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El estante de lo insólito

Los puros. Bocanadas expertas

Comer y dormir son las únicas dos actividades que deberían poder interrumpir el placer de fumar un puro.
Mark Twain

Imagen de elegancia

C

omo cuna de exotismos de la selva, el sol y un cosmogonismo único, los mayas también fueron los primeros en degustar el tabaco. La precisión de los tiempos no puede ser exacta, pero la civilización europea conoció de la planta cuando Cristóbal Colón y sus hombres toparon con ella en el nuevo continente, tiempo después de que los mayas habían extendido su consumo desde la Península de Yucatán hacia América Central y consecuentemente a Sudamérica. Además de México, la planta encontró especial fecundidad en lugares como Honduras, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana, Brasil y desde luego Cuba, donde es un pilar fundamental de su sociedad, el lugar en que Colón y los suyos la conocieron, considerado un país con los terrenos (donde cuentan con la altura, tipo de suelo, humedad, etcétera) de excelencia para su cultivo.

El puro es y ha sido siempre, imagen de elegancia y estatus. De hecho, las etiquetas para cajas y anillos suelen tener representaciones artísticas de edificios importantes (desde hoteles conocidos, hasta el Palacio de Buckingham), además de las propias plantaciones o celebridades internacionales, como los grandes compositores de la música clásica. La asociación del puro con el éxito es tan elemental como la comparación del cigarro con el puro, donde el atado de hoja es muy superior en calidad. También se le ha visto como punto de referencia sobre la soberbia de los poderosos, como en las tradicionales caricaturas en que los empresarios son obesos con sombrero de copa, billetes escapando de las bolsas de sus sacos y, prominentemente, sosteniendo un puro de gran tamaño. Pero afición y degustación del puro sólo para ricos no es necesariamente regla, menos aún en barrios de La Habana o de San Andrés Tuxtla, en Veracruz, donde la gente consume puros en esquinas durante charlas de barrio.

Preparado y degustado en su forma tradicional mucho antes de las pipas (Hernán Cortés registró el consumo de tabaco en pipas rústicas que elaboraban los mexicas) o los cigarros comunes, el puro fue considerado como auxiliar en tratamiento de migrañas (aunque a algunos el olor penetrante les produce mareos) o el asma. Vía españoles, ingleses y portugueses, el tabaco llegó al mundo, pero no con el concepto del atado, es decir, del puro, llamado según el tiempo y lugar petardo, rollo, caña o bastón de tabaco, entre otros, hasta que se volvió el definitivo puro (internacionalmente llamado cigar), aroma máximo del tabaco, aún en sus variaciones de degustación dulce, con aromas de vainilla, miel o chocolate.

Fumar puros es un placer que cumple con ritos y reglas particulares, como nunca fumar más allá del anillo (o vitola, que es la etiqueta que encinta o anilla al puro) de marca del tabaco, o sólo prenderlo con cerillos de madera o encendedores especiales, nunca con gas o cerillos comunes con cuerpo de cera o plástico. Un fumador con clase los porta en estuches al tamaño de su número de elección, almacena en humidificadores, usa cortadores especiales y sólo lo coloca en ceniceros fabricados a la medida de cuerpo para un puro, no un cigarro.

Selección y procesos de precisión como la propia faena de producción de los puros, desde el secado de las hojas, pasando por la separación de tripas (hojas que se convierten en el relleno o cuerpo), el prensado para un tamaño exacto, con clasificación por número o nivel de grueso y largo (corona, palmas, obús, palmas, Churchill, etcétera), la separación por tonos de color, donde puede haber claros, rojizos, marrones, maduros, oscuros… Curiosamente muchos puros tienen coberturas con hojas de origen distinto al del resto de la pieza, de modo que puede haber puros dominicanos envueltos en hoja cosechada en Estados Unidos, Camerún o México.

Volutas inmortales

No se puede desligar el puro de Ernesto Ché Guevara o Fidel Castro entre los líderes históricos, y desde siempre los encuentros de alta clase política o empresarial suelen terminar con un puro en mano. No hay casa club que se respete en que no se ofrezca la opción de un puro al final del encuentro de un grupo, sea en una comida o junta de negocios. También suelen firmarse festejos de victoria deportiva con repartición de puros, y siguen repartiéndose atados conmemorativos en el nacimiento de los hijos varones.

Foto
Ilustración Manjarrez

Contra toda prohibición del cigarro, el puro sigue siendo cuenta aparte y sobran frases y textos que repliegan al fumador de puro como un catador permanente del mejor tabaco, desde los aforismos que ponderan sus magníficas esencias, hasta la compilación de las declaraciones jactanciosas, como las del hombre que fue jefe de estados, ejércitos, Nobel de Literatura y padrino del tamaño oficial del puro largo, Winston Churchill, quien dijo: Bebo mucho, duermo poco y me fumo un puro tras otro. Puedo decir que estoy cien por ciento en forma. En 1952, Churchill concedió a dos vendedores e importadores de habanos el uso de su nombre para un puro de gran tamaño como los que a él le gustaban y compraba personalmente en Londres. No se inventaron para él, pero su popularidad se debió a que el británico los tenía siempre. Se afirma que consumió miles –entre ocho y 10 al día– durante la Segunda Guerra Mundial, mismos que le eran enviados directamente desde La Habana.

Los puros de Krusty suelen ser consuelo de sus repetidas metidas de pata en el serial de Los Simpson, mientras que John Ford; Francis Ford Coppola, Arturo Ripstein o Groucho Marx parecía que no podían brillar en el set cinematográfico sin los suyos; no hay compás en el tresillo de Compay Segundo que no fuera seguido con danzas de humo del puro en el escenario; Tony Montana (Al Pacino) conducía con desdén su propia hecatombe con un puro de medida estándar; mientras Clint Eastwood usaba robustos, pero principalmente compactos, casi mini panetelas (puros cortos, de la medida de un cigarrillo) mientras cabalgaba o desenfundaba en los mejores spaguetti westerns; Michael Jordan los gozó en los festejos de títulos basquetboleros o entre los hoyos de los campos de golf, y mejor no ahondar en los eróticos escándalos de Bill Clinton con puro en mano.

En el permanente escrutinio de Orson Wells, los fraseos desafiantes de Humphrey Bogart, la seriedad afable de Julio Cortázar, el desplazamiento sutil de los naipes de Paul Newman, o el juego bamboleante de los detenidos en las boquillas de marfil de María Félix, el puro ha sido más que un acompañante momentáneo, una afirmación de carácter y gusto. Las marcas y centros de venta en Europa (hay importantes empresas de producción en naciones como Alemania, Dinamarca y Holanda), Estados Unidos o América Latina, pasan desde la exposición de las marcas artesanales que pesan según las catas por regiones y su clasificación en mercados locales, hasta la exaltación de las marcas legendarias y de mayor categoría, como Partagás, Cohiba, Davidoff, Montecristro, Don Pepe, The Griffin’s, Te Amo, Santa Clara, Don Tomás, Dunhill, H. Upmann, Macanudo, Nat Sherman, o Romeo y Julieta, entre tantas más.

La permanencia

Pese a la campaña mundial contra el tabaquismo, necesaria y benéfica, el puro como placer de consumo popular se ha extendido. Como ha pasado con el vino, el puro ha encontrado cada vez mayor consumo popular, aunque ya no existen muchos de los grandes recintos, salones especiales o clubes de fumadores, por lo que ha pasado a la selectividad, separado como nunca del fumador de cigarros, lo que termina siendo positivo entre consumidores a los que dar el golpe les parece de poca categoría. Desde los primeros consumidores hasta nuestro días, fumar tranquilamente un puro se define como un placer supremo. Es decir, que el tabaco mayor no es visto como una pieza de escape o calmante nervioso. Es otra cosa. Tabaco natural trabajado a mano, empacado en madera, degustado sin mezcla alguna… queda poco de eso en gastronomía o placeres cotidianos. Es el resumen de tierra, agua, viento y fuego en una palmada de hojas atenazadas para un cilindro único, como la artesanía súbita de cada torcedor o forjador del puro. Tan natural como la vista del paisaje o la recolección de frutos. Es ignición del espíritu como consideración suprema pues, como dijo Mark Twain: Si no puedo fumar puros en el cielo, no voy a ir.

Twitter: @nes