Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ruta inestable
E

l mañana de este año electoral se atisba inestable, por predicarle su menor descripción. Lo será por el desequilibrio, ya manifiesto, en sus variables económicas. Pero también por el nerviosismo que introducen las relaciones externas: la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entrará en su etapa más delicada y definitoria. Si ese nuevo acuerdo no es promotor de serio temblor, habría que apuntar hacia los estragos que inducirá la cariñosa reforma fiscal hacia el gran capital, aprobada por los republicanos a pedido de Donald Trump. La misma competencia por la Presidencia de la República es una causal directa de incertidumbres acendradas. Y, como si estas coincidencias, diríamos naturales, no fueran suficientes, se deberá agregar toda una carga adicional con aires explosivos. Desfilan entonces álgidos problemas, como la violencia que campea por la nación pero que, en ciertos lugares, alcanza picos de alarma y terror.

El periodo de la llamada estabilidad macroeconómica –estancamiento, dicen otros– parece tocar a su fin. Lo anuncian con claridad los desajustes que se acumulan con una consistencia feroz. El celebrado ex director del Banco de México abandonó su puesto y el país en medio del fracaso de sus predicciones de un futuro cierto y confiable. El manejo de la inflación, su objetivo prioritario, va rumbo al fracaso y se instala entre los mexicanos. El coro de sus acólitos, sin embargo, todavía repica campanas de halago al temple de su mano experta. Dejó, eso sí, toda una camada de seguidores fieles que no dudarán en proseguir la senda marcada y resguardar, con fundamental celo, sus prédicas. El señor Carstens fue por un tiempo sumo sacerdote del modelo vigente y señalado líder de ese grupo que alardea con el no hay alternativa. Se debe proseguir, al costo que sea, en la continuidad del modelo imperante, sostienen con fingida rectitud y hasta con aire sacrificial. La combinación de la tecnocracia hacendaria, ahora encaramada sobre políticos priístas y otras fuerzas de menor calado, enfocan sus pocos o muchos talentos para persistir en su ardua tarea: aumentar las desigualdades.

La disyuntiva, no sólo entrevista sino ya presente, no deja dudas. Los electores tendrán que decidir este julio entre la continuidad y el cambio de ruta. A medida que avance la campaña en proceso la tendencia irá mostrando su carga de destino y futuro. A ese juego de ideas, concepciones y promesas se debe, por un lado, el ascenso del partido Morena y el de su abanderado, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Por el otro aparece, en tropel creciente, el pelotón ya bien conocido desde siempre: el famoso prianismo y demás satélites de consigna que lo circundan. Una lucha que parece desigual, pero que, por ahora, va tomando cuerpo definido aunque no sin tropiezos, aciertos y vaguedades.

La retórica mediática seguirá insistiendo, con todo su arsenal de gritones, pantallas y micrófonos, en su catálogo de populismos. Ese espantajo no ha fallecido. Lo reviven y alimentan acólitos bajo consigna con simplones ejemplos sudamericanos. Alegan fracasos por doquier para cimentar sus limitados argumentos. Venezuela es el caso ilustrativo al que añaden Bolivia y Ecuador. Sin distinguir que estos dos últimos países gozan de su mejor época de prosperidad y con acentuados rasgos igualitarios. El modelo neoliberal retomado por el Brasil posterior al golpe de Michel Temer y la Argentina del electo Mauricio Macri, no es, ni de lejos, positivo, algo que alardear. Por el contrario, abundan las señales de descomposición política, social y económica en ambas naciones. Pero esto poco importa a los estrategas de la contienda en curso para afianzar la conveniencia de apoyar el estado de cosas local. Las bases cuantitativas, reveladas por los estudios de opinión arrojan visiones consistentes con la marcha ascendente de Morena y de AMLO. Pero la sospecha, derivada de la triste costumbre, resiste y aviva fantasías y temores. Trampear desde el poder los factibles resultados de la elección sigue imponiendo obstáculos a la vida democrática del país. El costo de esas acciones y tentativas, como siempre, recaerá sobre la endeble gobernabilidad que ha sido la constante estas recientes décadas.