somos guadalupanos. ¿Qué pasa, dirigentes políticos y candidatos a la Presidencia se convierten en predicadores baratos de la fe? El escándalo que causó Vicente Fox al ondear el estandarte guadalupano al inicio de su campaña presidencial en 1999, ahora se queda corto frente a la perturbación de roles: políticos que se sienten pastores y pastores convertidos en políticos. ¿La clase política quiere la redención divina o ganarse el reino de los cielos? Por supuesto que no, quieren el poder a toda costa. Y las señales apocalípticas se multiplican. El Consejo General del INE designó a Lizandro Núñez Picazo como el nuevo titular de la Unidad Técnica de Fiscalización. El problema menor es que haya sido subordinado de Meade, ahora, precandidato presidencial, sino su precedencia. Ahora, justo cuando la Secretaría de Hacienda está envuelta en un escándalo mayúsculo por confabular con desvíos de recursos para apoyar las campañas electorales del PRI, según consta en las declaraciones de Jaime Herrera Corral, ex secretario de Hacienda de aquella entidad. La candidez y la soberbia de los consejeros del INE rayan en la sospecha y por supuesto abonan la desconfianza.

Mención aparte, merece la coalición entre Morena y el PES. Andrés López Obrador, en especial, ha creado confusión y enojo entre la propia militancia del partido. No es casualidad que en el acto formal de la alianza con el PES, tanto la dramaturga Jesusa Rodríguez como la escritora Elena Poniatowska se manifestaran públicamente contra dicha mancomunidad. Muchos afirman que es un maridaje extraño, pero no tanto entre partido pentecostal y AMLO, quien calificó la cercanía como alianza moral. Éric Flores en los años recientes se ha dedicado a vender las supuestas bondades del voto evangélico a panistas con Calderón y a priístas en las pasadas elecciones. Ahora de nuevo lo ha logrado, pero con AMLO. Muchos malhumorados morenistas recuerdan al PES, de carácter pentecostal, que estuvo al frente de las marchas en contra de los matrimonios igualitarios, tan sólo el año pasado. Su talante moral es muy conservador en temas como el papel de la mujer, la concepción, el aborto, la sexualidad y las parejas gay. Su hostilidad a los homosexuales no tuvo límite, se unieron a la ultraderecha católica en septiembre de 2016. Su programa es tradicionalista y hay indicios, además, que mantiene estrechos vínculos con el secretario de Gobernación y malogrado aspirante presidencial priísta, Miguel Ángel Osorio Chong. Sin duda se opera un cálculo pragmático en AMLO, quien apuesta por una masa de votantes evangélicos cuyo piso es un millón 300 mil votos que el PES obtuvo en 2015 y que le permitió mantener su registro. A cambio se negociaron 75 candidaturas para la Cámara de Diputados en favor del PES. Ahora puede atraer aún más votantes, según las promesas de Éric Flores, podría crecer al doble para la causa de AMLO en aquellas zonas en que Morena es débil. La pregunta de fondo, es: ¿Morena resta o incrementa el número de votos? O incrementa votos restando a un electorado cualitativamente poderoso. La inclusión del PES ha causado el malestar de minorías simpatizantes, éstas detentan ascendencia y liderazgo intelectual en la opinión pública. Muchos militantes y numerosos simpatizantes de Morena pertenecen a la izquierda secular. Activistas que nutren movimientos feministas, que abogan por la diversidad sexual y protegen a las minorías homosexuales. Igualmente entre la militancia radical del PES existe incomodidad por haberse sumado a un personaje controvertido como AMLO y coligarse con actores hostiles a sus principios y trayectoria. Hay una contradicción insalvable y antagónica que va más allá de los cálculos pragmáticos, que puede representar una bomba de tiempo en la campaña y en la candidatura de AMLO. ¡Ay pobre México! No sólo tan lejos de Dios y tan cerca de Estado Unidos, ahora, viviendo el mismísimo infierno electoral, tan lejos de Juárez.