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Tratos sospechosos del yerno de Trump en Israel
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Jared Kushner se prepara para abordar el avión presidencial Fuerza Aérea Uno, en la base AndrewsFoto Ap
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ubo un tiempo en que todos nos creíamos el mito de que los esfuerzos de paz de Washington en Medio Oriente eran imparciales, neutrales, sin influencia de la religión, el historial o las actividades de negocios de los pacificadores. Incluso cuando en el gobierno de Clinton los cuatro principales pacificadores eran todos judíos estadunidenses –su principal negociador, Dennis Ross, había sido un prominente ex miembro del equipo del más poderoso cabildo israelí, Aipac (Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos e Israel)–, la prensa occidental rara vez lo mencionaba. Solo era noticia en Israel, donde el periódico Maarev los llamó la misión de cuatro judíos.

El escritor y activista israelí Meron Benvenisti escribió en el periódico Ha’aretz que si bien el origen étnico de los cuatro diplomáticos estadunidenses podría ser irrelevante, “es difícil pasar por alto que la manipulación del proceso de paz fue confiada por Washington en primer lugar a judíos estadunidenses, y que al menos un miembro del equipo del Departamento de Estado fue seleccionado para la tarea porque representaba el punto de vista del establishment judío estadunidense. La tremenda influencia de ese establishment en el gobierno de Clinton encontró su manifestación más clara al redefinir los ‘territorios ocupados’ como ‘territorios en disputa’.”

Pero, para no ser acusados de antisemitismo, señaló Benvenisti, los palestinos “no pueden, ni Dios lo permita, hablar de la ‘conexión judía’…” Tras ser acusada de antisemitismo solo por condenar la brutalidad israelí y la ocupación de Cisjordania y Jerusalén Oriental, el mismo miedo socava el valor de la Autoridad Palestina. Cuando el yerno judío de Trump, Jared Kushner, se volvió el malhadado enviado de paz del presidente, los palestinos, bien conscientes de que apoyaba la persistente –e internacionalmente ilegal– colonización de tierras árabes, recibieron con cortesía su súbita exaltación a pacificador. Fueron los medios israelíes los primeros en destacar lo poco que sabía del verdadero Medio Oriente, y las muy pocas personas que conocía allí.

Sin embargo, Dennis Ross, el ex hombre de Aipac, cuya inclinación hacia Israel fue criticada por colegas israelíes al igual que árabes, apoyó fuertemente a Kushner cuando fue designado enviado especial. En cuanto a Trump, he aquí el registro oficial de sus ideas sobre la eficiencia de Jared Kushner: “Saben, Jared es un excelente muchacho y hará un pacto con Israel (sic) que nadie más puede lograr. Tiene talento natural –ya saben de lo que hablo, natural–, un negociador natural. Le cae bien a todo el mundo.”

Como inversionista en bienes raíces, tal vez Kushner sí sea un negociador natural. Pero nadie hubiera esperado descubrir –como hizo el New York Times hace unos días– que, poco antes de que Kushner acompañara a Trump en su primer viaje diplomático a Israel, en mayo, su compañía familiar inmobiliaria recibió unos 30 millones de dólares en inversiones de Menora Mivtachim, una de las instituciones aseguradoras y financieras más grandes de Israel. El acuerdo –sorpresa, sorpresa– no se publicó. No hay evidencia de que Kushner estuviera directamente involucrado en el acuerdo y no parece haber alguna violación de las leyes federales sobre ética, según el diario.

Pero, como señaló el NYT, aparte de la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, el acuerdo con Kushner podría socavar la capacidad de Estados Unidos de ser visto como un negociador independiente en la región. Vaya, vaya. ¿Cómo podría ser eso? ¿Acaso el NYT no acepta que Kushner se toma muy en serio las reglas sobre ética (así lo dijo un secretario de prensa de la Casa Blanca) y que, si bien no se puede impedir que las empresas Kushner hagan negocios con una firma extrajera porque Kushner trabaja en el gobierno, no hacen negocios con entes soberanos o gobiernos?

Kushner sigue siendo beneficiario de fideicomisos que tienen intereses en las empresas de su familia, pese a que renunció como ejecutivo en enero del año anterior. Mi cita favorita viene de uno de los abogados de Kushner, Abbe D Lowell, quien dijo que conectar cualquier de sus muy publicitados viajes a Medio Oriente con cualquier asunto relativo a las empresas Kushner o a sus negocios es absurdo, y es un intento de sacar una nota sobre algo que no existe.

Así que está bien, entonces. Y si un miembro futuro de un importante equipo negociador de paz estadunidense en Medio Oriente resultara ser musulmán –por pura casualidad– (su origen étnico tan irrelevante como dicen que es el de Kushner) y, al momento de trabajar para el presidente estadunidense, fuera beneficiario de fideicomisos de una compañía que hiciera negocios con, digamos, empresas en Arabia Saudita, Egipto o –Dios nos libre– en Ramalá, en Cisjordania, sería una práctica abierta y aceptable para un tipo cuyo único deseo en la vida sería llevar la paz a isralíes y palestinos. Y si esas compañías árabes invirtieran en esa compañía inmobiliaria del negociador de la paz, nadie alzaría una ceja ni insinuaría que tal cosa fuera un poquito irregular o –no usemos la palabra falta de ética– no del todo apropiada.

Después de todo, los funcionarios electos estadunidenses siempre han sido un poco escépticos respecto de la ayuda financiera árabe a Estados Unidos, aun cuando haya llegado libre de cargo y sin interés adosado. Pensemos en el príncipe saudita Al-Waleed bin Talal –uno de los hombres más ricos del mundo, que hoy vive en un colchón del hotel Ritz de Riad como invitado involuntario del príncipe heredero Mohamed bin Salman–, quien en 2001 ofreció una donación de 10 millones de dólares al Fondo de las Torres Gemelas, para las familias y víctimas del ataque del 11-S. También mencionó la causa palestina porque, dijo, desde el ataque los reporteros han preguntado repetidas veces cómo erradicar el terrorismo. Estados Unidos tiene que entender, añadió, que si quiere extraer las raíces de este acto ridículo y terrible, tiene que resolver este asunto.

¡Sopas! Esta verdad evidente en sí misma fue demasiado para el alcalde Rudolph Giuliani de Nueva York, que al instante dijo al príncipe Al-Waleed bin Talal que se guardara su cheque. No se puede ofrecer dinero y hablar de política al mismo tiempo. Pero mostró lo delicada que puede ser la conexión entre dinero –incluso donaciones de un árabe– y política en el eje Medio Oriente-Estados Unidos. No parece haber tales problemas, en cambio, con respecto a Jared Kushner, quien obviamente aprobó la grotesca decisión de su suegro de aceptar a Jerusalén como capital israelí, con la cual cortó a los palestinos del acuerdo natural que Trump aseguraba que podría lograr. Y por supuesto que la relación de la compañía inmobiliaria de Kushner con las instituciones financieras isralíes nada tiene que ver con ello.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya