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Aprender a Morir

Gracias, Raymundo Ramos

L

a cultura, entendida como la creación humana y como forma de vida, está de luto, y la cultura de México, o lo que se le parezca, ya podría elaborar un esmerado duelo por quien dedicó su vida a expandir la propia consciencia y la de sus semejantes en 60 años de generosa y fructífera labor creadora como erudito y ameno maestro en la UNAM, el IPN, la Ibero o en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y como incansable viajero, conversador y autor, ya como prolífico escritor, imaginativo narrador, agudo ensayista, sensible poeta, entusiasta editor, elocuente presentador de libros y convencido animador cultural: Raymundo Ramos Gómez (Piedras Negras, Coahuila, 2 de noviembre de 1934-Ciudad de México, 31 de diciembre de 2017).

Hay edades en que los amigos suelen hacernos un involuntario y silencioso pero convincente guiño de despedida, a pesar de añejas negligencias mutuas, al percibir esa infranqueable línea luego de fecunda vida sin lugar para las inmovilidades. ¿El maestro Ramos? ¿De parte de quién? Sí, bueno, el maestro falleció ayer… Son maneras poco convencionales de irse, sin estridencias, a veces tras lenta y penosa dolencia, siempre con la discreción de su generosidad inmensa y de su encanto diseminado.

Escribir es una especie de diaria rebelión contra el silencio y la muerte, decía Raymundo, que con su enorme bagaje cultural a cuestas confesaba envidiar a algunos amigos por su forma de sentir, dejando docenas de libros magníficos de los más diversos géneros y temas. Uno de sus sonetos, Prueba de Dios, refleja bien la racional espiritualidad y la espiritual racionalidad de tan vigoroso coahuilense, mexicano y universal:

Que crea yo en Dios, de importancia carece, / soy un átomo feble, errante en la deriva, / y en rescribir al mundo toda mi ciencia estriba / con mi pluma de caña, que sangra y obedece. / Lo importante, de veras, es que Dios en mí crea / y se amerite en cosa tan pobre y sin sentido; / que sus ojos Él ponga en ser tan carcomido / por la lepra del mundo, esa es la sola idea. / Que exista o que no exista, no es algo de cuidado, / porque si existe debe, como padre afligido, / recibir al idiota que se le había ausentado. / Mas si el Padre no existe, pues nada se ha perdido. / ¿Quién es, en todo caso, quien ha de ser probado? / ¿El que todo lo puede? ¿O al que nada le es sido?

Gracias, entrañable maestro, por tu valioso legado y pasión escritora.