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Ver día anteriorDomingo 14 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La forma del agua
U

na reivindicación poética de las minorías sociales. Después de la sugerente secuencia de los créditos iniciales, donde aparece todo un mundo doméstico invadido por el agua, como si se tratara de los interiores de un transatlántico olvidado en el fondo de un océano o de un remolino de objetos familiares devastados por una catástrofe natural, el realizador Guillermo del Toro propone lo que posiblemente sea la alegoría más contundente y políticamente relevante de lo que hasta la fecha ha filmado. La forma del agua es, más allá de su evidente tributo al cine de horror de los años 50, y del deleite de revivir, de un modo gozoso, el encanto para muchos ya obsoleto de las comedias musicales de esa misma época, un vigoroso alegato en favor de la tolerancia y del respeto a las minorías (étnicas y sexuales, y también a las mujeres, esa inmensa minoría social –la mitad de la población global– todavía hoy agraviada por una prepotencia masculina). Además de todo ello, la joven Eliza (Sally Hawkins), su protagonista femenina –vale decir, el pulso mismo de la cinta– aparece aquí privada de la palabra, capaz de comunicarse únicamente a través de un lenguaje de señas, pero sobre todo mediante una imaginación floreciente y maliciosa que muy pronto derribará cualquier prejuicio social sobre su vulnerabilidad de discapacitada. Guillermo del Toro imagina para ella, en una aventura muy ágil y cautivadora, toda una odisea de la recuperación de una autoestima hasta entonces ignorada, por los demás y por ella misma, así como de una sensualidad tan tardía como exuberante, y la fuerza necesaria para doblegar la férrea voluntad de Strickland (Michael Shannon), el villano de la historia, un pobre diablo misógino y homófobo, jefe de la seguridad en un centro de investigación científica, empeñado en torturar a una creatura anfibia con forma humana, descubierta en la selva amazónica y sometida a una experimentación inclemente.

La acción de la película se sitúa en el Estados Unidos de la época macartista, una era de delirio paranoico (presente en cintas de ciencia ficción y de terror, con amenazas intergalácticas y seres espeluznantes surgidos del insondable fondo de las aguas, como El monstruo de la laguna negra, de Jack Arnold, 1954, referencia obligada). Una época de hostigamiento y cacería a los disidentes políticos, de furor anticomunista y de un racismo virulento. Un tiempo hoy sólo en apariencia lejano. La forma del agua no hace, por supuesto, una referencia explícita a ese gran pánico social, pero Del Toro, su director y guionista, consciente tal vez de que una realidad global como la nuestra autoriza, como pocas veces antes, traer de nuevo a colación aquellos viejos fantasmas y delirios colectivos, tiene la intuición formidable de construir toda su cinta de aventuras en torno de esa alegoría social que representa la historia de amor entre una avispada joven muda y el monstruo acuático humillado y lastimado por quienes pretenden detentar la hegemonía de una normalidad social. Al empeño de Eliza por rescatar al paria total que es ese monstruo marino del asedio de sus hostigadores, se suma una red de complicidades que pronto semejará un bloque de solidaridades. No es un azar que su compañera de trabajo y cómplice mayor en el esfuerzo sea Zelda (Octavia Spencer), una simpática mujer afroestadunidense, y también su vecino Giles (Richard Jenkins), un solterón gay con una discreta debilidad por el encanto heterodoxo de la revelación anfibia, y algunos otros personajes que añaden toques de humorismo y desenfado a la historia de terror que, paulatina y subrepticiamente, se vuelve un homenaje al cine hollywoodense de los años 50 y a sus géneros emblemáticos, al tiempo que confiere una palabra virtual a Eliza y una voz todavía mayor a las minorías sociales en aquel entonces silenciadas. Cuando la cinta de Del Toro llegue a la ceremonia de entrega de los Óscares, de modo muy destacado y en un clima de fuertes cuestionamientos a una intolerancia social dominante, se entenderá, tal vez, más allá de su jubiloso candor y su poesía visual, la imprescindible urgencia de su mensaje solidario.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: Carlos.Bonfil1